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viernes, 28 de junio de 2024

Criar grillos para matar el hambre

 



Criar grillos para matar el hambre 

Cedric Nkundwanabake, un ingeniero agrícola de Ruanda, que abrió su granja de grillos en 2016, afirma que estos insectos, como gusanos y otros, son una fuente de proteína inmejorable para la creciente población mundial. Y no anda errado: hace años ya que la FAO asegura que pueden ayudar a paliar la demanda alimenticia


JOSÉ IGNACIO MARTÍNEZ RODRÍGUEZ
Kigali (Ruanda) - 

“Si a alguien le hacen falta proteínas, con cinco o seis grillos grandes le sería suficiente para una comida. Tendría que pagar por ellos unos 500 francos ruandeses (algo menos de 45 céntimos de euro), lo que no es demasiado caro. ¡Y están muy buenos! Además, muchas personas en Ruanda no disponen de medios suficientes para comprar carne, pero estos insectos pueden paliar todas esas necesidades”, explica Cedric Nkundwanabake, de 31 años, mientras pasea entre una media docena de contenedores de plástico que parecen saludarle con un gri, gri, gri. Y añade: “La gente tiene la idea de que en la comida solo interesa la cantidad, pero lo que importa realmente es la calidad. Además, con estos bichos se pueden hacer otras cosas: mezclarlos con pan, elaborar harinas…”.

Nkundwanabake, que proviene de una familia ruandesa tradicional y numerosa –tiene seis hermanos y una hermana–, estudió Ingeniería Agrícola y se ha dedicado profesionalmente al cultivo de diferentes plantas comerciales y vegetales desde que acabó la universidad, además de al activismo contra el plástico. Pero un viaje a Uganda, hace ya más de un lustro, le abrió una puerta que nunca antes había pensado en cruzar. Él lo recuerda así: “En ese país vi a gente cocinando y comiendo insectos. Los disfrutaban, así que empecé a buscar información por internet. Toda la que pude: cómo se alimentaban, qué cosas necesitaba para su crianza… En 2016 comencé con dos cajas de grillos y fundé mi propia compañía, la Cricket Farming Rwanda. Lo hice en mi pueblo, Shyorongui, sin presión y sin ganas de competir con nadie. Primero quería aprenderlo absolutamente todo”.

Desde entonces, todo ha sido un continuo experimento para Nkundwanabake y sus grillos. Ha probado diferentes tipos de alimentos, distintas cajas, diversas intensidades de luz artificial… “Lo que más les gusta son las zanahorias y otros vegetales como coles, pero los más pequeños necesitan algunas proteínas extra. Desde que nacen del huevo hasta que nos los podemos comer, deben pasar unos tres meses como mínimo. Y, cuando el clima no es demasiado bueno, es mejor para las crías si las meto en unas jaulas especiales. Por ejemplo, estos que vienen ahora son de cuarta generación”, dice mientras señala una especia de cajonera llena de arena donde no se ve nada más a simple vista. “Hasta ahora tengo muchos gastos porque debo pagar también el alquiler de la casa, pero ya los he probado y la verdad es que me gustan mucho”.

Combatir el hambre y preservar los recursos

Cedric Nkundwanabake no anda desencaminado al hablar de que los grillos, y los insectos en general, podrían ayudar de una manera notoria a luchar contra el hambre. En Ruanda, y pese a la significativa mejoría económica experimentada en los últimos años, el 40% de la población del país (de algo menos de 13 millones de personas) vive todavía bajo el umbral de la pobreza. Y en África, en general, las estadísticas no son más halagüeñas; pese a albergar al 16% de los habitantes del planeta, acoge también al 30% de los pobres del globo y únicamente alcanza el 2,8% del PIB mundial. Uno de cada cuatro africanos padece desnutrición. “Muchas de las naciones de nuestro entorno lloran y sufren malnutrición. Esto es una innovación que puede ayudar a mucha gente”, afirma Nkundwanabake.

La Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) también se ha pronunciado en términos parecidos. Ya en 2013 elaboró el extenso informe Insectos Comestibles. Perspectivas futuras para la seguridad alimentaria y de los piensos, donde indicaba que muchas especies tenían tantas proteínas como la carne, animaba a su consumo y afirmaba que su producción era mucho más barata. También decía este organismo de la ONU que ya entonces había 2.000 millones de personas en todo el mundo que habían incorporado estos bichos a sus dietas. “Ten en cuenta que nosotros podemos dormir aquí mientras criamos grillos en la habitación contigua sin problemas. Además, muchas mujeres se quedan en casa diariamente para cuidar a sus hijos. Podrían también atender a estos animales, lo que supondría no solo una buena fuente de proteínas, sino también una manera de conseguir ingresos extras para sus familias”, se aventura a decir Nkundwanabake.

Pero es que, además, la crianza de insectos podría ayudar a rebajar la huella ecológica de las macrogranjas y reducir el consumo de recursos tan indispensables como escasos en algunos lugares del mundo. Los grillos, por ejemplo, producen 80 veces menos metano que las vacas y precisan menos comida; obtener medio kilo requiere únicamente un kilo de alimentos por los 12 kilos necesarios para conseguir medio kilo de carne de vaca. Y, con el agua, más de lo mismo. Según la FAO, se necesitan en torno a 15.000 litros de agua para generar un kilo de carne, mientras que los insectos que cría Nkundwanabake en su pueblo consumen 40 litros para lograr un aporte proteico similar. “A nivel internacional, el trato al ganado vacuno no es bueno y los animales sufren y se estresan mucho. Con los grillos no pasa esto; crecen de una forma orgánica y natural”, asegura convencido el ingeniero.

Un hueco en el mercado

El mercado de insectos y de grillos se está abriendo camino en Europa y en Estados Unidos a pasos agigantados, sobre todo para la elaboración de harinas y piensos, y todo hace indicar que irá a más en el futuro: un informe publicado en 2019 calculaba que, para 2030, este negocio alcanzará los 7.200 millones de euros, impulsado por la demanda de comida del creciente número de humanos en la tierra. No en vano, se espera que la población mundial aumente en casi 1.000 millones de personas para ese año y se sitúe en los 8.550 millones, y que en 2050 su aúpe hasta los casi 10.000 millones. Para satisfacer las necesidades de tanta gente, la producción de alimentos actual debería duplicarse, lo que requiere encontrar métodos de producción sostenibles y respetuosos con el medio ambiente y que den como resultado comestibles que contengan altos niveles de nutrición. Y aquí, grillos, gusanos y compañía se posicionan como una buena solución.

Con todo, y pese a este presumible auge de los insectos en el mundo, Nkundwanabake explica que comercializarlos en Ruanda y en África está costando un poco más. “Es algo nuevo y hace falta una estructura mayor, por lo que no resulta fácil. Cambiar la mentalidad de la gente es un proceso lento y complicado, pero hay que explorar el sistema y hablar con las comunidades para que puedan ellos criar sus propias cajoneras. Hace falta mucho entrenamiento y muchas muestras para que, poco a poco, se vaya entendiendo todo mejor”, señala. Por ello, finaliza, su idea es seguir explorando, continuar experimentando las múltiples posibilidades que pueden dar sus grillos. “Alrededor del mundo hay gente que hace hamburguesas, quesos… Yo quiero llegar hasta allí. Ya me han llamado de algún hotel interesándose, así que no sé. Quizás pueda surtirlos o abrir mi propio restaurante. Aunque no sea muy grande”.


EL PAÍS 



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