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jueves, 7 de diciembre de 2023

Gabriela Cabezón Cámara / «Nos vamos a morir igual, que sea luchando y amando»

Gabriela Cabezón Cámara para jot Down


Gabriela Cabezón Cámara: «Nos vamos a morir igual, que sea luchando y amando»

La aparición de La Virgen Cabeza en 2007 fue un sacudón para la literatura argentina. Una novela intensa, vertiginosa, definitivamente distinta, que puso a Gabriela Cabezón Cámara (Buenos Aires, 1968) en un lugar central de la escena literaria gracias a una prosa que se volvió inconfundible. No fue poco lo que logró esa ópera prima de una autora que suele remarcar que comenzó a publicar de grande. «Me colgaba», dice.

La entrevista costó, no por los protagonistas sino por las circunstancias. El día del encuentro había sido declarado un paro total de transporte en la ciudad de Buenos Aires: las colas interminables de autos varados en la autopista y en los ingresos podrían ser la imagen acabada de lo que se convierten las grandes ciudades cuando alguno de sus engranajes no funciona. Y sin embargo llegamos a su departamento en los bordes del barrio de San Telmo en el que compartimos un rato y hablamos de literatura pero también de los temas urgentes a los que Gabriela vuelve: tierra, agua, saqueo, conquista aparecen una y otra vez mezclados entre sus personajes o convertidos en ellos.

A aquella primera novela la siguieron Le viste la cara a Dios, Romance de la negra rubia y Las aventuras de la China Iron, con la que fue finalista del Premio Booker y le valió elogios en distintos lugares del mundo. Los críticos hacen malabares para recuperar el espíritu natural con el que la novela transita pampa, gauchos y chinas sin subrayar exotismo. The New York Times, por ejemplo, se lamenta del título en su traducción al inglés y explica a los lectores que la china no es un nombre sino un sustantivo común, vago y genérico, con el que los gauchos se refieren a «la mujer de alguien». Hay una despreocupación por las interpretaciones, un trabajo con la lengua y el habla en la escritura, que vuelven universal la literatura de Gabriela Cabezón Cámara, justamente por hundirse en la tierra que pisa.

Cuando pensamos en la distopía surgió tu nombre, ¿te imaginás por qué?

No.

Yo pienso que hay algo en tu escritura que me hace pensar en algo de la utopía. 

Eso sí, eso sí.

Cuando escribís, ¿te proponés escribir sobre un mundo utópico?

No. Pero ahora está todo tan oscuro y todo parece tan sin salida que se me impone como necesidad. Lo necesito yo y entonces lo hago.

No es que te lo proponés.

No. Yo no me propongo nada. 

¿Tampoco te propusiste escribir?

No, lo deseé. 

¿Desde cuándo?

Desde que tengo idea de mí misma.

¿Y cómo surgió eso? ¿Te criaste en una casa…?

Me crie en una casa proletaria de los setenta, o sea, de un proletariado que gozaba de dignidad en su vida pero no de lujos, y un libro hubiera sido un artículo suntuario como un auto o como tantas cosas. Mis viejos caminaban ocho cuadras en vez de cinco porque cambiaba la sección del colectivo, entonces era más barato el boleto a partir de las ocho cuadras y a mí me daba una bronca… Y primero me habrá gustado que me cuenten historias, después me empezó a gustar leer y después, bueno, el proletario de los setenta aspiraba a la movilidad social ascendente y se dieron cuenta de que me gustaba leer. Entonces mi viejo me compró en cuotas —creo que iba un señor cada quince días y le cobraba la cuota— doce libros, de la editorial Sigmar, de clásicos reversionados para niños, con la estética de entonces. Esos dibujos, más bien caretas, formales, cuadrados, grandotes me encantaron. Y después mi abuela tenía una biblioteca con unos cuarenta libros de la editorial Robin Hood, que a mí me parecía la Biblioteca de Alejandría, y los leí todos. Eran libros muy viejos ya cuando yo era chica, los abrías y veías los caminitos de las polillas y se caía el polvito. Serían primera edición, pues hace mucho que yo no soy chica y ya estaban comidos por las polillas. Imaginate, libros que, de existir ahora, tendrían ochenta o noventa años, y ahí leía a Mark Twain, a Jack London, a Louisa May Alcott, a Dickens, ese tipo de autores, y me empezó a gustar mucho. Era un mundo que hacía sentido, que me llevaba lejos de donde estaba y en el que estaba segura mientras estaba y, sin embargo, vivía un montón de aventuras. La cosa entre ficción y realidad no la tenía tan clara. Y también se me ocurría que los autores tenían esas vidas alucinantes y yo quería para mí una vida aventurera: andar por el fondo del mar, viajar en globo y estar con Sandokán combatiendo al Imperio.

