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viernes, 9 de febrero de 2024

George R. R. Martin / Sansa en el Nido de las Águilas



George R. R. Martin
SANSA EN 
EL NIDO DE 
LAS ÁGUILAS

Ya estaba muy avanzada la tarde cuando Lady Lysa la mandó llamar. Sansa llevaba todo el día haciendo acopio de valor, pero en cuanto Marillion apareció en su puerta volvió a sentirse invadida por las dudas.
    —Lady Lysa requiere vuestra presencia en la Sala Alta.


    Mientras se dirigía a ella el bardo la desnudaba con los ojos, pero a eso ya estaba acostumbrada.
    Marillion era atractivo, eso no se podía negar; juvenil, esbelto, de piel inmaculada, cabellos color arena y sonrisa encantadora. Pero había conseguido que lo detestara todo el Valle excepto su tía y el pequeño Lord Robert. Según los criados, Sansa no era la primera doncella que tenía que soportar su acoso, y las demás no habían tenido a un Lothor Brune que las defendiera. Pero Lady Lysa no quería ni oír una queja contra él. Desde su llegada al Nido de Águilas el bardo se había convertido en su favorito. Sus canciones dormían a Lord Robert todas las noches, y también servían para humillar a los pretendientes de Lady Lysa con versos que se burlaban de sus puntos flacos. Su tía lo había cubierto de oro y regalos, ropajes lujosos, un brazalete de oro, un cinturón con incrustaciones de adularias, un hermoso caballo... Hasta le había dado el halcón favorito de su difunto esposo. Con ello, lo que había conseguido era que Marillion se mostrara extremadamente cortés en presencia de Lady Lysa y extremadamente arrogante en cuanto le daba la espalda.
    —Gracias —le dijo Sansa con tono seco—. Ya sé por dónde se va.
    Pero no surtió efecto.
    —Mi señora ha dicho que te lleve ante ella.
    «¿Que me lleve?» Aquello no le gustaba nada.
    —¿Ahora hacéis las veces de guardia?
    Meñique había echado al capitán de la guardia del Nido de Águilas para poner en su lugar a Lothor Brune.
    —¿Acaso hace falta que te guarden? —preguntó Marillion—. Por cierto, estoy componiendo otra canción, una canción tan dulce y triste que derretirá hasta tu corazón helado. La voy a titular «Una rosa al borde del camino». Habla de una niña bastarda tan bella que hechizaba a todos los hombres que la miraban.
    «Soy una Stark de Invernalia», habría querido decirle. Pero se calló y asintió, y dejó que la escoltara por las escaleras de la torre y por el puente. La Sala Alta llevaba cerrada desde que ella había llegado al Nido de Águilas. Sansa se preguntó por qué la habría abierto su tía. Por lo general prefería la comodidad de sus estancias o la calidez acogedora de la sala de audiencias de Lord Arryn, que tenía vistas a la catarata.
    Dos guardias con capas color azul cielo flanqueaban con lanzas en las manos las puertas de madera tallada de la Sala Alta.
    —No permitáis que entre nadie mientras Alayne esté con Lady Lysa —les dijo Marillion.
    —Sí, señor.
    Los hombres los dejaron pasar y cruzaron las lanzas. Marillion cerró las puertas y las atrancó con una tercera lanza, más larga y gruesa que las de los guardias de la parte de fuera.
    —¿Y eso por qué? —Sansa sintió una punzada de inquietud.
    —Mi señora te está esperando.
    Miró a su alrededor, insegura. Lady Lysa estaba sentada en el estrado elevado, en una silla de respaldo alto de arciano tallado, sola. A su derecha había una segunda silla aún más alta con un montón de cojines azules en el asiento, pero Lord Robert no la ocupaba. Sansa esperaba que se estuviera recuperando, pero Marillion no se lo diría aunque lo supiera.
