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jueves, 18 de abril de 2024

Sara Jaramillo Klinkert / Lo terrible y lo hermoso

 


Lo terrible y lo hermoso

Cada persona debería descubrir qué la hace sentirse así de conectada y de viva. Sentirse parte de un engranaje en el que todas las piezas son igual de indispensables.


Sara Jaramillo Klinkert

14 de abril de 2024


Hace apenas unas semanas se murió una de mis gallinas. Lo anterior no tendría nada de raro si no fuera porque murió de vieja. Macarena debió ser la única gallina del mundo que se pudo dar ese lujo. Yo he sido gallinera desde chiquita. Cuando el papá iba al pueblo y nos preguntaba qué queríamos encargar yo siempre pedía pollitos que luego se convertían en gallinas. Al cabo de un tiempo desaparecían misteriosamente, incluso Pinka que fue la que más tiempo duró. Dormí por años con ella dentro del cuarto y cuando empezó a poner huevos siempre lo hacía dentro de mi clóset. Tuvimos gallinero muchos años hasta que vendimos la finca y nos mudamos a la ciudad, pero cuando la mamá decidió volver a vivir en el campo lo primero que hicimos fue comprar una pareja. Así llegaron Macarena y Roque. Eso fue hace como diez años. Roque se mantenía buscando insectos que siempre le cedía. Después de que Macarena murió, él seguía esperándola con grillos y lombrices entre el pico y luego, como si recordara que ella no estaba, se echaba en un rincón a pasar la congoja.

Una vez mi novio me contó una historia impresionante. Su hermano menor era equitador y tenía un caballo llamado Dick Tracy. El apego al caballo era tal que, en época de vacaciones, dormía dentro de la pesebrera. Una vez viajó a Cali a participar en un torneo y allí tuvo un accidente automovilístico en el que perdió la vida. Tenía 17 años. Un par de meses después Dick Tracy murió. Era un caballo joven, fuerte y sano. A mí que nadie venga a decirme que los animales no tienen sentimientos. La gente que dice eso jamás ha tenido un animal cerca. O no se lo ha detallado. O en su cabeza sigue arraigado un rancio antropocentrismo que le impide ver más allá de sus narices.

En estos días repasando mis notas, mis ideas de relatos y mis entradas del diario me he dado cuenta de que mi imaginario está lleno de animales. Concluí que ellos son una parte fundamental de mi vida. Disfruto con cosas tan simples como ver a las arañas tejiendo, las filas de hormigas arrieras cargando pedacitos de hojas, los perros corriendo por la playa o la montaña, las iguanas asoleándose, los micos durmiendo sobre las ramas de los árboles y los pájaros recogiendo ramitas para hacer el nido. Hoy no sólo agradezco la existencia de todos los animales sino también mi capacidad de sentirme parte de un todo que los incluye a ellos. Cada persona debería descubrir qué la hace sentirse así de conectada y de viva. Sentirse parte de un engranaje en el que todas las piezas son igual de indispensables. Descubrir que puede ser araña, hormiga, perro, iguana. Que puede mirar los pájaros hasta convertirse en pájaro.

A Macarena la enterramos hace unas semanas al término de las cuales Roque amaneció muerto, pese a estar completamente sano. Parece terrible pero, al mismo tiempo, confirma un profundo vínculo entre ellos y eso también es hermoso.


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