Lo que te atrapó primero fue la aventura. 

Sí, la aventura y ciertas nociones de justicia y de sentido que, bueno, en general están un poco más cerraditas en la ficción que en la realidad.

Gabriela Cabezón Cámara para jot Down

¿Y qué siguió después de esas lecturas?

Tenía unos vecinos que tenían unas hijas más grandes que yo y ellos sí les compraban muchos libros, porquerías, como si dijeras Sidney Sheldon, Danielle Steel, cosas así, pero también podía caer una Silvina Ocampo. Compraban lo que se vendería en los kioscos, no sé, y yo leía todo eso porque me lo iban pasando. De golpe leía sobre sexo y drogas, cosas así, que no recuerdo bien, pero que yo no terminaba de entender. Y después empecé a robar a mis padres a mansalva para ir a la librería a comprarme libros. Lo cual, por supuesto, siempre era descubierto y castigado severamente.

Los libros son difíciles de esconder. 

Sí, y además yo no me los iba a alejar de mí, porque tenía una relación muy fetichista con los libros. Yo pensaba que iba a estar bien y protegida en algún lugar rodeada de libros. Recién ahora se me pasó ese ataque y por eso no están todas las paredes llenas de libros.

Pudiste renunciar a ellos.

Pude renunciar a esa protección, lo que no me hace más cuerda, pero en la casa puedo poner cuadros. 

Estudiaste Letras, ¿no?

Sí, pero muchos años después de lo que estamos hablando. 

Hablabas de un proletariado con aspiración, ¿ir a la universidad fue una cosa que se dio naturalmente o por la que debiste luchar en tu familia? 

No, yo me fui de la casa de ellos cuando tenía dieciocho y fui a la universidad cuando pude, a los veinticuatro, y fui salteado. Lo que me pasó es que a los veintiséis conseguí un buen trabajo. Antes iba muy salteado porque no tenía laburo fijo, entonces iba cambiando de horarios, y después fui salteado porque tuve un trabajo y me empezó a ir bien. Era un trabajo en prensa, un quilombo, todo imprevisible.

¿En periodismo?

Primero hice Diagramación y después Periodismo. Y no terminé pero cursé todas las materias. Creo.

Decías que siempre deseaste escribir y lo hiciste, ¿cuándo empezaste a desear también que te leyeran?

Siempre, lo que pasa es que tardé mucho en terminar un libro, terminé cuando tenía como treinta y nueve.

La Virgen Cabeza.

Sí. Y a partir de ahí fue todo muy fácil, porque María Moreno le dijo a Leonora Djament, que estaba recién empezando como editora en Eterna Cadencia: «Che, tengo este libro de esta piba que está muy bueno». Y Leonora le prestó atención. Lo leyó, le gustó, ¡pum!, a los quince días tenía editorial. 

¿Y a María Moreno la conocías del trabajo?

¡No! De un grupo de tortas, de tortas borrachas, algo por el estilo [risas].

Decís que tardaste mucho en escribirlo, ¿no lograbas avanzar?, ¿lo trabajaste mucho?, ¿no te convencía?

Me colgaba. Supongo que tenía problemas de creer en mí misma o en la fuerza de lo que escribía o necesitaba que alguien más deseara conmigo. A veces necesitás que alguien desee con vos o incluso a veces por vos, que te ayude a desear. 

Igual en la lectura eso no se nota. El efecto de lectura de la novela no es el del tiempo demorado sino más bien vertiginoso. A medida que avanza la lectura, el ritmo se va acelerando y querés detenerte, darle tiempo, porque, no sé a vos, pero no me gusta esa expresión «devorar un libro», me parece un verbo desajustado para hablar de la lectura.

En general se dice como elogio «te lo leés en media hora», y vos como autor les querés decir: «¡Seis años trabajé, la concha de tu madre!» [risas]. Igual cada uno tiene su manera de gozar, y una lectura que es intensa y veloz para alguien puede ser una manera de gozar, por eso no tengo nada que objetar. Que cada uno lea como pueda y quiera. 

