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jueves, 4 de julio de 2024

Robert Town ayudó a Tom Cruise a reinventarse





Robert Towne, maestro de guionistas, ayudó a Tom Cruise a reinventarse en una etapa crucial de su carrera

Recordado sobre todo por su oscarizado trabajo en Chinatown, el guionista Robert Towne se alió en la década de los 90 con la estrella de cine más grande del mundo para cambiar el rumbo de su carrera.

Noel Ceballos

3 de julio de 2024


Dentro de una edición de los Oscar dominada por El Padrino: Parte II (1974), en cuya primera entrega había echado un cable no acreditado, Robert Towne consiguió ganar en la categoría de Mejor Guion Adaptado con el que se considera desde entonces patrón oro de la escritura cinematográfica: Chinatownuna hibridación perfecta entre noir detectivesco estilo años treinta y thriller político estilo años setenta que Roman Polanski supo convertir en clásico imperecedero. Fue el propio director quien consiguió convencer a Towne para que cambiase su final ligeramente feliz por el que vemos en la película, rematado por una frase ("Olvídalo, Jake: es Chinatown") capaz de erizar el vello de cualquier cinéfilo con un poco de respeto por sí mismo, pero Polanski jamás hubiese podido llegar tan lejos sin el trabajo de un ciudadano de Los Angeles que supo imprimir su amor por la ciudad, así como su enciclopédico conocimiento de causa, en cada escena y cada diálogo. Robert Towne se encargaría también de escribir una interesante secuela, Los dos Jakes (1990), en la que su colega Jack Nicholson tuvo ocasión de volver a brillar a ambos lados de la cámara.


Por supuesto, el legado de este maestro de guionistas, que nos acaba de dejar a la edad de 89 años y en la comodidad de su residencia angelina, no acaba ahí. Su carrera arranca en el mundo de la televisión, donde escribió para series como Rumbo a lo desconocido (ABC, 1963-1965) o El agente de C.I.P.O.L. (NBC, 1964 - 1968), y en la factoría de Roger Corman, quien le dio su primer oportunidad como actor y escritor en algunas de sus famosas producciones de serie B. Fue a través de Corman como conoció a Nicholson, mientras que su también legendaria amistad con Warren Beatty comenzaría también a raíz de una casualidad: ambos compartían psicólogo. El actor debió de ver algo en el joven aspirante a guionista (en concreto, en el western de 1967 La cabalgada de los malditos, aunque el propio Towne detestase tanto el resultado final que pidió retirar su nombre de los créditos), ya que logró convencer a Warner de que lo subiesen a bordo de Bonnie y Clyde (1967), llegando a tenerlo in situ durante gran parte de su rodaje en Texas. La película de Arthur Penn no solo supuso el pistoletazo de salida para el Nuevo Hollywood, sino también para la carrera de un reputado script doctor que volvería a coincidir con Beatty en El último testigo (1974), Shampoo (1975), El Cielo puede esperar (1978) y Rojos (1981), aunque no siempre fuese acreditado.

De hecho, la leyenda de Robert Towne en Hollywood se basaba especialmente en su capacidad para coger prácticamente cualquier guion que presentase problemas y arreglar aquello que nadie más podía. Sin embargo, sus no-demasiado-exitosos pinitos como director en La mejor marca (1982) y Conexión Tequila (1988), unidos al fracaso crítico y comercial de Los dos Jakes (tan doloroso que Jack Nicholson y él dejaron de hablarse durante un tiempo) lo colocaron en una posición difícil hacia finales de los ochenta. Tanto que se vio obligado a aceptar la oferta de Don Simpson y Jerry Bruckheimer, superproductores especializados en blockbusters, para entrar a formar parte de Días de trueno(1990), con la que tanto ellos como Tony Scott y Tom Cruise pretendían hacer por las carreras del NASCAR lo mismo que Top Gun (1986) hizo por la aviación naval. Towne trabajaba rápido y sabía adaptarse a cualquier adversidad, razón por la que Días de trueno empezó a rodarse sin un guion definitivo y a golpe de discusiones diarias entre él, los productores y el director. Lo cual, como es lógico, disparó el presupuesto hasta extremos inconcebibles, dando como resultado un mamut que, tal como describió un crítico en su momento, solo sabía dar vueltas en círculos sin ir a ningún lado. No obstante, uno de sus responsables quedó tan fascinado por el talento de Towne que decidió transformarlo en mentor y colaborador imprescindible durante una etapa crucial de su carrera.

Así, Cruise volvió a contar con el legendario guionista en The Firm (La tapadera) (1993), un proyecto surgido hasta cierto punto del mal sabor de boca que Días de trueno dejó en una estrella hiper-consciente de su estatus dentro de la industria. Ya en Algunos hombres buenos (1992) había empezado a realizar sus primeros esfuerzos conscientes por cambiar la percepción que el público tenía de él por aquel entonces, pero ponerse a las órdenes de Sydney Pollack en un thriller judicial basado en una novela de John Grisham acabó confirmándose como un movimiento maestro: en lugar de intentar repetir éxitos pasados en superproducciones sin rumbo, Tom Cruise se mostraba ahora como un actor disciplinado que sabía interpretar el signo de los tiempos y adelantarse a las corrientes populares de manera casi sobrenatural.

The Firm sigue siendo un vehículo para su lucimiento, sí, pero también una adaptación al mainstream contemporáneo que enterró para siempre los excesos de Días de trueno. Robert Towne también fue una figura clave en la segunda gran reinvención de sí mismo que Cruise ejecutó durante la década de los noventa: la saga Misión: Imposible, concretamente sus dos primeras entregas. Una vez más, el actor supo leer las señales en la hierba y pronosticó de forma correcta el rumbo hacia el que Hollywood se estaba dirigiendo. Si el futuro de un tipo como él estaba en las franquicias, pensó, entonces debería construirse la suya propia antes de que lo llamasen para formar parte de una ajena. Towne entendió lo que le pedía y cumplió con su cometido en dos encargos que, junto al drama romántico Pregúntale al viento (2006, también como director), conforman la última palabra creativa de alguien que siempre definió el proceso de hacer cine como una actividad muy similar a la pesca. Y, sin duda, Robert Towne atrapó algunos leviatanes a lo largo de las décadas.


REVISTA GQ





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