Fabián Casas y Adrián Dargelos abordan el misterioso caso del poeta que meditó hasta desaparecer
Con epílogo del escritor y contratapa de la estrella de rock, la editorial Nebliplateada acaba de publicar un libro atribuido a un enigmático (¿y existente?) escritor estadounidense, un tal Boy Fracassa
Fondo blanco y una postal de viaje en el centro. Un hombre de gran contextura, edad indefinida —¿20 años?, ¿30?, ¿40?, ¿cuántos?—, cabello prominente, pómulos hinchados, y las cataratas de fondo. Parece ser Brasil. Arriba, con lapicera, “Los poemas de Boy Fracassa”. Es un nombre llamativo: gracioso y a la vez altivo. Adentro del libro, efectivamente, poemas. Y algunas cosas más: Martín Caamaño, quien tradujo el libro del portugués, incluyó una “Nota del traductor”; el poeta Fabián Casas le dedica un epílogo; y Adrián Dárgelos, poeta, líder de Babasónicos, escribió la contratapa, cuya rareza es que se extiende hasta la solapa. ¿Quién es ese caballero corpulento que posa con suma tranquilidad y que escribe cosas como “mi musculatura es proporcional a mi desesperación” y “el mundo está lleno de dolor mal distribuido”? En principio, un secreto que acaba de develarse: Los poemas de Boy Fracassa es la última novedad de Ediciones Nebliplateada.
Sigamos recorriendo el libro. En la espalda de este objeto blanco y delgado, Dárgelos —que tras una larga carrera musical aún lejos de amainar, en 2019 publicó su primer poemario, Oferta de sombras, y este año, el segundo: La voz de nadie— cuenta cómo llegó a su poesía. Habla de Lanús a finales de la década del ochenta. Recuerda a un grupo de chicos, todos entre la adolescencia y la adultez, todos más grandes que él, que se fueron de vacaciones a Brasil y cayeron en cana por fumar marihuana y que la policía dejó ir a cambio de todo el dinero que tenían. Uno de ellos, Carlitos Vicio, se quiso quedar. “No supieron nada de él hasta seis meses más tarde. Volvió cambiado, hablando un portugués muy fluido (...) Lo cierto es que Carlitos era otro”, cuenta Dárgelos que, asegura, se lo cruzó en la calle, le contó su versión de los hechos, y le “regaló un libro pequeño y manoseado que traía consigo. Ese libro era The Sertón de Boy Fracassa”.
“La primera vez que escuché el nombre de Boy Fracassa fue en 2018 durante una beca de traductores latinoamericanos en Suiza”. Así inicia el prólogo de Caamaño, quien tiene dos novelas publicadas (Pálido reflejo y Oslo), ochos discos con Rosal y un largo idilio con la literatura brasileña, de la cual es especialista. Esta “Nota de traductor” comienza con la anécdota de un brasileño que allá, en Suiza, le empieza a hablar de Fracassa, le manda versos por WhatsApp y le siembra la semilla de la obsesión. “Años después Fabián Casas me mandó un largo audio contándome que tenía la mesiánica idea de publicar The Sertón en Argentina y me pedía que me hiciera cargo de la traducción”, cuenta, y sigue: “Traducir poesía no es tarea fácil. Traducir a Fracassa mucho menos. Ya el título, una referencia explícita a Euclides da Cunha y su Os Sertões, uno de los libros fundacionales de la literatura brasileña, anticipa las complejidades con las que tenía que enfrentarme”.
Fabián Casas encontró el libro en la biblioteca que el tenista Gastón Gaudio tiene en su casa. Con él, cuenta, vivió en “un momento muy inestable” de su vida. A su vez, Gaudio recibió ese libro de manos de otro tenista, el brasileño Guga Kuerten, también tenista, que a su vez le fue obsequiado por su prima Clarice, “una viajera intrépida”. El original de The Sertón, el manuscrito de Fracassa, es “una libreta de apuntes con varios poemas que queda abandonada en una mochila hecha pedazos en un costado de una choza en un rincón de la selva”, cuenta en el epílogo, el postfacio, el poeta y escritor. Luego, el devenir hizo que le llegue a más y más lectores, hasta que un editor tuviera el tiempo, el dinero y las suficientes ganas de publicarlo. Y ahora, según entendemos, Casas lo propone, Caamaño lo traduce, Dárgelos le escribe la contratapa y la editorial Nebliplateada concreta el sueño de que estos poemas lleguen a los lectores hispanohablantes.