El universo en el que transcurre la novela, ese barrio en los márgenes, esa villa miseria cercada y vigilada, sí es un mundo distópico, ¿no? 

Sí. También lo que construyen entre todos es muy armonioso y hermoso y fluido. Hay una pequeña construcción utópica. 

Gabriela Cabezón Cámara para jot Down

¿Cómo saliste de ese libro que te llevó tanto tiempo para escribir otra cosa? 

No sé, de pedo habré salido, no me acuerdo. Pero salí. Y después escribí Le viste la cara a Dios, que fue a pedido de una amiga española. Esto lo cuento por todas partes, ¿te lo cuento otra vez?

Sí, claro.

Fue a pedido de Cristina Fallarás, una colega española que había fundado una editorial digital, toda una novedad en ese momento. Estamos hablando de 2010 o 2011, y decidió lanzarla con una colección de relatos clásicos infantiles reversionados para adultos. A mí me mandó La bella durmiente, y le dije: «Cristina, ¿qué voy a hacer?», y ella: «Guapa, si no puedes tú, maja…». Bueno, me piropeó, me franeleó toda por teléfono. Es muy linda Cristina, es encantadora, es brillante, tiene muchas virtudes, así que me convenció. Y entonces yo pensaba qué hago con esto. Una mina atrapada por una maldición en una cama… ya está: una mina en una situación de trata. Yo había estado siguiendo el caso de Marita Verón [mujer desaparecida en Argentina desde el 3 de abril de 2002, su caso está relacionado con la trata de personas y la prostitución forzada] con mucha sorpresa y mucho interés. Yo vivo en un frasco, en serio, hay cosas de las que estoy muy informada y cosas de las que no, y en esa época estaba cero informada, no sabía que había situaciones así, que podían secuestrar a una persona y tomar cada fibra de interioridad y volverla carne malherida, torturada todo el día, esclava… Y así salió ese libro. Después salió El romance de la negra rubia porque había estado pensando mucho en cómo funcionaba el sacrificio antropológicamente, políticamente, el valor de los muertos del propio bando, ¿cómo se negocia con eso, cómo se trafica con eso, cómo se intenta hacer justicia? Pero, inevitablemente, como hecho político, también se vuelve un capital y, bueno, toda la complejidad de la idea del sacrificio y del funcionamiento político de los sacrificados. Y después me dieron una beca como escritora residente en Berkeley. Yo no tenía que hacer ni una goma, me trataban como a una diosa, el lugar era precioso, lleno de árboles, ardillas, parques, gente de todo el planeta, de todos colores, descubrí el pinot noir, me pagaban muy bien, así que me lo tomé todo. 

¿No tenías que ofrecer una contraparte en la residencia?

En las residencias para escribir, generalmente, no tenés que hacer ni una goma, no te demandan nada. Vas, si podés, escribís y, si no, no. Y, bueno, estaba muy divertida y había mucho sol y lo único que tenía que hacer a cambio de tanta maravilla era dar un taller de escritura creativa. En esa época, yo estaba con la narrativa en verso. La narrativa en verso en Argentina es gauchesca, la gauchesca es todo el arco de la consolidación del Estado argentino, abarca la gauchesca histórica, y yo estaba sobre todo con los metros. Entonces me lo leí todo, porque dar un taller en una universidad me intimidaba un poco. Me lo releí y, mientras leía el Martín Fierro, todo este espíritu de diversión y de jolgorio y de alegría y de fiesta inédita —era como estar de vacaciones y que te paguen—, dije: «Che, pero acá no hay ninguna perspectiva de ninguna chica, qué divertido hacerla». Y así empezó esa novela, Las aventuras de la China Iron.

¿Diste ese taller en inglés?

¡No! Dije que en Estados Unidos no iba a fumar e iba a hablar en inglés y hablé en castellano y fumé todo el puto tiempo.

¿Se te ocurrió en algún momento escribir La China en verso?

No, no quise escribirlo en verso. Ya Le viste la cara a Dios tiene mucho octosílabo y El romance tiene octosílabo y endecasílabo y yo ya estaba saliendo de eso, se me había pasado. Te agarra y se te pasa, como tantas cosas en la vida.

Las aventuras de la China Iron tiene una primera y una tercera parte muy luminosas y una segunda más oscura. Ese campamento de soldados encerrados, vigilados y educados con mano dura podría haber sido escrito por Orwell.

