Magalí Etchebarne: “El cuento me parece un género complejo”
Bel Carrasco
19 de junio dd 2024
Madres e hijas, hermanas, amigas… Mujeres que se enfrentan a la muerte en diferentes lugares y circunstancia pero siempre cerca del agua. Son las protagonistas de los cuatro relatos que componen La vida por delante(Páginas de Espuna, 2024), de la escritora y editora argentina Magalí Etchebarne, ganadora de la séptima edición del Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve, que entre mayo y junio ha realizado una gira por España. Cuatro historias autónomas pero vinculadas por la misma voz potente, la de una narradora capaz de abordar asuntos sombríos con elegante distanciamiento y una vena poética. Dos de ellas conectadas como sendas ramas del mismo árbol. Etchebarne habla de la lucha inútil contra la vejez — «Esa forma obscena que tiene la piel de separarse de los músculos como si quisiera divorciarse»—, de la enfermedad, del desgaste del amor —«¿qué es lo que tiene que pasar para que una pareja implosione?»—y de ciertas piedras de obsidiana que usan las mujeres. Y lo hace bajo una mirada sagaz y comprensiva con la fragilidad de la naturaleza humana.
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—Los cuentos suelen ser antesala de la novela. ¿Crees que será así en tu caso, o te encuentras a gusto en el relato breve?
—Suele ser percibido el cuento como un género de ensayo, una forma de iniciación para escribir algún día una novela, para al fin pasar al gran género. No me identifico para nada con esa manera de concebirlo, me parece un género complejo, tan rico como la novela, con una potencia y una contundencia que la novela muchas veces imita. Me gusta leer relatos, me gusta intentar escribirlos, me parece dificil hacerlo y trabajo mucho tiempo en cada uno. Tengo algunos otros proyectos por delante para los cuales no imaginé todavía una forma exacta, y eso también me gusta.
—Los cuatro relatos que incluye tu libro tienen entre ocho y quince páginas. ¿Es ese el rango en el que te sueles mover?
—Hasta ahora he publicado dos libros de relatos, La vida por delante y, en 2017, Los mejores días. Los cuentos que formaron parte de ese libro son cuentos más breves, de por lo menos la mitad de páginas, así que no creo que pueda hablar actualmente de un rango o un patrón en el que me mueva exactamente. Quizás los que estoy escribiendo ahora vuelvan a ser extensos, todavía más que estos que forman parte de La vida…
—¿Qué proceso sigues desde que surge la idea matriz hasta que la das por culminada en palabras?
—Suelo tener escenas o personajes, más que ideas matrices. Incluso uno de estos cuentos nació simplemente de una frase que le escuché decir a un hombre una noche en una fiesta. Me inquietó y me produjo una amargura tan inexplicable que volví a mi casa y la anoté. Luego, durante mucho tiempo, hice crecer desde ahí, y alrededor de esa frase, una trama. Como si pusiera andamios para rodear esa cosita y dejarla que se ramifique. Imagino siempre la escritura como un proceso en el que avanzo bastante a tientas, sin demasiadas certezas y luego, un día, después de mucha escritura, la idea del relato aparece, puedo verlo con nitidez. Pero no sé si es la etapa que más disfruto del proceso, me gusta también todo ese tiempo medio atontado, aparentemente inutil y desordenado de sumar, sumar, exagerar e inventar alrededor de esa semilla original.
—¿Buscas los temas en la realidad o en otros ámbitos?
—En la vida. La vida siempre me da la primera linea. Por eso es que me cuesta mucho pensar en esa imagen del pánico a la hoja en blanco. Creo que no existe la hoja en blanco, ni en la vida ni en la escritura. Casi todo ya está empezado en la cabeza, en la imaginación, desde mucho tiempo antes de ponerme a escribir. Diría que solo me siento, con esfuerzo, a tirar de ese hilo.
—La lucha contra la vejez y la enfermedad, el suicidio, la muerte, la descomposición de la pareja… Abordas temas duros pero sin dramatismo, con una especie de elegante serenidad e incluso humor. ¿Por qué crees que se da ese contraste?
