Páginas

domingo, 3 de diciembre de 2023

Selva Almada / Las luces





Selva Almada LAS LUCES


La última vez que la vimos a la Romi fue ese fin de semana en lo del tío Daniel. La Romi no es parienta nuestra, es la hija de la novia del tío. Pero con nosotros era una más, como hubiera sido una prima si hubiésemos tenido prima. Yo y Luis somos hermanos (el burro adelante para que el de atrás no se espante). Tapita es primo nuestro y único hijo. Y Nelson también es primo y tiene hermanos pero son más grandes así que no se juntan con nosotros. El grupo cuando íbamos al campo, a lo del tío Daniel, éramos nosotros cuatro y la Romi. Que era como nosotros, pero mujer. Usaba el pelo corto, sabía jugar a las pulseadas, andaba a caballo y a veces hasta usaba nuestra ropa porque era más cómoda, decía. Mi madre, que no la quiere a la novia del tío, decía que la Romi era una machona. Igual qué sabrá ella.

A veces pienso que de haber sabido que no la veríamos más, hubiera hecho fuerzas para grabarme en la mente cada hora, cada minuto de ese fin de semana.

Cuando llegamos ella nos esperaba en la tranquera. Estaba acaballada en el borde y cuando vio venir la camioneta de mi padre empezó a revolear un pañuelo como los domadores en las jineteadas. Nosotros la vimos bien, desde lejos, porque veníamos atrás, en la caja, parados. A medida que nos acercábamos Nelson y Tapita le respondieron moviendo los brazos y yo y mi hermano golpeamos el techo de la chata con las palmas hasta que mi padre sacó la cabeza por la ventanilla y nos gritó: dejen de joder, guachos de mierda. Seguro a mamá le dolía la cabeza, como siempre, siempre con su migraña. Siempre que veníamos al campo le dolía la cabeza y se quedaba encerrada en la pieza con la persiana baja. Yo creo que era para no cruzarse con la novia del tío.

La Romi bajó de un salto y abrió la tranquera con una sonrisa de oreja a oreja. Tenía una paleta medio encimada arriba de la otra, pero no le importaba, decía que ni loca se ponía los aparatos. Cerró al paso de la chata y después corrió atrás. Mi padre ni se molestó en esperarla. Luis le estiró una mano y la ayudó a subir. De esa parte me acuerdo clarito, capaz porque recién llegábamos y tenía la mente más despejada. Ayudamos a bajar los bolsos y los tiramos rápido en la pieza. Los fines de semana que veníamos al campo no queríamos perder ni un solo minuto. Afuera la Romi nos esperaba con las cañas de pescar y los mediomundo para irnos al arroyo. No me acuerdo si pescamos. Capaz que sí pero puro pescado chico y lo devolvimos al agua. De lo que sí me acuerdo, porque era la primera vez, fue que fumamos. Nelson les había robado unos puchos a los hermanos. Fósforos teníamos porque nos gustaba hacer fuego. Nelson ya había probado y la Romi dijo que también. Nosotros la miramos sospechando que mentía, de agrandada. Ella blanqueó los ojos y dijo: mi madre fuma, siempre le robo uno. Tapita, de envidioso, dijo: qué feo una mujer fumando. A mí no me parecía feo aunque ninguna mujer de mi familia fumaba. Al contrario, me parecía lindo cuando lo veía en las películas o en la calle. Nelson, haciéndose el canchero, le dijo a la Romi: a ver ya que sabés tanto prendelo vos. Y ella lo prendió y soltó el humo, sin toser, y después se lo pasó a Nelson que, aunque sabía fumar, un poco se atragantó.

Empezaba el verano. Eran las últimas semanas de escuela antes de las vacaciones, la mejor época del año. Hablamos de eso, seguro, de las vacaciones, de venirnos todos al campo si el tío Daniel quería, si nuestros padres nos dejaban. La Romi iba a estar ahí, siempre estaba ahí cada vez que íbamos. Por lo menos estaba ahí desde hacía tres o cuatro años, desde que su madre se había juntado con el tío. Yo no me acordaba cómo era el campo antes de ella. Mi hermano que es más grande terminaba séptimo y empezaba el secundario. A nosotros y a la Romi nos quedaba un año más. Seguro hablamos de lo que queríamos ser cuando fuéramos grandes. Siempre se hablaba de pavadas así. La Romi siempre decía: no sé, no me importa. Luis le decía que era una bruta, que cómo no iba a saber. Pero ella en vez de contestarle, de inventar cualquier cosa, le hacía fakiu. De verdad no le importaba ser astronauta ni famosa ni millonaria como a nosotros.

Después no me acuerdo qué hicimos el resto del día, pero a la noche nos metimos en el tanque australiano. Teníamos prohibido ir cuando no había adultos presentes. Esperamos a que todos se durmieran. Eso pasaba bastante rápido cuando estábamos en el campo: esas noches todos tomaban de más y si no empezaba alguna discusión que los ponía jetones, terminaban durmiéndose arriba de la mesa. Las tías también tomaban. Solamente una copita de sidra, decían, pero el ruido de los tapones saltando por el aire se escuchaba cada vez más seguido y ellas empezaban a reírse como tontas, de cualquier cosa.

