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miércoles, 7 de agosto de 2024

Sé mía’, de Richard Ford: Frank Bascombe se despide con un portentoso monumento a la felicidad

 


El escritor estadounidense Richard Ford, la semana pasada en un hotel de Madrid.JAIME VILLANUEVA


Sé mía’, de Richard Ford: Frank Bascombe se despide con un portentoso monumento a la felicidad

El escritor vuelve a usar a su emblemático protagonista para retratar Estados Unidos política, social y anímicamente, en un último y emotivo viaje con su hijo enfermo de ELA

Laura Fernández

11 de junio de 2024

Ha vuelto Frank Bascombe, el periodista deportivo, el agente inmobiliario, el prometedor escritor que jamás pasó de prometedor. Ha vuelto y está solo: su exesposa, Ann, ha muerto. Su segundo matrimonio, la ilusoriamente perfecta y cómoda pareja que formaba con Sally Caldwell, es historia, y todas las llamadas que Frank hace en busca de algo que pueda parecerse al amor —o a la vida en algún tipo de compañía— se quedan sin respuesta. ¿Que a quién llama? A la chica que regenta un centro de masajes por el que se deja caer de vez en cuando, deses­perado por algún tipo de contacto humano. Y a Catherine Flaherty, una vieja amiga con quien coqueteó en su época de periodista deportivo —ella también lo era—, que no tiene ganas de compartirse con nadie, ni siquiera con quien está saliendo.

Tan luminosamente perdido como siempre, Bascombe tiene, en esta quinta y puede que última entrega de la serie, la misión de pasar un último día memorable con su hijo Paul —el Paul que casi pierde un ojo en el volumen que le valió el Pulitzer, el segundo, El Día de la Independencia, ese hijo tan siempre obtuso y distinto, tan incomprensible para su padre y para el mundo— en, por qué no, piensa, el Monte Rushmore, ese lugar en el que las caras de cuatro presidentes fueron esculpidas en la montaña. Paul padece ELA, y el viaje hasta la helada Dakota es una pequeña odisea. Una odisea por primera vez casi por completo centrada en el presente. Olvidemos al Bascombe máquina del tiempo, capaz de viajar, desde un atasco, a cualquier momento de su vida y rehabitarlo, recordándolo.

Un atasco, sí. Porque, y esto es importante, Richard Ford, aquí tan portentoso como siempre —su capacidad para hacer palpitar la vida, cada instante, en el papel, resulta tan apabullante que ni siquiera parece posible; y no sólo la vida, sino aquello que hacemos con ella, encajarla en una narrativa propia—, elige siempre días señalados, festivos importantes, para traer de vuelta a Frank Bascombe. De él ha dicho que es una especie de herramienta. Algo que le obliga a prestar atención al presente. Y ese presente es también, y sobre todo, el presente de su país, que en esos días señalados, se detiene —como se detiene su propia historia en marcha, y la de cualquiera, en un día excepcional— para que él pueda fotografiarlo, política, social, anímicamente.

El día elegido aquí es San Valentín, y Estados Unidos se muestra por completo sobrepasado, cada vez menos confiado y, a la vez, a la expectativa. Lo peor no ha pasado. Lo peor podría estar pasando. A la decadencia del capitalismo desorientado que nuestro amigo observa por la ventanilla de la autocaravana debe sumársele un miedo nuevo: Bascombe teme los lugares públicos pues no puede evitar imaginar a tiradores apostados en las esquinas. Y esto es importante, pero lo es aún más el hecho de que aquello de lo que trata Bascombe, el encaje de un ser humano falible que no hace otra cosa que fallar, que caer y levantarse, en una sociedad a la que le trae sin cuidado, que avanza como una trituradora fantasma, alcanza en este último volumen una nueva (y altísima) cima.

Podría, este Sé mía, ser algún tipo de doloroso positivo del majestuoso El Día de la Independencia, libro en el que, recordemos, Bascombe se embarca en un idéntico viaje con su hijo, entonces un adolescente, en principio no condenado al fracaso pero que resulta desastroso. El desastre aquí es la muerte inminente —de Paul— y una vejez —la de Frank— que le vuelve inútil para lo práctico —sujetar a ese mismo hijo de 47 años cuando los músculos le fallan—, pero extremadamente sabio para todo lo demás. Porque el milagro, nos dice Ford, una y otra vez, es la mera existencia: el instante, y la felicidad que ese instante promete siempre que consigas olvidar que nada de lo que te pasa depende, en realidad, de ti. Algún día, cuando Ford no esté, lo echaremos de menos. Muchísimo.




Sé mía
Richard Ford
Traducción de Damià Alou
Anagrama, 2024
400 páginas. 21,90 euros


EL PAÍS 


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