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miércoles, 19 de agosto de 2009

Néstor Sánchez / Un escritor que dejó todo






NÉSTOR SANCHEZ

Un escritor que dejó todo

Fue protegido de Julio Cortázar, que lo ayudó a publicar "Nosotros dos", su primera novela. De la mano de la improvisación como proceso creativo forjó un mito todavía  vivo. Sus viajes como vagabundo por América y Europa y su extraña relación con el misticismo, del cual Héctor Bianciotti intentó rescatarlo, no le impidieron describir la Buenos Aires del turf, las drogas y el jazz de la década del cuarenta, sin caer en el costumbrismo. Nuevas reediciones de sus obras más conocidas, como "Siberia Blues", renuevan su relación con la crítica  actual, que vuelve a descubrirlo.

Incomprendido en vida, viajero y vagabundo por elección propia, místico y novelista urbano. Siberia Blues es el puntapié inicial de la reedición de toda su obra, que hizo de la música un singular instrumente literario.

SERGIO NUÑEZ/ARIEL IDEZ
Diario Perfil, 2 de julio de 2006

Cuenta la leyenda que, en los años 80, un devoto grupo de lectores se reunió para recordar a un escritor que creía  muerto tiempo atrás en una fecha y una geografía indeterminada. Con tres novelas en sólo cuatro años, el homenajeado había despertado la admiración de Julio Cortázar y Augusto Roa Bastos. En sus albores, también había merecido la prestigiosa doble página de la sección "Textos" del semanario Primera Plana; y como si eso no bastara, fue señalado como el gran emergente de la literatura argentina de los años 60, junto a Manuel Puig. No obstante, por esa época, la memoria de aquel autor apenas podía convocar a un puñado de fieles seguidores que no dejaba de conjeturar sobre las causas de su deceso. Sorpresivamente, tiempo después, el escritor volvió al país, cargando sobre sus espaldas una historia tan dura e increíble como el olvido que sufrió hasta el día de su muerte, el 15 de abril de 2003, a los 68 años.

El hombre en cuestión se llamaba Néstor Sánchez. Y como un reverso de su propia historia, es ahora su obra la que regresa para ponerse al alcance de nuevos lectores. En 2004, la editorial cordobesa Alción reeditó Nosotros dos, su primera novela, y por estos días Paradiso lanzó Siberia blues, como puntapié inicial de un proyecto que apunta a reeditar toda su producción.

Se podría decir que Sánchez escribió sus primeras líneas en 1955, sobre el lustroso piso del Club Atlanta, donde a los veinte años integró una compañía de bailarines profesionales de tango junto a Juan Carlos Copes. También podría aventurarse que sus últimos pasos los ensayó en Nosotros dos, donde las fintas y requiebres de su prosa musical se asemeja a las de un diestro bailarín. Sánchez envió el manuscrito de esa novela a Cortázar, quien impulsó su publicación a través de Sudamericana, en 1966. La repercusión fue inmediata y el joven autor no tardó en instalarse entre las figuras emergentes de la literatura nacional. Cortázar lo elogiaba sin miramientos. Tanto que en La vuelta al día en 80 mundos escribió: "Sánchez tiene un sentimiento musical y poético de la lengua: musical por el sentido del ritmo y la cadencia que trasciende la prosodia; y poético, porque al igual que toda prosa basada en la simpatía, la comunicación de signos entraña un reverso cargado de latencias, simetrías, polarizaciones y catálisis donde reside la razón de ser de la gran literatura".

Ese apoyo, sin embargo, hizo que la crítica  viera en Sánchez a un mero epígono del creador de Rayuela, en desmedro de una obra que en cada paso redoblaba su apuesta por un lenguaje propio. "Néstor me contó que Cortázar le confesó en París: 'Vos llegaste más lejos que yo"',  revela el escritor Pablo Ingberg.