En la superficie del agua se reflejaban las estrellas, pero todo lo demás era negro. Apenas nos veíamos nosotros recortados contra los bordes de chapa. La parte de adentro del tanque siempre estaba babosa, igual que el fondo. Igual jugábamos a taparnos la nariz y tocar ese fondo resbaloso, quedarnos acurrucados abajo del agua hasta que no dábamos más.

Esa noche, cuando ya nos estábamos por ir, vimos unas luces en el cielo. Apenitas más grandes o más cerca que el resto de las estrellas. La Romi dijo que eran ovnis, que ella veía siempre. Nelson se burló y dijo que era un avión. Los demás no dijimos nada pero nos quedamos mirando fijo las luces. No sé si de tanto mirarlas o qué, nos dio la impresión de que se movían muy lentamente, en zigzag. La Romi volvió a decir que casi todas las noches aparecían esas luces y que después de un rato desaparecían en el monte. Es como si vinieran a saludar, dijo. O como si quisieran acercarse de a poquito, como los perros cuando quieren agregarse en una casa, dijo. Tapita se rió y dijo: manso bolazo. Pero todos nos dormimos un poco inquietos esa noche pensando en invasiones de marcianos. El domingo ya no me acuerdo tanto de lo que hicimos, los días en el campo eran como una copia uno del anterior, así que capaz fuimos de nuevo al arroyo o estuvimos nadando en el tanque australiano con las tías mientras los hombres hacían el asado, o anduvimos a caballo. O todo eso. Me da rabia no acordarme con claridad como se acuerdan los testigos o los sospechosos de un crimen en las películas. Siempre decía cómo harán para acordarse todo lo que hicieron ese día con tanto lujo de detalle. Ahora me doy cuenta de que eso es imposible, a menos que seas el asesino, entonces te acordás bien porque matar a alguien no es algo que hagas todos los días. Igual no sé por qué pienso en esas cosas. La Romi no está muerta. Yo estoy seguro de que la Romi está en algún lado, viva.

Ya está por empezar de nuevo el verano y hace un año que a la Romi la vimos por última vez, ese fin de semana. A los dos o tres días de eso, mi padre contó en la mesa que había llamado el tío Daniel, que no encontraban a la Romi por ningún lado. Preguntó si nosotros sabíamos algo, si ella nos había dicho algo el fin de semana. ¿Algo cómo?, dijo mi hermano. Algo como de irse, de escaparse de la casa, de algún noviecito, dijo mi padre con fastidio. No por la pregunta de mi hermano que era bastante normal, creo que lo que le molestaba era tener que ocuparse de alguien que ni siquiera era de la familia. Mirá si la Romi va a tener novio -dije yo- y mi madre que hasta ese momento no había dicho nada me dio la razón. La cosa es que la gurisa no aparece, dijo mi padre y dio por terminada la conversación. A mí se me cerró la panza y crucé los cubiertos sobre el plato.

Ese domingo cuando volvíamos del campo pasó algo. Yo enseguida no lo conecté con la Romi pero después hablando con Nelson, Tapita y mi hermano pensamos que sí, que capaz algo tiene que ver una cosa con la otra. Veníamos de nuevo los cuatro atrás, pero estaba oscuro. La noche nos había agarrado en el campo porque los grandes se habían puesto a jugar a las cartas y se había hecho tarde. Nosotros ya veníamos medio cabeceando de sueño. Al otro día teníamos escuela, por suerte eran los últimos días y no hacíamos casi nada. El camino estaba bastante fulero así que cada vez que nos dormíamos nos despertaba algún sacudón que pegaba la chata. En una de esas vimos una luz, parecida a las que habíamos visto la noche anterior, pero ésta era una sola y se movía hacia adelante, viniendo hacia nosotros, agrandándose hasta ser una esfera brillante que nos dejó encandilados, ciegos por unos segundos. Todo duró nada, pero el motor de la camioneta se paró y por un momento esa luz como un refucilo puso todo como si fuese de día. Como digo: no duró nada. Fue todo tan rápido que hasta dudamos de que hubiera pasado. Mi padre puteó y volvió a girar la llave de la camioneta, el motor hizo unos ruidos raros y arrancó otra vez, como si nada. Mis padres hasta el día de hoy nunca hablaron de eso, creo que prefieren hacer como que no pasó nada, como hacen con el resto de las cosas. Pero nosotros cuatro sí nos acordamos y casi que no hablamos de otra cosa todo este tiempo. Esa noche en lo primero que pensamos fue en la Romi, en las luces de la Romi como empezamos a llamarlas. Y después no va que ella se pierde. Nosotros pensamos que una cosa llevó a la otra, por eso sabemos que la Romi no está muerta como piensan los demás. Mi madre, que antes no la podía ni ver, ahora le prende velas y le pone flores a una foto de ella que le dio la novia de mi tío. A mí me da bronca y cada vez que paso al lado de la mesita donde tiene el portarretrato le soplo las velas. La policía interrogó a todo el mundo menos a nosotros porque somos chicos. Por eso yo repaso todos los días lo que pasó ese fin de semana, para no olvidarme de lo poco que me acuerdo, para seguir acordándome cuando sea grande y me pregunten.

Fue un fin de semana común y corriente, excepto por las luces. Y la Romi fue la mejor amiga que tuvimos aunque nunca llegamos a decírselo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario