María Félix (1914-2002), retratada en 1956.PHILIPPE HALSMAN |
María Félix: la glamurosa mexicana adelantada a su tiempo
110 años después de su nacimiento, revisitamos las impresionantes colecciones que conformaban el mundo en el que decidió vivir la actriz y cantante
Octavio Paz escribió alguna vez: “María Félix nació dos veces: una cuando sus padres la engendraron y otra cuando se inventó a sí misma”. Y en esa invención creó mundos estéticos e ideológicos que también llevaron al poeta y premio Nobel a decir de ella: “Es un relámpago que desgarra las sombras”. De ella se dijo de todo: que era soberbia, ambiciosa, calculadora, devoradora de hombres, pero la realidad es que era una mujer adelantada a su tiempo que no encajaba en una época donde ellas callaban muchas cosas y donde una sociedad de doble moral imperaba. En sus entrevistas ponía sobre la mesa temas como el machismo y la violencia doméstica y animaba a las mujeres a estudiar y ser autosuficientes. La prensa de la época fue muy cruel con ella y la calificó desde asesina hasta drogadicta sin fundamento alguno. Ella, en lugar de molestarse, creó un álbum con titulares que la atacaban para regodearse en ellos y fortalecer esa autoconstrucción de sí misma.
Su creación no se limitaba a su persona, sino también al mundo en el que quería vivir. Solía decir: “Donde están las antigüedades, estoy yo”. Y tan cierto era que fue descubierta para el cine cuando contemplaba embelesada el aparador de una tienda de antigüedades. A partir de ese momento empezó la invención de la Félix por parte de otros, como el diseñador Armando Valdés Peza y un equipo que la ayudó a modular su voz y a disimular su tartamudez hasta el punto de hacerla imperceptible. Pero la gran creación fue personal y nació de una vasta inteligencia, una gran disciplina y el temprano entendimiento de lo que causaba en los demás. Un poder que se puso de manifiesto cuando, siendo una desconocida, exigió que su debut en El peñón de las ánimas fuera en un papel estelar y que su salario fuera más alto que el de cualquiera de sus colegas (incluido Jorge Negrete, que ya era una estrella). Se negó a usar la ropa que le habían asignado y pidió que todo su vestuario fuera comprado en El Palacio de Hierro, que en aquel entonces era, en cuestiones de moda, a lo mejor que se podía aspirar en México, ya que tenía una taller de alta costura y una gran tienda de telas.
Chavela Vargas decía que los mexicanos nacen donde les da la gana y ella eligió no solo nacer en Álamos, Sonora, al norte de México, sino también hacerlo y morir el mismo día: el 8 de abril (de 2002) a los 88 años (había nacido en 1914), el número que se asemeja al infinito, como infinita era María. Para celebrarlo, el Estate of María Félix y el mismo Palacio de Hierro, a través del Fomento Social María Félix y la colaboración de coleccionistas privados, pusieron en pie María y la moda, 1914-2024, exposición que pudo verse en Ciudad de México en abril. Ella solía decir: “Yo busco lo bello, lo que nadie tiene, soy una fanática del esplendor”. Eso y su gusto por el exceso eran palpables en sus casas de París, Cuernavaca y la colonia Polanco, en México, así como su manía por los textiles antiguos e insospechadas colecciones étnicas.
Hanzel Ortegón, uno de los grandes especialistas en María Félix, comisario de la exposición y miembro del Estate of María Félix, comenta: “María era una coleccionista de colecciones, su vida podría dividirse como las salas de un museo. Coleccionó amores, canciones y pretendientes, entre los que se cuentan Diego Rivera, que le traía serpientes de Oaxaca que ella dejaba libres en el jardín de una de sus casas, y Luis Miguel Dominguín, con quien salió algunas veces después de un encuentro en el aeropuerto de Barajas. Poseía grandes colecciones de porcelanas francesas, de textiles y encajes, de plata, de pintura (incluidos retratos suyos de artistas como Leonora Carrington, Leonor Fini, Remedios Varo y su última pareja, Antoine Tzapoff), de antigüedades, de libros antiguos y raros, de artes decorativas, de cristalería, de joyas y de un gran etcétera que la ayudó a lograr esa atmósfera espectacular que siempre la rodeaba”. A todo ello se añadía su abanico de amistades ilustres, con personajes tan diversos como Dalí, la duquesa de Windsor o Sara Montiel, además de sus cinco esposos (Enrique Álvarez, el cantante Raúl Prado, el compositor Agustín Lara, el actor Jorge Negrete y el banquero Alexander Berger).
“Con su visión siempre de progreso, cuando se casó con Alex Berger, el empresario francés que le dio tanta contención y soporte, y empezó a pasar temporadas mucho más largas en París, se empezó a preguntar por qué la Ciudad de México no tenía un metro como el de esa capital. Fueron ella y Berger quienes iniciaron las gestiones para ponerlo en marcha. En el salón de su casa de Polanco se presentaron los primeros planos. Cuando le preguntaban cuál había sido el mejor regalo que le había hecho Berger, ella contestaba: “El metro, que es mío y me lo regalo
Uno de los tocadores de María Félix |
“María era efectista y por eso no le importaba mezclar uno de sus impresionantes collares de serpiente o cocodrilo de Cartier con un lazo de bisutería. O para el desmayo de muchos, alterar piezas históricas para que acabaran encajando con su mundo. María Félix cruzaba los océanos con una treintena de maletas, modisto personal, peinadora, Topolino —la mujer a quien llevaba con ella a todas partes única y exclusivamente para que le pusiera las pestañas—, secretaria y el niño, un maletín de mano en el que llevaba consigo todas sus joyas. En resumen, todo aquello que ella necesitara para lograr la majestuosidad y el efecto deseado”, explica Rodrigo Flores, director de Experiencias de El Palacio de Hierro.
Casa de María Félix en Cuernavaca |
En cuanto a aquel aparador de la tienda de antigüedades delante del cual fue descubierta para el cine, lo que María Félix estaba contemplando eran un candil y un espejo de porcelana alemana Dresden de la gama cromática de colores pasteles que tanto le gustaba, los mismos que se compró con su primer sueldo cinematográfico y que la acompañaron literalmente el resto de su vida. Ese mismo candil era el que estaba colocado sobre su cama en su casa de Polanco, en la que murió aquel 8 de abril de 2002. Puede que cuando recibió ese primer sueldo por sus prestaciones de actriz hubiera muchas otras necesidades básicas que atender, pero María siempre supo que la vida le iba a seguir dando oportunidades que iba a tomar. Porque ella misma lo decía así de claro: “Yo no vivo a la altura de mis expectativas, vivo a la altura de mis posibilidades”.
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