La publicación de su segunda novela, Siberia blues, en 1967, consolidó su poética mediante apuntes autobiográficos que aluden a la educación sentimental de un porteño de los años 40, al tango, el turf, el billar y un cierto clima lumpen, pero sometidos a un lenguaje de vanguardia que los aleja años luz del costumbrismo nostálgico. Allí, el tono lo aporta el jazz, del que Sánchez se apropió para hacer del idioma su propio instrumento y ensayar sus improvisaciones. La música fue clave en su obra. Así también lo recuerda su hijo, Claudio: "Mis padres estaban separados y, de chico, él me llevaba los fines de semana a su casa. Ahí lo veía  escribir tirado en el suelo, con un disco de jazz o de Los Beatles sonando de fondo".

Severo crítico del mercado editorial y de muchos colegas –Puig, MarioVargas Llosa, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, entre otros– y disconforme con su vida, Sánchez partió de viaje, pese a su creciente prestigio, en busca de algunas certezas. Empezó por Chile y Perú, donde tomó contacto con la doctrina del místico ruso George Gurdjieff. A la vuelta escribió su tercera novela, El amhor, los orsinis y la muerte. Los rumores decían que había trabajado bajo los efectos de la marihuana. "Las palabras –su combinatoria– prevalecen sobre la historia que se cuenta", señaló el crítico Nicolás Rosa en una nota de la revista Los Libros titulada, no casualmente, "El relato de la droga". Aunque su hijo Claudio lo desmiente: "Eso no es cierto. Él tuvo un contacto con la marihuana para ver qué era y no pudo escribir".

La publicación de su tercera novela, en 1969, lo encontró en la Universidad de Iowa, donde había viajado por una beca que dejó a los cuatro meses para trasladarse a Caracas. Su itinerario continuó en Roma y Barcelona, donde Seix Barral le pagó un año completo para que escribiera su cuarta novela, Cómico de la lengua (1973), que nunca se editó en el país.

Luego, la muerte de una pequeña hija, producto de una nueva pareja, lo envolvió en otra crisis y forzó otra mudanza. Esta vez a París, donde el sello Gallimard le reeditó Nosotros dos yCómico de la lengua. Pero ni siquiera su amistad con Cortázar y Héctor Bianciotti pudo alejarlo de su creciente interés por el misticismo. "Creí que con los libros de Carlos Castañeda y la ensenanza de Gurdjieff se podía llegar a los 300 años. Fue un convencimiento delirante que me tomó por enteró", confesó en un reportaje de 2000.

La muerte era una de sus obsesiones . Tal vez, para buscar nuevos rumbos, intentó probar suerte con el cine: escribió una adaptación cinematográfica de El amhor... y se la dio a Truffaut, que le respondió que era un excelente guión... para hacer una novela. Finalmente, Sánchez decidió abandonar las seguridades de la capital francesa y se evaporó; no sin antes quemar un manuscrito que pensaba llamar El arte de la fuga.


Atravesar la muerte

Su hijo trató de rastrearlo, pero le fue imposible. Sólo mucho años después, por una carta anónima, supo que su padre vivía  en los Estados Unidos, adonde había viajado por recomendación de su instructor. En un principio, Sánchez dictó talleres literarios en la Universidad de Los Ángeles, aunque poco después lo dejó todo y se convirtió en un vagabundo, deambulando por las calles de Manhattan y durmiendo en autos y casas abandonadas. "Caminaba muchísimo, sin dirección, hasta romperme los pies. Era parte de la enseñanza de Gurdjieff, la vida monástica y la vida más allá de la vida", comentó. Esa experiencia extrema afectó severamente su salud mental y física hasta que, en 1986, al límite de sus fuerzas, pidió ayuda a su familia y retornó a la Argentina.