    Sansa recorrió la alfombra de seda azul entre hileras de columnas acanaladas finas como lanzas. El suelo y las paredes de la Sala Alta eran de mármol blanco con vetas azules. Por las estrechas ventanas en forma de arco de la pared este entraban haces de clara luz diurna. Entre las ventanas había antorchas colgadas de altos apliques de hierro, pero no estaban encendidas. Sus pisadas resonaban suaves sobre la alfombra. Fuera el viento soplaba frío y solitario.
    En medio de tanto mármol blanco hasta la luz del sol parecía gélida... aunque no tan gélida como su tía. Lady Lysa se había vestido con una túnica de terciopelo color crema y llevaba un collar de zafiros y adularias. Tenía la melena castaño rojiza recogida en una gruesa trenza que le caía sobre un hombro. Se quedó sentada en la silla alta, con el rostro enrojecido e hinchado bajo las pinturas y los polvos, mientras su sobrina se aproximaba. A su espalda, un gran estandarte colgaba de la pared, con la luna y el halcón de la Casa Arryn en crema y azul.

    —Me habéis mandado llamar, mi señora —dijo Sansa, deteniéndose ante el estrado con una reverencia.
    Seguía oyendo el sonido del viento, así como los suaves acordes que rasgueaba Marillion al otro lado de la sala.
    —He visto lo que has hecho esta mañana —dijo Lady Lysa.
    —Espero que Lord Robert se encuentre mejor. —Sansa se estiró los pliegues de la falda—. No era mi intención romperle el muñeco, pero me estaba destrozando mi castillo de nieve, yo sólo...
    —¡No te hagas la inocente, a mí no me engañas! —gritó su tía—. No me refería al muñeco de Robert. Te vi darle un beso.
    La Sala Alta pareció enfriarse un poquito más. Fue como si las paredes, el suelo y las columnas se hubieran convertido en hielo.
    —Fue él quien me besó a mí.
    —¿Y por qué iba a hacer semejante cosa? —La ira hacía que a Lysa se le movieran las aletas de la nariz—. Tiene una esposa que lo quiere, una mujer de verdad, no una cría. No le hace ninguna falta una mocosa como tú. Confiésalo, niña, te echaste encima de él. Fue así.
    —Eso no es cierto. —Sansa dio un paso atrás.
    —¿Adónde vas? ¿Tienes miedo? Ese comportamiento tan promiscuo merece un castigo, pero no seré dura contigo. Tenemos un niño de los azotes para Robert, como tienen por costumbre en las Ciudades Libres. Con lo delicado que está de salud, él no soportaría la vara. Ya buscaré a alguna pueblerina que reciba tus azotes, pero antes tienes que reconocer lo que has hecho. No soporto a los mentirosos, Alayne.
    —Yo estaba haciendo un castillo de nieve —dijo Sansa—. Lord Petyr me ayudó, luego me besó. Eso fue lo que visteis.
    —¿Es que no sabes qué es el honor? —le replicó su tía con brusquedad—. ¿O es que me tomas por idiota? Es eso, ¿verdad? Me tomas por idiota, ya lo veo. Pues no soy idiota. Te crees que puedes tener al hombre que quieras sólo porque eres joven y bonita, no creas que no me he fijado en las miradas que le echas a Marillion. Yo sé todo lo que sucede en el Nido de Águilas, jovencita, y ya he conocido a muchas de tu calaña. Pero te equivocas mucho si piensas que esos ojos grandes y esas sonrisas de ramera te ganarán el amor de Petyr. ¡Es mío! —Se puso de pie—. Todos me lo han intentado quitar. Mi señor padre, mi esposo, tu madre... Sí, sobre todo Catelyn. Le gustaba besar a mi Petyr, vaya si le gustaba.
    —¿A mi madre? —Sansa retrocedió otro paso.
    —Sí, a tu madre, a tu querida madre, a mi amada hermana Catelyn. No te hagas la inocente conmigo, sabandija mentirosa. Durante todos aquellos años en Aguasdulces estuvo jugando con Petyr como si fuera un pelele. Lo embrujaba con sonrisas, con palabras cariñosas y miradas de ramera, y convertía sus noches en una tortura.
