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viernes, 8 de noviembre de 2024

Max Porter / “El Reino Unido es uno de los países más segregados del mundo”

 


Max Porter, ayer en Barcelona.

Max Porter, ayer en Barcelona.CONSUELO BAUTISTA


“El Reino Unido es uno de los países más segregados del mundo”

Max Porter arremete contra el Brexit y la “discapacidad intelectual” de Inglaterra en la fábula poético narrativa 'Lanny', una rareza nominada al Man Booker



Laura Fernández

Barcelona, 20 de enero de 2020

Si el año pasado fue Sabrina, la novela gráfica de Nick Drnaso (Salamandra Graphic), esa suerte de gran novela americana contemporánea en viñeta, la que sorprendentemente se coló en la lista de los nominados al Man Booker – era la primera vez que algo así ocurría –, este año la sorpresa ha corrido a cargo del segundo asalto de Max Porter, genio inglés de lo poético narrativo, ex librero y editor de Granta Books: Lanny (publicado por Literatura Random House en castellano y Rata Books en catalán), una fábula narrada, frases entrecruzándose en la página, por un pueblo, y acechada por una criatura mitológica y terrible que persigue la pureza de un niño excepcional y maldito.

Como la obra de Drnaso, la de Porter hibrida no tanto géneros como disciplinas, llevando tan lejos como cree necesario su particular y sensorial estilo que concibe la hoja en blanco como un lienzo sobre el que pintar, con palabras, cualquier cosa. Un artefacto que nació como poema – un poema que Porter escribió “hace 15 años” – y que, sin embargo, se niega a reconocerse como tal, y abandona su territorio para expandirse hacia no únicamente la prosa, sino, también, el arte visual – Porter es historiador del arte y confiesa una más que evidente influencia pictórica a la hora de concebir páginas en las que parece que a las palabras se las lleve el viento – e incluso, la música.


En el centro está el personaje de Lanny, el niño que nunca toma la palabra, el niño del que todos hablan y alrededor del que todos se construyen, como “en un juego de espejos”. Su desaparición, dice el autor, “podría encarnar la desaparición de la idea de la infancia misma en un mundo cruel y absurdo en el que algo, todo, en realidad, se ha roto”. Admite su inclusión en eso que se ha dado en llamar la brexlit, la literatura que, de una forma u otra, está intentando explicarse qué ha llevado al Reino Unido a querer salir de la Unión Europea, pero, sobre todo, a “volverse tan maniqueísta”. “El Reino Unido es uno de los países más segregados del mundo ahora mismo, o estás con ellos, o estás contra ellos. Estamos divididos. Y no sólo por el Brexit”, insiste.

Lanny es también un protoecologista. Su relación con la naturaleza es pura y primordial Max Porter

Porter (High Wycombe, Reino Unido, 1981), zapatillas recién estrenadas, abultada bufanda al cuello, altura considerable, viejo ejemplar anotadísimo de su propia novela – y anotado a bolígrafo, como defiende su personaje artista, Pete, “para poder crear a partir del error” –, va a todas partes con una bolsa promocional de un congreso antinuclear. Se mudó hace un año a Bath, un pueblecito a las afueras de Londres, en el que dice, “estamos incluso segregados por edad”. “Si saludo a mi vecino anciano, me mira de forma extraña. He llegado a la conclusión de que somos un país discapacitado, la nuestra es una discapacidad intelectual, nuestro mecanismo de interpretación de la realidad es tan básico que somos incapaces de percibir los matices de lo que ocurre”, sentencia.

El poema que ha dado pie a Lanny, la novela, de hecho, nació como un intento de ampliar el matiz de algo que ocurría, recuerda, hace 15 años. “Recuerdo que quise escribir sobre la posibilidad de que un hombre mayor y un niño fuesen amigos. Sobre una historia de amor sin sexo porque en aquel tiempo solo se hablaba de pedofilia y parecía que los hombres no podían ser amigos de los niños. No quise añadir leña al fuego sino todo lo contrario. Todo esto – el maniqueísmo – empezó hace mucho tiempo”, dice. Es un día de viento huracanado en Barcelona. Su monstruo, el monstruo de edad geológica que habita la novela, Papá Berromuerto, es la idea del progreso, o la Humanidad en sí, tan inmersa como está, “en esa guerra conta todo” que explica la emergencia climática.

“Lanny es también un protoecologista. Si tiene que elegir, siempre elige el bosque. Su relación con la naturaleza aún es pura y primordial. No entiende el mundo en el que vive en el que hasta un ser mitológico como Papá Berromuerto está compuesto de la basura de la que nos deshacemos. Ya no podemos tener ni mitos, estamos acabando con todo”, apunta el escritor, que se define como animista. “La naturaleza es mi única religión”, aclara, y el arte, la escritura, su medio de comunicación. En la novela, por encima del pueblo, están los padres de Lanny – él, casi un autómata del sistema; ella, alguien que ha quedado al margen – y el artista al que el circuito del arte ha expulsado, el amigo anciano de Lanny. “El arte es el corazón de la sociedad, por eso es lo primero que el totalitarismo destruye para acabar con ella”, dice, el también autor de El duelo es esa cosa con alas, que vuelve, también aquí, a explorar la pérdida, y la culpa inherente a la paternidad.


EL PAÍS 

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