No sé si Orwell lo hubiera llenado de borrachos y de chicas lindas.

Claro, pero el espacio es…

El espacio es una especie de campo de trabajo, de campo de concentración. Bueno, el proceso de llevar a las masas a ser obreras no fue un proceso ni agradable ni pacífico ni dulce, fue un proceso de sumisión de los cuerpos con toda la violencia necesaria para eso y un genocidio alrededor para que sea más convincente.

Gabriela Cabezón Cámara para jot Down

Decías que cuando releíste el Martín Fierro pensaste en la ausencia de la mujer, ¿pensante entonces «esto lo tengo que escribir yo»? 

No, no pensé si faltaba o no faltaba, lo que pensé es que estaba escribiendo a partir del Martín Fierro, y lo que Martín Fierro cuenta es el proceso de consolidación de la nación argentina una vez que una clase logró ser dominante. Esa clase es la del latifundio. Mucho de lo que se dice en ese capítulo lo dice José Hernández en su manual, en la Instrucción del estanciero. No estoy inventando nada, eso se imponía y es lo que relata de algún modo el Martín Fierro, entre otras cosas. Es el proceso de consolidación de un modelo económico del país, de inserción en el mundo, inserción produciendo materias primas, las materias primas organizadas en grandes latifundios, los grandes latifundios precisando de cada vez más territorio, el cada vez más territorio necesitando ser despoblado, el genocidio avanzando. Más o menos como hoy, ¿no? Toda la República Argentina ha sido declarada zona de sacrificio con la excusa del desarrollo nacional, que no es tal porque, a ver, mostrame Vaca Muerta la riqueza que nos trajo, mostrame el petróleo la riqueza que nos trajo, mostrame la soja, ¿dónde está la plata?, porque el veneno está en los cuerpos de todos, el glifosato, en los cuerpos de los niños. Bueno, vamos, vos sos de Rosario, no te tengo que explicar yo a vos los incendios en el delta, ustedes respiraron humo dos años… para que se vuelva rico ¿quién?, ¿están más ricos los rosarinos? Me parece que no, y nosotros, los porteños, tampoco. Entonces, el mismo modelo colonial que sigue funcionando aún hoy y esto sin distinción de banderías políticas, podemos salvar a la rusa, casi. ¡El litio y la concha de su madre! Morales [Gerardo Morales, gobernador de Jujuy] reventando gente sin parar… El agua… Uruguay, con sequía, y acá están envenenando el agua, regalándosela ¡a cualquiera! Tres por ciento de regalías pagan las empresas, según sus propias declaraciones juradas. La puta madre que los parió.

¿El futuro apocalíptico llegó?

Sí. Estamos en invierno, mirá el calor que hace, Uruguay se está quedando sin agua, grandes zonas de Argentina con sequía.

¿Hace un tiempo empezaste a interesarte en las cuestiones climáticas y el planeta, o eso estuvo siempre? 

No, me fui interesando cada vez más a medida que le fui prestando atención a la vida. Y sintiendo. 

¿Viviste en el campo un tiempo?

Vivo, en parte. El campo es mucho decir, es una zona verde de las afueras de La Plata.

¿Y qué te da el verde?

Bueno, el poder observar a los otros seres que viven, poder observar cómo vivimos juntos, darte cuenta de cómo te afecta a vos, que sos carne de la carne de la tierra, pisar la tierra, respirar aire, mirar los árboles, remar en el delta, que probablemente sea el lugar que más me gusta en el mundo, de todo lo que me ha sido dado ver. 

¿Qué tiene el delta?

Vida. Tiene la hermosura de estar vivo entre lo vivo, agua que va y viene, esa cosa que tiene el río que va y viene y sube y baja, el golpe contra la estada y remar, remar a la noche, que sentís que el río es un animal vivo. Yo lo siento más de noche eso, supongo que porque está solo la superficie del río, no rota por nada. Remo en kayak, así que no le hace nada, y es como el lomo de un animal, es el lomo de un animal cósmico. 

¿Sentís que hay algo de tu personalidad que tiene que ver con estar al lado de un río marrón?

Creo que tengo el alma embarrada con el barro de la cuenca del Paraná, como mínimo, de Misiones hasta acá, siento que todo eso me toca a mí. 

