"Bajo la superficie" de Daisy Johnson
Relectura de un clásico de Sófocles, texto sobre la relación de madre hija con al menos un personaje inolvidable, Bajo la superficie es la primera novela de la joven autora británica Daisy Johnson con la que llegó a la lista corta del Booker Prize en 2018. Ahora se publica en castellano.
14 de agosto de 2022
Esta es la primera novela de Daisy Johnson, autora británica de 31 años; la publicó cuando solo tenía editado su debut, la colección de cuentos Fen y ese mismo año, el 2018, llegó a la lista corta del Booker Prize, el premio literario más reconocido del Reino Unido. Ella tenía apenas 28 años y sigue siendo la escritora más joven en entrar a la lista final. El éxito de Bajo la superficie no la amedrentó: en 2020 publicó Sisters, una novela aún mejor que esta. Pero esa es otra historia.
Bajo la superficie es, entre otras cosas, la re lectura de una tragedia de Sófocles. No diremos cuál: la nombra hasta la contratapa del libro y es un error que entorpece la lectura de la novela porque se convierte en una búsqueda de pistas que impide involucrarse de lleno con todo lo demás que Johnson hace muy bien, mas allá de la referencia clásica.
La novela tiene una estructura serpenteante o, más bien, sigue un hilo que se parece a un río o a una memoria que puede retener un retazo de su historia, pero se corta, se vuelve tenue, luego vuelve a ser torrente. El tiempo también avanza y retrocede, no exactamente en flashbacks, sino en líneas paralelas. Suena confuso pero no lo es: sólo hay que dejarse llevar por el viaje, que es sobre aguas tranquilas, con algunos remolinos. El tono y la estructura resultan muy adecuados para el material: Gretel, una mujer que trabaja como lexicógrafa –suena ambicioso, pero en realidad se ocupa de definiciones de palabras para un diccionario, un poco en casa, otro poco en una oficina- fue abandonada por su madre cuando tenía 16 años. Terminó su adolescencia con familias que la recibieron temporalmente y en hogares para jóvenes; pero nunca dejó de buscar a esa madre, Sarah, que le dio una infancia silvestre, asalvajada, insólita.
Gretel y Sarah, madre e hija, vivieron juntas en un barco, sobre el río: Johnson no especifica el lugar exacto, pero a casi toda Gran Bretaña la recorren canales en los que viven personas, algunos por gusto, otros solitarios, otros a quienes se llama “gitanos de río” y muchas personas pobres y vulnerables, que pescan y se relacionan poco con los pueblos y las ciudades. Una asistente social dice, explicando la vida de los habitantes de los ríos internos: “Pasé un tiempo en los canales cuando empecé en esto. No es un trabajo fácil. Ahí abajo tienen sus propias comunidades, sus propias reglas. No llaman a la policía ni a los servicios sociales cuando algo va mal. Cuentan con su propia autoridad. Es otro mundo”.
Sarah no es una mujer del río, aunque poco sabemos de ella, porque Gretel apenas conoce a su madre. Sabemos que a los 30, cuando trabajaba como moza, se cruzó con Charlie, un hombre que vivía en un barco, y aunque al principio no comprendió bien de qué se trataba ese atractivo que la deslumbraba, se quedó con él. Sarah es bajita, rotunda, despiadada. Sus impulsos son definitivos, su desapego es legendario. Es capaz de complicidad y carisma, su deseo sexual es voraz, pero las relaciones afectuosas se le embarran como el fondo del río. Es un gran personaje, una mujer llena de secretos, inescrutable pero muy presente, sobre todo porque la relación con Gretel está contada con desesperación: la hija no comprende el abandono y busca y encuentra a su madre pero entonces es tarde, porque la madre está sumergida en la demencia (quizá siempre lo estuvo, pero funcionaba, más o menos) y su memoria es quebradiza y ella, para colmo, es arisca, turbulenta, inquieta. La encuentra con una mastectomía de la que no hablan, por ejemplo; Sarah es propensa a autolesionarse y trata de escapar todo el tiempo. Gretel, aunque no lo explicita, implora por su cuidado, por su afecto, por reconstruir su historia, por algo de generosidad o aunque sea de responsabilidad. Le implora que sea su madre. Pero Sarah no sabe, no puede.
Gretel, además, está detrás de otro recuerdo. La infancia en el barco estuvo llena de supersticiones y un idioma privado entre madre e hija, lo que confunde la memoria. El personaje principal era el “Bonak”, un ser mágico que representa todos los miedos y las desgracias que a veces se ciernen sobre los que viven en los canales; “gusgus” es algo grato, tiempo de “shhh” es la necesidad de estar sola. Hay silencios y presencias: la ausencia del padre y la visita, durante una temporada, de un adolescente llamado Marcus que desapareció de pronto y que, cree Gretel, encierra el gran secreto de su infancia y del deterioro de su madre. Gretel también ha olvidado mucho de los años en el barco, quizá por protección: recuerda más del breve tiempo en el que se fueron –o huyeron-- y vivieron en un establo, en hostales, incluso en colectivos, muertas de sueño. La huida del barco ocurre después de la desaparición de Marcus, eso Gretel lo sabe pero no conoce la relación entre ambos eventos entonces también lo busca y después de muchos años encuentra a los padres del joven en una casa suburbana. Es a partir de ahí que se desata el pasado y aparece la tragedia antes mencionada.
Johnson, además, tiene una prosa concreta y en ocasiones hermosa, precisa de una manera poco convencional. “Ella retiró la mano y sintió que le cortaban algo, que le amputaban un miembro”, escribe sobre un momento de repentina atracción sexual. “La pena de esa familia era descarnada, como una luz potente”, dice sobre una gente del río que acaba de perder a un bebé. Una palabra tiene sabor a “polvo, a yogur caducado o a tostada quemada”. Sobre su búsqueda y la memoria apunta: “He estado pensando en el rastro que dejan nuestros recuerdos, en si éste permanece inmutable o cambia a medida que lo reescribimos. En si los recuerdos son sólidos como casas y peñascos o se deterioran rápido y los reemplazamos, los recubrimos. Todo lo que recordamos se degrada y se digiere, nunca es lo que era en realidad. Esto me angustia, me inquieta. Nunca llegaré a saber lo que pasó exactamente”.
Bajo la superficie tiene algún trazo grueso, como la eficaz pero algo predecible re escritura de la tragedia clásica y el personaje de Fiona, una mujer transexual fascinante descripta con crudeza (y también con delicadeza), pero que quizá no está del todo desarrollada, sobre todo teniendo en cuenta que es quien cataliza la resolución final. Pero estas flaquezas no logran dañar a esta novela misteriosa y desolada, escrita con inteligencia, belleza y compasión.
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