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martes, 16 de julio de 2024

Daniel Samper Ospina / Insulto como mineducación

 




14 Julio 2024 03:07 am

Daniel Samper Ospina

INSULTO COMO MINEDUCACIÓN

14 de julio de 2024

—¡Arbitro gono*$, pite ya! —gritó mi hija menor con todas sus fuerzas a la pantalla del televisor.

Mirábamos el partido de la selección contra Uruguay en familia; deglutidas las uñas en el primer tiempo, comenzábamos a comernos las falanges en el segundo y, cuando faltaban pocos instantes para lograr la hazaña, mi hija menor, a quien vi crecer entre muñecas, que jugaba a ser princesa hasta hace poco, insultó al árbitro como si estuviera en una plenaria del Senado:

—¡Hijuep*ta, malpar*do! ¡Pir*bo! —le gritaba.

No tuve otro remedio que llamarla al orden:

—¡Esa no es forma de hablar! —le dije.
—Pero tú nos mostraste en el almuerzo los trinos del ministro de Educación: ¡y yo solamente estoy hablando como él! —me respondió, mientras se ponía de espaldas y gritaba de nuevo—: ¡gono*ea!, ¡bobo hijuepu*a! ¡Termínalo ya!

La semana había comenzado en otro tono. El ministro Juan Fernando Cristo se estrenaba en su cargo enviando esperanzados mensajes de concordia: en este mismo espacio de Los Danieles dijo que había llegado el momento de que comprendiéramos que, unidos, “este país es la beggaquega”, para decirlo en sus palabras. Como primer ladrillo para la reconstrucción de la confianza, aportaba la promesa de que, suceda lo que suceda, el presidente Berto no se podrá reelegir.

Confieso que a veces temo que la pretensión última de Berto sea instalarse en el poder. Y tanto más me invade la desconfianza cuanto más repite él mismo la promesa de que no lo hará. No en vano hablamos del mismo hombre que juró en mármol que jamás convocaría una constituyente. Recordemos la escena. Era el año 2018 y el candidato Gustavo Petro se tomaba el casco histórico esta vez de Bogotá, y montaba en la plaza de Bolívar una rueda de prensa de categoría bíblica. Rodeado por Antanas Mockus, que hacía las veces de Moisés, y algunos apóstoles del partido verde, el Redentor humano sostenía dos tablas de mármol en las que se comprometía a no ser él: “impulsaré la empresa privada”, decía uno de los mandamientos; “manejaré los recursos públicos como recursos sagrados”, decía otro, seguramente sugerido por Olmedo López. “Nombraré a los más capaces”, afirmaba el octavo, aporte seguramente de Armandito. Y claro: “No convocaré una constituyente”. 

Habría podido añadir otros: “No estigmatizaré a la prensa”; “No cogobernaré con Laura Sarabia”; “Jamás acudiré al implante capilar, mucho menos para echarme una cana al aire en Panamá”.

Pero las palabras del ministro me inyectaron ánimo y, por si faltaran buenas noticias, la misma Laurita Sarabia escribía en su cuenta de Twitter el nuevo eslogan oficial: “¡Que el país nos una!”. Y  entonces me permití soñar, y por un momento visualicé que lográbamos ser una nación fraterna: que bajo un atardecer de ensueño, y sobre una hermosa campiña colombiana, conseguíamos tomarnos de las manos, como camaradas: Petro y Uribe, Armandito y Laurita, ¡Laurita y Marelbys!, Nicolás y el Otro Nicolás, ¡Daysuris y Laura Ojeda!; y que dábamos rondas en círculos, hermanados por el alma nacional, aquella fuerza invisible pero grandiosa que nos permite gritar los goles de la selección, tararear las canciones de Carlos Vives y señalar con la boca.

Al día siguiente, sin embargo, el presidente lanzó un trino que cayó como un rocket sobre mi optimismo: en él sentenciaba de esta manera al gremio de los conductores de camión por no apoyar su asamblea constituyente: 

“La extrema derecha se lanza en contra de la constituyente porque saben que el pueblo no va a retroceder a la sangre y el terror de las noches. A la sierra eléctrica. El poder constituyente ha sido convocado…”.

Berto, pues, acababa de inventar una nueva modalidad: la del camionero nazi. La del camionero fascista que lo es por no apoyar la constituyente que el propio Berto juró en mármol que no iba a convocar: ¡maldito rimulero que ya no es parte del pueblo sino de los grupos paramilitares! ¡Que utiliza la sierra eléctrica lo mismo para cortar el churrasco de los abundantes almuerzos de carretera que para llenar de terror las noches colombianas!

Traté de no perder el ánimo: de aferrarme de las palabras de Cristo y no de su Redentor político. Que el país nos una, me decía a mí mismo. Y que, para hacerlo, Laurita Sarabia le decomise el celular a Berto.

Pero en ese mismo momento el presidente anunció el nombramiento de Daniel Rojas como nuevo ministro de Educación y las redes se inundaron de sus trinos de fanático grosero. Era como asistir a la resurrección de la Nena Jiménez. Lanzaba insultos a todo aquel que cometiera el grave pecado de cuestionar a su jefe: vieja hijuetantas, bobo maric*n, pirobo gonorr*ea. Insultos y más insultos a periodistas, a líderes políticos. Y también a personas de bien.

¿No podía el presidente ofrecerle otro ministerio? Si ese era el criterio de selección, ¿no era mejor nombrar directamente al ingeniero Hernández, a doña Gloria, la del Metrocable? ¿Esa es la paz de Santos? ¿El hermano de Duque es mamón? ¿El de Laurita Sarabia, millonario?

No tenemos remedio. El presidente Berto es como la changua: simboliza lo que nos divide, no lo que nos une. Sacrifica a una ministra con posdoctorado en Educación y nombra en su reemplazo a un hombre sin preparación cuya mayor credencial es la estridencia de su sectarismo. En cualquier momento señala de paramilitares a quienes manifiesten algún reparo. 

Por eso, para el 2026 nuestra única esperanza es que la asamblea constituyente de Berto permita la elección de un presidente extranjero, y que podamos votar por el DT de la selección Colombia, Néstor Lorenzo: el hombre que une lo que Petro separa.

Mientras imaginaba que lo elegíamos, me sumé a la los gritos de mi hija.

—¡Acabalo ya, malparid*! —le pedí al árbitro.
—¡Pitá, pues, gonor*ea!

Y cuando al fin sonó el pitazo, me abracé con ella mientras sentíamos una dicha tan grande como el almuerzo de un rimulero.

¡Ojalá que hoy ganemos!


LOS DANIELES



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