¿Te imaginás viviendo en la isla de forma permanente o necesitás también algo de la ciudad?

También necesito algo de la ciudad. Una vida ideal para mí sería ir y venir, ir y venir. 

Volviendo a tus libros, te quería preguntar sobre las traducciones…

A once idiomas. 

¿Seguís de cerca esos procesos, sabés cómo se tradujeron?

Ni idea. En algunos casos, un poquito, en otros, no. Ni idea qué habrán hecho. 

Tu novela más reconocida internacionalmente fue La China, que retoma una poesía tradicional y situada, como la gauchesca, ¿qué imaginás que interesó a los lectores del mundo sobre esa obra?

Decían cosas como «una literatura de los grandes paisajes» o también dijeron «una épica en miniatura», ese tipo de cosas.

¿Cómo te sentís cuando se habla de un «nuevo boom latinoamericano hecho por mujeres»?

Me parece que eso es una simplificación enorme. El boom latinoamericano fue el invento de una mujer empresaria, con una visión empresarial impresionante, llamada Carmen Balcells, que eligió a sus muchachos, los bancó para que escriban, bancó la publicidad… Hizo una gran apuesta.

¿Y cuando hacen estos agrupamientos editoriales o en congresos de literatura hecha por mujeres o literatura con perspectiva de género?

Me parece una pelotudez, como cuando te dicen «en tus libros son todos queer». ¿Y? Yo también soy queer. ¿A los otros les dicen «en tus libros son todos heterosexuales», o a un negro «en tus libros son todos negros»? ¿Qué me estás diciendo, sos boludo? No es menos universal que lo otro. Me parecen miradas muy estrechas. Yo estoy orgullosa de ser queer, pero no me parece que la literatura se tenga que dividir en esas categorías.

No hace falta el adjetivo después de literatura.

A mi criterio, es literatura o no. Listo. Y no sé dónde empieza y dónde termina la literatura, eso no lo sé. O lo del arte por el arte, creo que siempre hay un plus. Hay algo del arte que se hace por el arte y algo que está metido en la política, metido en la historia, y que, si no, no existiría.

No es que está para eso.

No. Está porque es inevitable que esté, es antropológico. El arte no está para nada pero tampoco deja de estar para nada.

Gabriela Cabezón Cámara para jot Down

¿Nunca te propusiste escribir para decir algo que debía decirse? 

No, lo que sí me ha pasado es escribir libros con furia, enfurecida, atravesada por esa furia o atravesada por el amor. La China es un libro atravesado por el amor a la literatura argentina. Si me preguntas qué lo atraviesa, es amor a la literatura argentina, fuertemente. La Virgen es un libro atravesado de dolor por la brutalidad del extractivismo inmobiliario y del extractivismo hacia los pobres de las periferias, que ya no están más en las periferias, sino que están en todos lados. Yo estaba atravesada por eso, pero no es que dije «ahora voy a hablar de esto». Te atraviesan cosas que no sabés, de las que no sos muy dueño. Por eso los libros son más interesantes que sus autores, porque la ola que te atraviesa es mucho más grande que vos, viene con la lengua y se generan núcleos de sentido o de música de los que vos no sos autor. Vos te dejaste atravesar y eso aparece, podés hacer una secuencia lógica con palabras y también podés hacer una secuencia fonética y, en esa fonética, en esa música, pueden aparecer sentidos relocos que vos no tenías tan claro que iban a aparecer y de los que incluso no te diste cuenta, y ahí viene un lector, una lectora, una lectore, los ve y dice «¡guau!».

Acabás de terminar una novela, ¿no? ¿Cuál es el universo en el que se desarrolla, qué podés contar?

Puedo contar que es una novela que sucede en la selva paranaense, a principios del siglo xvii, que retoma el personaje histórico de la monja Alférez, Catalina de Erauso, mas luego Antonio Erauso, y que trata de una transformación, de una de varias transformaciones de este personaje que, en su encuentro con otros, sufre o goza en ese lugar.

¿Quién fue, históricamente, esa monja y cómo llegaste al personaje?

Es un personaje famoso en los circuitos de la historia, extraordinario, porque su vida fue extraordinaria para lo que fue la época. Llegué a él porque una expareja mía tenía un cuadro de Fermín Eguía que la representaba y así fue que me interesé, pero, de todas maneras, es un personaje importante. En 2022, Paul Preciado hizo una muestra en el Museo de Barcelona acerca de él y fue muy interesante. De todas maneras, lo que pasa en la novela sucede entre él, dos niñitas guaraníes y la selva. La selva es un personaje tan importante como los demás, o más. Fue un personaje oscuro del proceso de conquista, participó de la conquista de la Araucanía, era bastante matón. En un momento va a Europa, vuelve y se pierde acá, y a mí me interesa pensar en ese momento. Cuando se pierde, ¿qué hace? En mi novela se transforma en otro, en una alteridad.

Desde La China está presente una visión sobre los pueblos de América y una mirada sobre el proceso de conquista. ¿Eso fue apareciendo como un deseo o una necesidad personal de escribir otros relatos posibles en torno a ese proceso?

Sobre el proceso de conquista están proliferando los relatos y es algo que alguien tiene que estudiar, que pensar, que organizar… Va a salir una novela de Gabriela Larralde que se llama La Pez, que es increíble y que va de eso. De algún modo, La telepatía nacional, de Roque Larraquy, habla de eso. De algún modo, La estirpe, de Carla Maliandi, habla de eso, y tantas otras novelas. Es como que hay que pensarlo, alguien lo tiene que pensar. Y esto sin hablar de todas las voces de todos los pueblos originarios que están escribiendo, hablando, trabajando, militando, incluso de los colectivos, como Identidad Marrón, que están pensando todo eso. Estamos viendo, incluso en estos días lo están viendo en Europa, las desventajas, los daños colaterales, para llamarlo irónicamente, de la idea de progreso de Occidente, de la idea colonial de Occidente, de la razón occidental. En Europa siempre lo sufren más levemente que nosotros y ahora están teniendo temperaturas de cincuenta grados; eso es el calentamiento global y eso se empezó a construir desde la conquista. Está todo relacionado: la concepción del otro como cosa, como recurso, como fuente de saqueo. Nos están matando a nivel planetario, todas las formas de vida compleja están en riesgo, eso fue lo que hizo Occidente, y eso empezó con el genocidio más bestial de la historia, que es el de los pueblos originarios de América. En este sentido también me parece interesante pensar en la organización política de los mapuches y su lucha, por la que los están demonizando y persiguiendo de un modo en que, en algunos lugares del país, roza el terrorismo de Estado. Y podríamos seguir hablando de cómo el extractivismo reventó a las comunidades en el monte chaqueño y las mandó a la pobreza de las periferias de las ciudades a ser mano de obra barata o a morirse de hambre, cuando tenían una vida hermosa, una economía de la abundancia. Lo mismo que están haciendo en la Amazonía, están haciendo exterminios. Aún hoy, aún con Lula, eso no ha logrado ser parado, y el exterminio de esos pueblos, el exterminio de esa floresta, es el exterminio de la humanidad. Eso empezó con la conquista.

Decís «nos están matando y eso lo hizo Occidente», pero, claro, también somos Occidente.

Somos y no somos, porque somos el sector sacrificable: somos el sector al que se le desertifican los territorios sin ningún drama; somos el sector en el que se hace fracking que te lleva a sismos que, en la escala de Richter, llegan a cuatro y medio, y ves casas rotas, caídas, partidas; somos el sector en el que se tiran los desechos petroleros en los ríos. Somos el sector sacrificable. Entonces somos y no somos Occidente. Los proyectos de Estado nacional sí son occidentales y son armados en función de Occidente en un lugar de colonia. Somos colonias. Hay que irse de Occidente, Occidente se acabó, Occidente nos está matando, Occidente está llevando a la Tierra a perder sus formas de vida complejas, y nosotros somos una forma de vida compleja, ¡ojo! Los Estados nacionales coloniales son criminales. España hizo desastres en América Latina, pero los Estados nacionales latinoamericanos también. Son Estados genocidas, hechos sobre el exterminio del originario. Y siguen siendo así, en general.

Gabriela Cabezón Cámara para jot Down

Hay que irse de Occidente, decís. ¿A dónde?

