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viernes, 17 de septiembre de 2010

Almudena Grandes / Ingrid Betancourt

Ocho meses separan estas imágenes:
su llegada al Elíseo el 14 de julio es el contrapunto a su estado en noviembre de 2007. / 
AFP

Ingrid




Si soy honesta, no puedo sustentar mi desconfianza en razones objetivas. Puedo decir, eso sí, que me conmovió Clara Rojas, que me conmovió su historia, su rostro, la emoción que transmitía en las pocas fotos que se dejó hacer, y su sobriedad, su silencio posterior. Los narradores sabemos que, aunque la verosimilitud no sea lo mismo que la verdad, puede llegar a arraigar en las conciencias con mucha más fuerza que lo verdadero. Por eso, porque mi conflicto con Ingrid radicaba en su inverosimilitud, y no en una verdad que desconozco, fui cautelosa. Por eso, y porque a veces me harto de mí misma, y de esa manía mía de llevar siempre la contraria.
Pero, si soy honesta, debo reconocer que nunca me creí a Ingrid Betancourt. La foto que se hizo con aquella túnica de tela de saco, el pelo lacio de las Magdalenas clásicas y una pulsera que evocaba la corona de espinas de Jesucristo, revelaba ya una personalidad tortuosa, pero no anticipaba la metamorfosis que convirtió, de un día para otro, a aquella Dolorosa en una rutilante estrella mediática. Y eso no me impresionó tanto como las declaraciones en las que Luis Eladio Pérez se atribuía a sí mismo, a su debilidad, a su desaliento, a su inferioridad física y moral, el fracaso de la fuga que compartieron, en un tono estremecedor por su dureza, próxima a la humillada sintaxis de las viejas autocríticas.
Ahora, los tres norteamericanos que convivieron con ellos en la selva como rehenes de las FARC, han escrito un libro que ofrece otra versión de Ingrid, la princesita frívola, arrogante y manipuladora que mangoneaba a todos, prisioneros y guardianes, en su propio beneficio. Es probable que sean injustos, aunque su experiencia les da derecho a serlo. Y es probable que yo sea más injusta aún pero, honestamente, ningún retrato de Ingrid Betancourt me parece tan verosímil como el suyo.

Tres compañeros de cautiverio 

acusan de traicionera a Ingrid Betancourt

Ex rehenes estadounidenses publican un libro sobre su vida en manos de las FARC

 Washington 28 FEB 2009

Tres contratistas del Ejército de EE UU capturados por la guerrilla colombiana de las FARC en 2003 y liberados en julio han querido desarmar el mito del heroísmo de Ingrid Betancourt, a quien acusan de dominante, egoísta e incluso traicionera en un libro de memorias en el que relatan sus 1.967 días de secuestro en la selva. El libro Libres del cautiverio salió a la venta ayer en Estados Unidos.

Marc Gonsalves, Keith Stansell y Tom Howes, contratistas de la empresa Northrop Grumman, sobrevolaban territorio rebelde en Colombia en febrero de 2003 para tomar imágenes aéreas de plantaciones y laboratorios de producción de cocaína cuando su avioneta fue abatida. Los guerrilleros asesinaron a tiros al piloto y a un sargento colombiano y tomaron al resto como prisioneros.

"Ingrid dijo que éramos agentes de la CIA 
y que nos quería fuera de allí"
Pasaron cinco años en cautiverio en varios campos de prisioneros de la selva, según su detallado relato, viviendo en unas jaulas dignas de animales, caminando a marchas forzadas, alimentándose de lo que encontraran, traficando con cigarrillos y luchando por unos alimentos escasos.
En julio de 2003, las FARC permitieron que un equipo periodístico les grabara para dar fe de que seguían vivos. En pleno proceso de rodaje, el traductor les reveló que uno de los guerrilleros les había dicho: "Si EE UU viene a rescataros, nuestras órdenes son masacraros". Finalmente, fueron liberados el pasado mes de julio, junto con Betancourt y otros 11 ciudadanos colombianos, cuando un grupo de militares les rescató haciéndose pasar por miembros de una organización de ayuda humanitaria. Entonces Betancourt, que en su día fue congresista y aspirante a la presidencia de Colombia, fue recibida por líderes de Estado e incluso candidata al Premio Nobel de la Paz.
El perfil de Betancourt como heroína de la libertad política entra en conflicto directo con las miserias relatadas por estos contratistas. "Me enteré a través de uno de los guardas de confianza que Ingrid les había mandado notas contándoles que éramos agentes de la CIA y que nos quería fuera de allí", escribe Stansell. Con esta revelación, no respaldada por documento o prueba algunos, Betancourt habría puesto en peligro la vida de estos tres empleados del Ejército.
Entre los tres trufan el relato de anécdotas menores, pero no mucho más favorecedoras: que si Betancourt robaba comida a los demás presos; que si se negaba a compartir libros o su transistor de radio, o que si debía organizar ella misma los horarios de baño.
Es Stansell, que en el pasado prestó servicio como marine, quien más críticas vierte sobre la célebre liberada. La define como una mujer dominante que vivía en cautividad como "si estuviera de campaña electoral", planificando constantemente cómo sería la vida en Colombia cuando ella llegara a la presidencia. Según este relato, ella y el político Luis Eladio Pérez "decían lo que los presos querían oír y no dudaban a la hora de mentir", con el único objetivo de dominar la situación en el campo y beneficiarse personalmente.
"Contaba lo egoísta que era Ingrid a cualquiera que le quisiera escuchar", según admite Gonsalves. Es este último preso quien muestra la cara más humana de Betancourt, que, según cuenta, pasaba largas horas del día encadenada, después de un fallido intento de fuga.
Aun así, también la retrata como una mujer desapegada de la realidad. "Ella pensaba que si habían construido aquel campo de reclusión era porque las FARC sabían que la iban a liberar pronto", escribe. "Parecía extraño que ella creyera aquella historia. Yo sabía que ella era simplemente una más entre cientos y cientos de colombianos cautivos".
La opinión de Stansell es, como todo en el libro, mucho más apasionada: "La jodida princesa se cree que las FARC han construido este castillo para ella solita". Stansell, al parecer, no toleraba afirmaciones de este tipo. Y se quejó con una frase que bien puede resumir cuál es su imagen de ella después de cinco años de cautiverio y miserias: "Cuán arrogante puede llegar a ser".



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