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jueves, 7 de enero de 2010

Años de guerra / Vasili Grossman en el frente



El escritor Vasili Grossman, en el aeródromo de Ziabrovski, en agosto de 1941.


Vasili Grossman, en el frente

Se publican los reportajes de guerra del autor de 'Vida y destino' y la novela 'El pueblo es inmortal'


IGNACIO VIDAL-FOLCH
7 de enero de 2010

Vasili Grossman picó piedra durante años en la cantera de la guerra real antes de escribir Vida y destino, la epopeya sobre la sociedad rusa y la batalla de Stalingrado que algunas reseñas han definido como un Guerra y paz del siglo XX. Esa novela escrita en 1960 está, como suele decirse, "basada en hechos reales": los hechos, las observaciones sobre el terreno, que recoge un volumen recién publicado. Años de guerra (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores) incluye una novela propagandística de 200 páginas (El pueblo es inmortal); varios reportajes sobre diferentes frentes de combate; un detallado informe sobre la organización y procedimientos de exterminio en el campo de Treblinka, primer documento o uno de los primeros documentos en publicarse sobre la técnica de la Shoa (El infierno de Treblinka); y retratos y perfiles de soldados y oficiales destacados en el combate, desde el acerado general Rodimtsev, hasta el famoso francotirador Chejov, un asesino de precisión diabólica que Grossman nos presenta como un aplicado estudiante y ejemplo a seguir, dado que la causa es buena: "Salió de la escuela de francotiradores con la calificación de sobresaliente, el número uno de su promoción".
El libro incluye detalles del exterminio en el campo de Treblinka

Y como esa simpatía de Grossman por el ejecutor tiene lógica, y como se nos informa de que antes de decidirse a disparar a su primer blanco humano "Chejov estuvo cuatro minutos observándole sin mover un solo músculo. Esa extraña sensación de indecisión es conocida por todos los francotiradores antes de su bautismo de fuego", parte del interés de estas crónicas de guerra está en que invitan al lector a pensar y ver transitoriamente con esa lógica.

Desde que los ejércitos alemanes desencadenaron la Operación Barbarroja, la conquista de la URSS, en 1941, y hasta la destrucción y toma de Berlín, Grossman estuvo presente como corresponsal de guerra en todos los frentes escribiendo crónicas para Estrella Roja, órgano de información y propaganda del ejército soviético. Esto ya habla con elocuencia de los límites de la autenticidad de estas páginas. En ellas, el soldado ruso, como emanación de las maravillas telúricas del suelo y el pueblo, es por naturaleza sencillo, bueno y valiente.


Efectivamente, numerosos testigos cuentan que los soldados rusos de la II Guerra Mundial, "la gran guerra patria" según la denominación oficial soviética, eran de una fortaleza colosal y de un valor temerario. En los primeros pasos de la invasión, los soldados que tenían fusil iban delante al combate y detrás les seguían otros con las manos vacías y el ojo avizor para ver dónde caía abatido algún compañero para arrebatarle el arma y seguir combatiendo. A Grossman le admiran las hazañas heroicas de las que es testigo y siente curiosidad por el origen de tanto valor. "Unos dicen que la valentía es el olvido de sí mismo, y que esto sobreviene con el combate. Otros cuentan que al realizar hazañas heroicas sintieron un miedo inenarrable y que solamente la fuerza de voluntad y su capacidad para saber dominarse les conminó a levantar la cabeza e ir al encuentro de la muerte. Otros sostienen: 'Soy valiente porque tengo la convicción de que no me matarán'. El capitán Koslov... me decía que él, por el contrario, es valiente porque está convencido de que han de matarlo y por eso le da lo mismo morir hoy que mañana. Muchos consideran que el origen de la valentía es la costumbre... La mayoría piensa que es el sentimiento del deber, el odio al enemigo... Otros dicen que son valientes porque creen que en el combate les están observando sus amigos, sus parientes, sus novias...".


Estas disquisiciones interesantes, reunidas durante un momento de descanso en la batalla, se prolongan todavía unos párrafos más, pero Grossman se olvida o juzga prudente olvidar -en aquellas fechas todavía no era el desengañado del credo comunista- otras dos causas. La primera, que Stalin había cursado una orden personal de fusilar de inmediato al soldado que retrocediera sin recibir previamente orden de hacerlo. (De modo parecido sostuvo Pétain la moral de combate de la tropa francesa en las trincheras de Bélgica durante la primera guerra). La segunda, el hecho psicológico de que la lucha contra el invasor, y contra un invasor tan cruel y despiadado, era la ocasión de los rusos para reconciliarse con la patria, aparcando el conocimiento de lo que ésta venía haciendo con ellos.


Narrador sobrio, preciso, eficaz, el periodista Grossman no pierde el tiempo en denostar al enemigo con adjetivos innecesarios dada la magnitud y atrocidad de los hechos. Como en Vida y destino, en Años de guerra los capítulos sobre el heroísmo y sacrificio de los soldados en la defensa de Stalingrado y sobre la indefensión y el miedo de los judíos al llegar a Treblinka son aquellos en que mejor despliega sus grandes facultades de observación y su capacidad de transmitir su empatía con los que tanto sufrieron.


EL PAÍS



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