    —¡No! —«Mi madre está muerta —habría querido gritar—. Era tu hermana y ahora está muerta»—. No es verdad. Ella no haría semejante cosa.
    —¿Cómo lo sabes? ¿Dónde estabas? —Lysa se bajó de la silla alta en un remolino de faldas—. ¿Acaso viniste con Lord Bracken y Lord Blackwood cuando nos visitaron para que mi padre resolviera sus diferencias? El bardo de Lord Bracken cantó para nosotros, y aquella noche Catelyn bailó seis veces con Petyr, ¡seis veces, que las conté! Cuando los señores empezaron a discutir, mi padre se los llevó a su sala de audiencias, de manera que no quedó nadie que nos impidiera beber. Edmure, pese a lo joven que era, se emborrachó... y Petyr trató de besar a tu madre, pero ella lo rechazó de un empujón. ¡Se rió de él! Tenía una cara de dolor tal que pensé que se me iba a romper el corazón; luego bebió tanto que se desmayó encima de la mesa. El tío Brynden lo llevó a la cama para que mi padre no lo encontrara de aquella manera. Supongo que no lo recuerdas, ¿verdad? —La miró con furia—. ¿Verdad?
    «¿Qué le pasa, está borracha o loca?»
    —Yo entonces no había nacido, mi señora.
    —No habías nacido. Pero yo sí, así que no te atrevas a decirme qué es verdad y qué es mentira. Sé muy bien cuál es la verdad. ¡Tú lo besaste!
    —Fue él quien me besó —insistió Sansa—. Yo no quería...
    —Cállate, no te he dado permiso para hablar. Lo provocaste, igual que tu madre aquella noche en Aguasdulces, con sus sonrisas y sus bailes. ¿Creías que se me iba a olvidar? Fue la noche en que subí a escondidas a su dormitorio para consolarlo. Sangré, pero fue el dolor más dulce que se pueda imaginar. Entonces me dijo que me quería, pero antes de quedarse dormido me llamó «Cat». Aun así me quedé con él hasta que el cielo empezó a iluminarse. Tu madre no se lo merecía, ni siquiera le dio una prenda suya cuando se enfrentó a Brandon Stark. Yo le habría dado mi prenda, yo se lo di todo. Ahora es mío, no de Catelyn ni tuyo.
    La decisión de Sansa se había marchitado a la vista de la ira de su tía. Lysa Arryn la estaba asustando tanto como antes había hecho la reina Cersei.
    —Es vuestro, mi señora —dijo con voz que intentaba sonar dócil y arrepentida—. ¿Me dais permiso para retirarme?
    —No. —El aliento de su tía olía a vino—. Si no fueras quien eres te echaría de aquí. Te mandaría abajo con Lord Nestor a las Puertas de la Luna o de vuelta a los Dedos. ¿Qué te parecería pasarte el resto de tu vida en esa costa desolada, rodeada de viejas sucias y cagarrutas de oveja? Ésos eran los planes de mi padre para Petyr. Todo el mundo creía que era por lo de aquel duelo idiota con Brandon Stark, pero no era por eso. Mi padre me dijo que debería dar gracias a los dioses de que un señor tan importante como Jon Arryn me aceptara ya mancillada, pero yo sabía que era sólo por las espadas. Tuve que casarme con Jon o mi padre habría renegado de mí igual que hizo con su hermano, pero yo había nacido para ser de Petyr. Te lo estoy diciendo para que entiendas cuánto nos queremos, cuánto hemos sufrido, cuánto hemos soñado el uno con el otro. Hicimos un bebé, un bebé precioso. —Lysa se puso las manos en el vientre como si todavía tuviera allí la criatura—. Cuando me lo robaron, me prometí que no volvería a permitir semejante cosa. Jon quería enviar a mi pequeño Robert a Rocadragón, y ese rey borracho se lo habría entregado a Cersei Lannister, pero no se lo permití... Igual que no permitiré que me robes a mi Petyr Meñique. ¿Me has oído bien, Alayne, Sansa o como quiera que te llames? ¿Oyes bien lo que te digo?

