Elizabeth Bishop |
Así empezaba el poema: “Esta es la casa de los locos / Este es el hombre que vive en la casa de los locos”. Y no paraba más. Cada estrofa iba agregando un nuevo componente a la escena (“Este es el reloj que marca el tiempo / del hombre trágico y locuaz / que vive en la casa de los locos”), cada estrofa hacía una espiral más ancha y vertiginosa, y abarcaba más y más, y cuando uno llegaba a la última, y el poema se cerraba sobre sí mismo con la misma cantinela engañosamente infantil, engañosamente neutra del principio, entendía perfecto por qué a su autora le había llevado siete años terminar ese poema.