A otra manera de ver el mundo, a otra manera de organizar la sociedad, a otra manera de organizar la economía. Esto no da para más. ¿Viste que la democracia liberal está en crisis?, es porque esto se acabó. No sé para dónde vamos pero esto ya fue. El «progreso» infinito, el «crecimiento» infinito no es posible en un planeta finito, lo estamos viendo. Fijate en los informes del IPCC [Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático] de la ONU, va a empeorar mucho. El agua. Acá se regala el agua a las corpos extractivistas, y el agua está faltando, va a faltar más y, si no hay agua, no hay nada. Los incendios, el calor… Se está poniendo feo, y esto no lo digo yo, lo dicen los del IPCC, que estudian los informes científicos más serios del mundo. Esto ya fue, se puede parar lo peor, pero queda muy poco tiempo, y los dueños del mundo no parecen preocupados, y, cuando los pueblos se levantan, pasa lo que está pasando en Jujuy: represión salvaje y fuera de toda ley.

Al comienzo de esta charla hablamos de la escritura como un deseo, algo que siempre estuvo en vos. ¿Creés que ahora tu literatura forma parte de un proyecto político, de algo más amplio que compartís con otros?

Hay un proyecto político o muchos proyectos políticos. También hay muchas preguntas, las preguntas son proyectos políticos a veces. Mi escritura, de algún modo, sí forma parte de un proyecto político… De algún modo, no, y de algún modo, sí, y me gusta que sea así. Hay un montón de gente (gente de todos los oficios y de todas las clases) trabajando en contra del Tánatos que es Occidente y que es el capitalismo. Y mi cuerpo forma parte de un proyecto político. Pronto voy a ir a ponerlo en Jujuy, es donde necesito, donde necesitamos estar.

¿Qué se opone a Tánatos?

Vida, amor, lazos, resistencia, cocina, arte, lucha, todo. Nos vamos a morir igual, que sea luchando y amando.

Hablaste de algunas novelas argentinas que de alguna manera se pueden relacionar con tu escritura, ¿cómo creés que es leída esta literatura desde otros lugares, por ejemplo, desde lo que podríamos llamar el centro del mundo?

Me parece que en el centro del mundo hay un montón de gente también luchando, resistiendo. No te sé decir cómo leen en el centro del mundo lo que hacemos nosotros, sé que lo leen y que tienen interés, que puede haber, y hay, hermosos puntos de encuentro entre la gente del centro del mundo y nosotros. Y quisiera agregar a la pregunta de cómo se sale de Occidente, de a dónde hay que ir, un consejo, una sugerencia, una recomendación amorosa y enfática: lean a Caístulo. Caístulo es un hombre wichí que vive en Tartagal, que es el infierno del extractivismo: petróleo, soja, etc. Destrozaron el monte y, como suele suceder, ahí donde hubo extractivismo, lo que queda es una pobreza lacerante y un lugar medio desértico. Exactamente eso es Tartagal. Caístulo vive ahí, tiene ochenta y tres años, y es muy, muy pobre, aun entre los wichís. Hace unos años, en la pandemia, estaba él en su montecito, donde junta semillas, brotes, esquejes para tratar de que el monte vuelva a crecer ahí donde fue desertificado, para conseguir un dinero que, por supuesto, se habrán quedado dos o tres, porque Tartagal no está en manos de las mayorías que viven ahí, y, bueno, Caístulo se cayó ahí. Estuvo once horas inconsciente y se despertó y empezó a entender lo que dicen los árboles. Esa comprensión él la tradujo a la función poética de la lengua en su cultura, que es el canto sagrado. Después se encontró con Dani Zelko [músico y escritor] y le tradujo al castellano esto que antes él había traducido al canto sagrado. Lo que decían las madres, es decir, los árboles. El libro se llama Un texto camino. Búsquenlo, léanlo, ahí tenemos que ir. Caístulo le da tres vueltas al giro ontológico y a sus prósperos filósofos también. ¡Leelo y vas a ver!

***

Gabriela nos dejó un fragmento de Un texto camino, el libro de Caístulo, para compartir con los lectores.

Podemos tener misma lengua

o lengua distinta

pero cada lengua sale

de las madres que hay en ese territorio

el idioma es una música

que viene de otra música

y de otra música

y esa música

viene de un sonido

el sonido de las madres

de cada territorio

como tienen distintas raíces

hablan en distintas lenguas

mueven los vientos distinto

y los vientos se unen

y construyen palabras

y voces que hacen sonar

instrumentos humanos

instrumentos que usan los humanos

nosotros al presenciar

y presentarnos

como protectores de pensamiento

y de la cobertura de la tierra

y de los seres queridos

recibimos un texto camino

en la lengua nos unimos.


JOTDOWN




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