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jueves, 21 de diciembre de 2023

El umbral de la noche / Introducción




EL UMBRAL DE LA NOCHE
INTRODUCCIÓN


    A menudo, en las fiestas (a las que evito concurrir siempre que puedo) alguien me da un fuerte apretón de manos, sonriendo, y después me dice, con aire de jubilosa conspiración: «Sabe, siempre he deseado escribir.»
    Antes, yo trataba de ser amable. Ahora contesto con la misma regocijada excitación: «Sabe, siempre he deseado ser neurocirujano.»
    Me miran con perplejidad. No importa. Últimamente circula por el mundo mucha gente perpleja.
    Si quieres escribir, escribes.
    Sólo escribiendo se aprende a escribir. Y ése, en cambio, no es un buen sistema para enfrentarse a la neurocirugía.
    Stephen King siempre ha deseado escribir, y escribe. Así escribió Carne La hora del vampiro Insólito esplendor y los buenos cuentos que leeréis en este libro, y una cantidad fabulosa de otros cuentos y libros y fragmentos y ensayos y otros materiales inclasificables, la mayoría de los cuales son tan espantosos que nunca se publicarán.
    Porque así es como se hace. No hay otro sistema. La diligencia compulsiva es casi suficiente. Pero no es todo. Debes tener apetito de palabras. Glotonería. Deseos de revolearte en ellas. Debes leer millones de palabras escritas por otros. Debes leerlo todo con envidia devoradora o con hastiado desdén.
    Casi todo el desdén hay que reservarlo para quienes disimulan la ineptitud detrás de largas palabras, de la sintaxis germánica, de los símbolos obstructores, sin ningún sentido de la narración, del ritmo y de los personajes.
    Después debes empezar a conocerte muy bien a ti mismo, tanto como para empezar a conocer a los demás. En cada persona con la que tropezamos en la vida hay algo de nosotros.
    Pues bien. Una diligencia estupenda, más amor por las palabras, más empatía, y el resultado puede ser, penosamente, un poco de objetividad. Nunca la objetividad total.
    En este momento perecedero mecanografío estas palabras en mi máquina de escribir azul, en el séptimo renglón de la segunda página de esta introducción, y sé muy bien cuáles son el tono y el significado que quiero aportar pero no tengo la certeza de estar lográndolos.
    Puesto que llevo el doble de tiempo que Stephen King practicando el oficio, soy un poco más objetivo respecto de mi obra que él respecto de la suya. La gestión es muy dificultosa y lenta. Lanzas libros al mundo y es muy difícil quitártelos de la mente. Son criaturas intrincadas, que tratan de progresar no obstante todos los lastres que les has puesto. Me gustaría llevármelos a todos a casa y encarnizarme con ellos por última vez. Página por página. Hurgando y limpiando, cepillando y puliendo. Poniendo orden.
    A los treinta años, Stephen King escribe mucho, mucho mejor de lo que yo escribía a esa misma edad, o a los cuarenta.
    Tengo derecho a odiarle un poco por esto.
    Y creo saber que hay una docena de demonios ocultos entre los matorrales a los que conduce su sendero, y aunque tuviera cómo advertírselo, sería inútil. Él los doblegará o serán ellos quienes le dobleguen a él.
    Es así de sencillo.
    ¿Me seguís?
    Diligencia, pasión por las palabras y empatía equivalen a una creciente objetividad… ¿y después qué?
    El relato. El relato. ¡El relato, maldición!
    El relato es algo que le ocurre a alguien por quien te preocupas, porque te han inducido a ello.
    Puede sucederle en cualquier dimensión —física, mental, espiritual— y en combinaciones de esas dimensiones.
    Sin la intromisión del autor.
    La intromisión del autor es: «¡Por Dios, mamá, mira qué bien escribo!»
    Otra forma de intromisión es grotesca. He aquí uno de mis ejemplos favoritos, extraído de un Gran Best Seller de antaño: «Sus ojos se deslizaron por el peto del vestido.»
    La intromisión del autor consiste en una frase tan inepta que le recuerda súbitamente al lector que está leyendo y lo ahuyenta. La conmoción le hace abandonar el relato.
    Otra intromisión del autor es la minidisertación incrustada en el relato. Éste es uno de mis defectos más lamentables.
    Es posible que una imagen esté pulcramente elaborada, que sea sorpresiva y que no rompa el hechizo. En un cuento de este libro, titulado «Camiones», Stephen King narra una tensa espera en una parada de camiones, y describe un personaje: «Era un viajante y apretaba la maleta de muestras contra el cuerpo, como si se tratara de su perro favorito que se había echado a dormir.»
    Me parece muy pulido.
    En otro cuento demuestra que tiene buen oído y es capaz de construir un diálogo fiel y veraz. Un hombre y su esposa están realizando un largo viaje. Transitan por una carretera poco frecuentada. Ella dice: «Sí, Burt. Sé que estamos en Nebraska, Burt. Pero, ¿dónde demonios estamos?» Él responde: «Tú tienes el mapa de carreteras. Míralo. ¿O acaso no sabes leer?»
    Muy bien. Parece tan simple. Como la neurocirugía. El escalpelo tiene un borde filoso. Lo coges así. Y cortas.
    Ahora, a riesgo de ser iconoclasta, diré que me importa un bledo la temática que Stephen King elige para sus obras. Lo menos significativo y útil que se puede decir acerca de él es que actualmente le divierte escribir sobre espectros y hechizos y cosas que se deslizan viscosamente por el sótano.
    Aquí hay muchos deslizamientos viscosos, y hay una máquina de planchar enloquecida que me quita el sueño, como os lo quitará a vosotros, y hay niños convincentemente perversos, en número suficiente como para llenar Disneylandia en cualquier domingo de febrero, pero lo más importante es el relato.
    Te induce a preocuparte.
    Recordad esto. Dos de los géneros literarios más difíciles son el humorístico y el sobrenatural. Cuando son tratados por incompetentes, el humor resulta lúgubre y lo macabro produce risa.
    Pero una vez que aprendes a escribir, puedes abordar cualquier género.
    Stephen King no se circunscribirá al género que actualmente tanto le interesa.
    Uno de los cuentos más llamativos e impresionantes de este libro es «El último peldaño de la escalera». Una joya. Sin un susurro ni un hálito de otros mundos.

    Una última palabra.

    No escribe para complaceros. Escribe para su propia satisfacción. Igual que yo. En esas condiciones, a vosotros también os gustará la obra. Estos cuentos complacieron a Stephen King y me complacieron a mí.
    Por una extraña coincidencia, mientras escribo estas líneas la novela de Stephen King
Insólito esplendor y mi novela Condominio figuran en la lista de best sellers. No nos disputamos vuestra atención. Competimos, supongo, con los libros mal escritos, pretenciosos y sensacionales publicados por autores muy conocidos que nunca se preocuparon realmente por aprender su oficio. Desde el punto de vista del relato y del placer que éste produce, no hay suficientes Stephen King para satisfacer a todos.
    Si habéis leído esta introducción íntegra, espero que os sobre el tiempo. Podríais haber estado leyendo los cuentos.

    JOHN MACDONALD




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