    —Sí. Os juro que no volveré a besarlo ni... ni a provocarlo. —Sansa pensaba que eso era lo que su tía quería escuchar.
    —Ah, así que lo reconoces. Fuiste tú, tal como me imaginaba. Eres tan ramera como tu madre. —Lysa la agarró por la muñeca—. Ven conmigo, quiero que veas una cosa.
    —Me estáis haciendo daño. —Sansa se retorció—. Por favor, tía Lysa, no he hecho nada. ¡Lo juro!
    —¡Marillion! —llamó a gritos su tía, haciendo oídos sordos de sus protestas—. ¡Te necesito, Marillion! ¡Te necesito!
    El bardo había permanecido discretamente al fondo de la estancia, pero acudió al instante a la llamada de Lady Arryn.
    —¿Sí, mi señora?
    —Toca una canción. Toca «La falsa y la bella».
    Los dedos de Marillion acariciaron las cuerdas.
    —«El señor llegó a caballo, era un día en que llovía, heyho, heyho, heyho, heyho, heyho...»
    Lady Lysa tiró del brazo de Sansa. Tenía que elegir entre caminar o que la arrastrara, de manera que optó por caminar hasta mitad de la sala, hasta un par de columnas y una puerta de arciano blanco en la pared de mármol. La puerta estaba bien cerrada, con tres pesadas trancas de bronce, pero al otro lado se oía el aullido del viento. Al ver la luna creciente tallada en la madera, Sansa clavó los pies en el suelo.
    —La Puerta de la Luna. —Trató de liberarse—. ¿Por qué me enseñáis la Puerta de la Luna?
    —Ahora chillas como un ratón, pero bien atrevida que eras en el jardín, ¿no? Bien atrevida que eras en la nieve.
    —«La dama estaba cosiendo, era un día en que llovía —cantó Marillion—. Heyho, heyho, heyho, heyho, heyho...»
    —Abre la puerta —ordenó Lysa—. ¡Te he dicho que la abras! ¡Ábrela o llamo a mis guardias! —Dio un empujón hacia delante a Sansa—. Al menos tu madre era valiente. ¡Quita las trancas!
    «Si hago lo que me dice me dejará en paz.» Sansa cogió una de las trancas de bronce, la soltó y la apartó a un lado. La segunda tintineó contra el mármol, luego la tercera. Apenas había tocado el picaporte cuando la pesada puerta de madera restalló hacia adentro y golpeó la pared con estrépito. La nieve se había amontonado en torno al marco y entró como un torbellino a lomos de una ráfaga de aire gélido que dejó a Sansa tiritando. Trató de dar un paso atrás, pero su tía estaba detrás de ella. Lysa la cogió por la muñeca y con la otra mano la empujó por la espalda, con fuerza, hacia la puerta abierta.
    Al otro lado había cielo blanco, nieve que caía y nada más.
    —Mira abajo —ordenó Lady Lysa—. ¡Mira abajo!
    Trató de debatirse, pero los dedos de su tía se le clavaban como zarpas en el brazo. Lysa le dio otro empujón y Sansa gritó. El pie izquierdo se le resbaló en un trozo de hielo que se soltó. Ante ella no había nada, sólo el vacío y un torreón doscientos metros más abajo, que colgaba de la ladera de la montaña.
    —¡No! —gritó Sansa—. ¡Me estáis asustando!
    A sus espaldas, Marillion seguía rasgueando la lira y cantando.
    —«Heyho, heyho, heyho, heyho, heyho...»
    —¿Todavía quieres que te dé permiso para retirarte? ¿Eh? ¿Eh?