Los poemas no tienen títulos, cada uno ocupa una página, y se leen como escenas y pensamientos encadenados. El primero, el que abre, es el siguiente: “La pequeña niña del corazón del sol/ se despertó más grande/ toda la tribu la rodeó/ para que no manchara el río/ con su sangre/ Yo lloré de emoción”. El segundo habla de un hombre, el Padrino Alfredo, quien le da un hondo consejo: “Mirá tu alma/ repleta de desgracias/ y buscá un lugar/ para las bellas aventuras”. El tercero, que cuenta sobre la llegada de “una persona original” a la colonia y sobre un “dolor de cabeza a granel”, parece una referencia a El entenado de Juan José Saer; aunque puede ser una casualidad. Con una atmósfera selvática, donde lo místico se abre como un estadío superior a lo mundano de la civilización, los poemas dibujan nombres, escenas, objetos, detalles y trafican ideas totalizadoras: “Este poema es sobre la mente en blanco. / Tratando de decir que el pensamiento es dolor”.
“La historia de la poesía podría ser una biografía de la respiración. Algo así debe haber sentido Boy Fracassa cuando decidió abandonar -de un día para el otro- la Colonia 5000 donde vivía en comunidad en el Amazonas e internarse en la selva para meditar e intentar -según las palabras referidas por su amigo Horacio Tomasello con quien compartía una choza en la colonia- aprender a vivir del aire”, dice en el epílogo Casas, donde revela más cuestiones de este enigmático personaje. Luego se pregunta por qué escribió en portugués y no en su inglés natal, y la respuesta que encuentra es la que recibe de Tomasello: “Decía que en esa lengua nueva habitaba el genio, algo que era imposible que surgiera en su lengua natal tan asimilada al ‘sentido común‘”. Ese genio del que habla es “algo que anida en el interior de todas las personas, dando una variante a la idea de genio aristocrática que tenía, por ejemplo, Nietzsche”.
“Lo único que quiero/ es poder/ misterio/ y el martillo de los dioses”, escribe. También refiere a alguien que “se fue a meditar al fondo del bosque/ pero no había bosque”, de alguien que “se fue a meditar donde nadie puede meditar”. ¿Habla de él mismo? “Dear Jacqueline/ te pido perdón/ por esa vez que rompí el lavarropas/ que te regalaron tus padres/ por todas las veces que cambié de personalidad”, se lee en este poema epistolar a su hermana. Luego se pierde observando a unas hormigas rojas y vuelve a hablarle a Jacqueline, de él, de ella, de un cambio, del futuro: “pero pronto/ lo sé/ volveré a ser genial”. También hay optimismo en Boy Fracassa: “igual supongo que los humanos ganarán”. No lo afirma, lo supone. Hay más duda que certeza, pero se inclina sobre esa posibilidad: hay esperanza. ¿A quién le ganarán los humanos? ¿A la tecnología? ¿A las fuerzas ocultas de la naturaleza? Ese es otro secreto que Boy Fracassa se llevó adonde quiera esté.
Otro verso: “Dediqué mi vida a algo que no tiene sentido”. Quizás eso explique este poema: “Qué pregunta estúpida/ es qué libro te llevarías a una isla desierta/ a una isla desierta/ me llevaría/ un revólver/ para pegarme un tiro/ los libros son para leerlos entre la gente”. ¿Qué hace Fracassa en Brasil, en la colonia primero, en la selva después? ¿Qué busca, de qué escapa, existe la idea de volver, a dónde? Según Casas, “tuvo que abandonar Estados Unidos por la persecución macartista”, luego llega a Uruguay, a una comuna de tupamaros, se enamora de un tal Victoria —el libro está dedicado a ella: “To Victory, ever”—, y viaja por el continente hasta llegar a Brasil donde, parece, encuentra algo importante: ¿silencio?, ¿tranquilidad? ¿a él mismo? “Empezó a meditar un día en posición de loto, adentro de un árbol inmenso que le servía de cobijo. Estuvo así muchos días sin consumir agua ni alimentos”. Diez días en total, luego desapareció: se esfumó para siempre.
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