Sánchez se instaló en su casa natal de Villa Pueyrredón junto a su madre y trató de recuperarse. El libro de relatos La condición efímera (1988), que tuvo poca repercusión, fue su última inspiración. "Decía que se había  quedado sin épica", recuerda el poeta Roberto Raschella, quien añade: "Sus amigos hicimos varios intentos para que se reeditara su obra, pero eso coincidió con las varias crisis económicas que vivió el país. Además, las editoriales ya lo habían olvidado". Para su hijo Claudio, Sánchez, en el fondo, esperaba algún reconocimiento, aunque su intransigencia con el mercado editorial y sus experiencias límites terminaron sepultándolo. O, como dice Ingberg: “Néstor fue un caso muy raro, alguien que escribía increíblemente bien y que, sin embargo, nunca hizo nada para sostener su obra. Él abandonó todo para intentar atravesar la muerte, y en esa búsqueda perdió la posibilidad de desarrollar una de las mejores páginas de nuestra prosa”.



El novelista poemático

Por LILIANA GUARAGNO

Mientras escribía Siberia blues, Sánchez asume que estaba "modificando la novela de su tiempo". Reacio al realismo crítico y al boom latinoamericano de los 60, se aparta de su generación y crea un lenguaje que acierta con las libertades combinatorias de la poesía al eludir toda frase cristalizada. Lenguaje que no remite a un simplejuego, sino que encarna en densidad significativa: una ruptura radical con todo sentido establecido por hábito, automatismo o mito –como la tecnología, el progreso, o la "cultura"– que caen en el desprecio porque "la existencia está en otra parte" (André Breton). Para Sánchez, la escritura sería un acto de resistencia a las formas que excluyen lo otro, resistencia al "dios dinero" y a la vanidad del "yo".

Época del '60 en que la revista Poesía Buenos Aires ofrecía un abanico de luminosas traducciones de autores como James Joyce, Cesare Pavese o Pierre Reverdy, tan importantes para Sánchez como sus lecturas de Henri Michaux, René Daumal, y René Char por su relación con las filosofías orientales, y sus otras numerosas lecturas de ecos perceptibles en su obra.

A los tonos y ritmos poéticos, suma un oído de excepción: el tango y el sistema de improvisación jazzístico.  Incluye además otros sistemas semióticos (fotos, cuadros sinópticos, planos), y la mirada o las secuencias se relacionan con la técnica del cine o la cámara fotográfica.

Sánchez lleva a una radicalización sin concesiones lo que Julio Cortázar sólo enuncia. Y, en sus últimas novelas llega al humor y a la intervención de lo sagrado, sin melancolías.



Borges y Sánchez

Sánchez se cruzó por única vez con Jorge Luis Borges en 1969, cuando le hizo una entrevista que pasó desapercibida para la efímera  revista Artiempo.

Durante parte de esa charla, Sánchez –quien ya había publicado Nosotros dos y Siberia blues pero que no era conocido por su interlocutor– indagó en los intereses literarios y espirituales de Borges para contrastarlos con los propios. No en vano Sánchez incluyó en su cuestionario alusiones a James Joyce y George Gurdiejff, aunque la mayor de sus obsesiones se hizo presente cuando le preguntó:

—A los 30 años, me parece, la idea de la muerte sólo admite una pregunta. ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Qué sucede a los 70?

—Podría  hablarle, a grandes rasgos, de la serenidad que trae la vejez, de esa apacible resignación que incluye la tristeza, pero de una manera muy diferente. A los 30 años, eso sí, cultivaba desdicha, necesitaba ser cada día más desdichado, más profundamente desdichado. Aquello ya no cuenta más.

El diálogo reveló dos formas completamente opuestas de vivir y escribir. Al punto que Sánchez le reprochó a Borges que su pasión por la metafísica  no fuera más allá de una “actitud filológica”. Se trató de un duelo entre un hombre que supeditaba todo a la escritura y otro capaz de dejarla para interrogar al mismísimo silencio.

http://www.paradisoediciones.com.ar/rese%C3%B1as/S%C3%A1nchez%20-%20Perfil.htm

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