—Hebe Uhart dijo que el humor es una forma de perdón en el texto, que el humor sale del perdón, digamos, y como quien escribe suele ser muy narcisista y esa suerte de superioridad que aparece solo perjudica a lo que se escribe, el humor es un rescate. No puedo pensar que ese hombre por decir esa frase es despreciable y que yo porque la anoto soy superior y por lo tanto mi narradora tiene razón. Me interesan los matices, lo misterioso. Porque quizás esa frase no había sido dicha con ninguna mala intención y fui yo la que operé de manera condenable llevándomela para mi cosecha. Entonces, cuando escribo pienso que no tengo del todo razón, pero que soy como una actriz intentado convencer a quien me va a leer de que las cosas son como yo digo, engañando a conciencia, seduciendo al lector para que se quede ahí.
—Las mujeres son protagonistas prioritarias y los hombres salen bastante mal parados. ¿Una forma sutil de generar una narrativa feminista?
—Soy feminista y seguramente lo que haga sea feminista, aunque no creo que los hombres salgan tan mal parados. Me parece que son hombres que están tristes, un poco vencidos por la vida, que a veces no pueden asumir su dolor o su falta de gracia. Eso no los vuelve en ningún relato sujetos odiosos o malditos, sino simplemente humanos.
—He oído que de niña escribías cartas a la mujer que serías en un futuro. ¿Qué le dirías hoy a la niña que fuiste?
—Lo que me perturbaba cuando hacía eso era la pregunta por a dónde iría esa que era, me dejaba cartas para recordarme quién era, qué me gustaba, qué hacía, porque temía olvidarme y convertirme en otra persona. Creo que le diría que tal como me imaginaba un día esa niña desaparece, que ya no soy la misma, y eso no está mal, está muy bien crecer, ser una señora.
—Entre los comentarios halagüeños que habrás leído sobre tu obra, ¿cuál te ha sorprendido más? ¿Y con cuál te identificas más?
—Todos me sorprenden y no sé si me identifico. Tampoco me identifico del todo con los comentarios negativos. Me sorprendió una lectura que me hizo una chica en un club de lectura en Madrid, me dijo que en el libro aparecían muchas amigas, la amistad como salvataje, y una forma de salir del dolor. Es algo que no me había dado cuenta de que aparecía en todos los relatos, y me gustó.
—¿Qué sinergias existen entre tu actividad como editora y como escritora?
—Trabajo como editora hace diez años, que es una forma de lectura. Pero conviven perfectamente porque no dejo de estar leyendo, que es lo que más sirve para escribir.
—¿De qué grandes cuentistas te sientes deudora?
—Me gustan los escritores norteamericanos, Carver, Salinger, Cheever… Me gusta mucho también Claire Keegan, que es una autora irlandesa increíble y hace algo emocionante con los cuentos. Amy Hempel, Grace Paley o Lorrie Moore me enseñan el humor, me gusta A. M. Homes por su sordidez. Pero crecí leyendo a cuentistas latinoamericanos como Borges, Córtazar, Felisberto Hernández, Horacio Quiroga. Más tarde, bastante más tarde, llegué a la escritura de las mujeres, Clarice Lispector, Silvina Ocampo y fue una felicidad difícil de explicar.
—Los mejores días y ahora La vida por delante. Tus títulos son una declaración de optimismo. ¿Cómo has evolucionado entre ambos libros?
—¡Es cierto! Pero creo que también son irónicos, en ninguno hay tanta vitalidad, me parece. Incluso La vida por delante me parece un conjunto de relatos más oscuros.
—¿Qué significado tiene la presencia del agua, una constante en todos los relatos?
—No imaginé un significado. En general en todos los relatos hay viajes, traslados hacia lugares naturales como la playa o las cataratas. Un amigo escritor me dijo que eran escapadas como formas de un hedonismo berreta.
—¿Y la piedra de obsidiana? ¿Es fruto de tu imaginación o algo real?
—Es algo real. La obsidiana es un vidrio, un resto de roca volcánica, y leí y escuché sobre mujeres que la usan como en el cuento porque se le adjudican poderes curativos. Me pareció muy llamativo que una mujer estuviera dispuesta a usarla de una forma tan incómoda como se propone con el fin de sentirse mejor.
—El primer y el tercer relato enlazan a los mismos personajes en torno a la que me parece la gran protagonista del libro: Beatriz Elisa Sánchez. ¿Es un homenaje a tu madre o a todas las madres en general?
—Creo que es una madre un poco monstruo y mamushka de muchas madres. Mi madre no se parece en nada a esa mujer, pero me divirtió imaginarme una suerte de máquina de emitir sentencias, máximas, alguien para quien el dolor se vuelve su condena pero también la justifica en su victimismo.
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