    —No. —Sansa clavó los pies en el suelo y se retorció para intentar retroceder, pero su tía no cedía—. Por aquí no, por favor...
    Extendió una mano y trató de aferrarse al marco de la puerta, pero no lo consiguió, los pies se le resbalaban en el suelo de mármol mojado. Lady Lysa la empujaba con fuerza inexorable, su tía pesaba veinte kilos más que ella.
    —«La dama le dio un beso en un montón de heno» —cantaba Marillion.
    Sansa se retorció hacia un lado, histérica y aterrorizada, y uno de los pies se le deslizó hacia el vacío. Dejó escapar un grito.
    —«Heyho, heyho, heyho, heyho, heyho...»
    El viento le azotaba las faldas y le mordía las piernas desnudas con dientes gélidos. Sentía los copos de nieve que se le derretían en las mejillas. Agitó los brazos y dio por casualidad con la gruesa trenza castaño rojiza de Lysa y se aferró a ella.
    —¡Mi pelo! —chilló su tía—. ¡Suéltame el pelo!
    Estaba temblando y sollozando. Trastabillaron al borde del abismo. Muy lejos, tras ellas, oyó a los guardias golpeando la puerta con las lanzas y exigiendo que los dejaran entrar. Marillion interrumpió la canción.
    —¡Lysa! ¿Qué está pasando aquí? —El grito se impuso a los sollozos y a las respiraciones jadeantes. Las pisadas resonaron al otro extremo de la Sala Alta—. ¡Apartaos de ahí! ¿Qué estás haciendo, Lysa?
    Los guardias seguían golpeando la puerta. Meñique había entrado por la puerta de los señores, situada tras el estrado.
    Cuando Lysa se dio la vuelta, aflojó un poco las manos y Sansa consiguió liberarse. Cayó de rodillas y así fue como la vio Petyr Baelish. Se detuvo de repente.
    —¿Alayne? ¿Cuál es el problema?
    —¡Ella! —Lady Lysa agarró un mechón de cabellos de Sansa—. Ella es el problema. ¡Te besó!
    —Decídselo —suplicó Sansa—. Decidle que estábamos construyendo un castillo...
    —¡Cállate! —chilló su tía—. No te he dado permiso para hablar, ¿a quién le importa tu castillo?
    —No es más que una niña, Lysa, la hija de Cat. ¿Qué diantres estabas haciendo?
    —¡Iba a casarla con mi Robert! No tiene gratitud, No tiene... decencia. No te puede besar, no eres suyo. ¡No eres suyo! Le estaba enseñando una lección, nada más.
    —Ya comprendo. —Se acarició la barbilla—. Y creo que ella también lo entiende, ¿verdad, Alayne?

    —Sí —sollozó Sansa—. Lo entiendo.
    —No la quiero tener aquí. —Su tía tenía los ojos llenos de lágrimas—. ¿Por qué la tuviste que traer al Valle, Petyr? No es lugar para ella, no tiene por qué estar aquí.
    —Pues la mandaremos a otro lugar. A Desembarco del Rey, si quieres. —Dio un paso hacia ellas—. Venga, suéltala. Deja que se aleje de la puerta.
    —¡No! —Lysa dio otro tirón de pelo a Sansa. La nieve se arremolinaba en torno a ellas y hacía que les restallaran las faldas—. No es posible que la quieras. No es posible. No es más que una niña idiota con la cabeza hueca, no te ama como yo, no te ama como te he amado siempre. Lo he demostrado, ¿no? —Las lágrimas corrían por el rostro enrojecido e hinchado de su tía—. Te entregué mi doncellez. También te habría dado un hijo, pero lo mataron con té de luna, con atanasia, menta, ajenjo, una cucharada de miel y un poco de poleo. No fui yo, yo no lo sabía, me limité a beber lo que me daba mi padre...
    —El pasado, pasado está, Lysa. Lord Hoster ha muerto y su viejo maestre también. —Meñique se acercó un paso más—. ¿Has vuelto a beber vino? No deberías hablar tanto. No nos conviene que Alayne sepa más de lo debido, ¿recuerdas? Y tampoco Marillion.
    —Cat nunca te dio nada —dijo Lady Lysa sin hacerle caso—. Yo fui la que te consiguió tu primera asignación y la que hizo que Jon te llevara a la corte para que pudiéramos estar juntos. Me prometiste que no lo olvidarías jamás.
    —Y no lo he olvidado. Estamos juntos, tal como has querido siempre, tal como habíamos planeado siempre. Pero suelta a Sansa...
    —¡No quiero! ¡La vi besándote en la nieve! Es igual que su madre, Catelyn te besó en el bosque de dioses, pero para ella no significó nada, ¡no te quería! ¿Por qué la amabas a ella? Yo fui la que te lo dio todo, yo, yo, ¡yooo!
    —Lo sé, mi amor. —Dio un paso más—. Y aquí estoy. Lo único que tienes que hacer es darme la mano, vamos. —Extendió los dedos hacia ella—. No hacen falta lágrimas.
    —Lágrimas, lágrimas, lágrimas —sollozó histérica—. No hacen falta lágrimas... no fue eso lo que me dijiste en Desembarco del Rey. Me dijiste que pusiera las lágrimas en el vino de Jon y las puse. ¡Lo hice por Robert y por nosotros! Y escribí a Catelyn, le conté que los Lannister habían matado a mi señor esposo, tal como me dijiste. Fuiste tan listo... Siempre has sido muy listo, se lo dije a mi padre, qué listo es Petyr, llegará muy lejos, ya lo verás, y también es bueno y cariñoso, y llevo a su bebé en el vientre... ¿Por qué la tuviste que besar? ¿Por qué? Ahora estamos juntos, después de tanto, tanto tiempo, estamos juntos, ¿por qué la tuviste que besar a ellaaa?
    —Lysa —suspiró Petyr—, después de todo lo que hemos sufrido tendrías que confiar más en mí. Te juro que no volveré a apartarme de tu lado mientras nos quede vida a los dos.
    —¿De verdad? —le preguntó, llorosa—. ¿Me lo dices de verdad?
    —De verdad. Vamos, suelta a la niña y ven a darme un beso.
    Lysa se echó en brazos de Meñique entre sollozos. Mientras se abrazaban, Sansa se alejó arrastrándose a cuatro patas de la Puerta de la Luna y se abrazó a la columna más cercana. El corazón le latía a toda velocidad. Tenía el pelo lleno de nieve y le faltaba el zapato derecho.
    «Se me debe de haber caído.» Se estremeció y se aferró a la columna con más fuerza todavía.
    Meñique dejó que Lysa sollozara un momento contra su pecho, luego le puso las manos en los brazos y le dio un ligero beso.
    —Mi celosa mujer, qué tontita —le dijo sonriendo—. Sólo he amado a una mujer, te lo prometo.
    —¿Sólo a una? —Lysa Arryn le dedicó una sonrisa trémula—. Petyr, Petyr, ¿me lo juras? ¿Sólo a una?
    —Sólo a Cat.
    Le dio un empujón brusco, breve.
    Lysa cayó hacia atrás y resbaló en el mármol mojado. Y desapareció. No gritó en ningún momento. Durante largos segundos no se oyó más sonido que el del viento.
    —La habéis... la habéis... —Marillion lo miraba boquiabierto.
    Los guardias seguían gritando al otro lado de la puerta, golpeándola con las astas de las lanzas. Lord Petyr ayudó a Sansa a ponerse en pie.
    —¿Estáis herida? —Ella negó con la cabeza—. Entonces, deprisa, abrid la puerta, que entren mis guardias —dijo—. No hay tiempo que perder. Este bardo ha asesinado a mi señora esposa.


George R.R. Martin
Tormenta de espadas
Random House, Bogotá, 2023, pp. 1089-1098


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