Tú que te asustas
22 de febrero de 2017
La antología del cuento gótico Alguien llama a la ventana es uno de los libros más cuidados y personales editado en los últimos meses. Esa bienvenida falta de enciclopedismo, ese capricho –las mejores antologías suelen ser así– se relaciona directamente con la escritora que eligió los cuentos, los prologó, los anotó, los tradujo, y hasta eligió las preciosas estampas victorianas que ilustran casi cada página: Cristina Bajo. Los cuentos que Bajo tradujo son de Edith Wharton, Henry James, Saki, Lafcadio Hearn, E.F. Benson, M. Yale Wynne y H. P. Lovecraft. Solo quedaron fuera los escritos en español (de Bécquer y Lugones, y uno de la propia Bajo), un anómino breve europeo y el poema “No solo en las estancias...” de Emily Dickinson. El cuidado del volumen –también a cargo de Paula Viale– es claro desde la tapa con la reproducción de “At The Park Gate”, una pintura de 1878 de John Atkison Grimshaw, pintor británico especialista en escenas nocturnas.
En Alguien llama a la ventana hay una combinación de aciertos. El primero, la gran calidad de los cuentos seleccionados y, en muchos casos, su extravagancia: se delata un gusto exquisito y algo retorcido, pero también el ojo de una lectora voraz, que no cede a lo obvio pero tampoco ofrece rarezas porque si. “Kerfol” de Edith Wharton es un cuento gótico de ambientación clásica pero el crimen que desencadena la presencia de los fantasmas en la mansión de Bretaña donde transcurre es tan brutal e inesperado –no diremos mucho, pero los fantasmas no son humanos: son de perros, y no de animales grandes y guardianes, sino de mascotas de compañía– que sorprende como pocas veces ya el gótico lo hace; sorprende y repele. Es un cuento magnífico, con una descripción de ambiente justa, sin los excesos del género que mueven a la parodia. Y es totalmente escalofriante. El rarísimo “La poesía de ciertas ropas antiguas” de Henry James es una historia de celos fraternales, dos mujeres y un cofre lleno de vestidos malditos; como suelen ser los relatos de fantasmas de James, es elegante y está recorrido por mujeres sutilmente transtornadas. “Gabriel Ernesto” es un cuento bastante conocido de Saki pero su inclusión es perfecta porque con su latente homoerotismo le da otra pincelada al gran cuadro gótico de sexualidad, encierro, fantasmas, familia y la persistencia de las sombras. “Cómo desapareció el miedo de la galería alargada” de E. F. Benson mezcla un estilo zumbón con el horror más patético, el crimen de dos niños que, en su final, le da una vuelta de reconciliación que preludia una nueva era de la ghost-story: la de los buenos fantasmas, la de convivencia con los muertos y la compasión por su condena.
Lo más interesante de Alguien llama a tu ventana, sin embargo, es que además es una biografía literaria de Cristina Bajo. Cada cuento está precedido por una breve y deliciosa reseña sobre el autor que relata, además, cómo se encontró Bajo con ellos, cómo se va construyendo la niña fascinada por textos oscuros y la escritora que es notable cuando hace ingresar lo tenebroso a su literatura. A los 12 años, cuenta, encontró en la revista Maribel un poema de Emily Dickinson dedicado a un petirrojo y muchos años después consiguió en su tienda de libros favorita una buen traducción de sus poemas donde encontró los que más le gustaron: “los que hablaban de muerte y cementerios, de lo desconocido que llama una noche de invierno a nuestra puerta”. En la introducción al relato de Henry James recuerda a su padrino de bautismo, un librero de Córdoba, que la introdujo en los clásicos; a Saki también lo encontró de chica, en la revista Selecta; a Benson llegó hace pocos años, en una antología reciente de cuentos de fantasmas. Lovecraft apareció a finales de los 70 en la librería de la que Bajo era dueña, Mari-Gris; a la casi desconocida Madeline Yale Wynne la encontró gracias a una amiga que vive en Boston y con la que intercambian datos y descubrimientos. También se va por tangentes y recuerda textos inspiradores, como el tomo que le faltaba de una Historia general de la pintura encontrado en una feria de usados de las sierras de Córdoba, donde la impresionaron ilustraciones de muertos y demonios japoneses (eso la llevó a Lafcadio Hearn); o se remonta a una sala de maternidad, después del nacimiento de su primer hijo, cuando leyó un texto de Shakespeare que la inquietó terriblemente pero luego, con el bebé chico, olvidó, no buscó y ahora no puede recordar. El relato de Leopoldo Lugones elegido (“La metamúsica”) le trae una mansión con columnas cercana a su colegio de monjas en Unquillo. La casa era, según creían los vecinos, de Ulyses Petit de Murat –que dirigió La guerra gaucha, basada en la novela de Lugones.
Pero el texto más revelador es el que precede su propio cuento, “La gardenia en el cristal”, un relato de fantasmas “positivos” poco antes de Navidad. Para presentarlo, Cristina Bajo cuenta que nació en 1937, que espera “estar viva cuando editen esta obra” y que de los 7 a los 27 años vivió en Cabana, una pequeña villa de las Sierras; ese tiempo y sus padres, dice, “son los responsables de lo que soy ahora”. Vuelve a repasar los libros, las películas, las revistas, su inclinación por lo extraño; casi todo lo visto y leído le llegó en ediciones populares, en el cine del pueblo, en publicaciones “femeninas”: el ingreso más democrático y placentero a la literatura. Pero confiesa que su predisposición hacia lo fantástico y lo lúgubre la disparó una historia que le contó su madre, un cuento real de aparecidos. La madre, niña entonces, debía cruzar un puente con tablones sobre un arroyito para ir a la panadería; un día se encontró ahí con un hombre que conocía, un vecino muy agradable que le leía cuentos. El señor, vestido de gala, le anunció que dejaba el pueblo. La madre de Cristina Bajo se puso triste: le tenía afecto al vecino. Cuando volvió con el pan, encontró gente llorando en su casa. La retaron por la tardanza, la chica contó el encuentro para justificarse y recibió un cachetazo de su madre: el vecino en cuestión había muerto hacía horas. La madre nunca le creyó. “Por mi parte”, escribe Bajo, “creo que el buen señor decidió despedirse de la chiquilla, lo más cercano a una hija que había tenido”. El cuento “La gardenia en el cristal”, que transcurre en Cabana y cierra la antología, también es un cuento sobre una despedida y, al mismo tiempo, sobre un reencuentro. Como todo cuento de fantasmas, es un relato sobre lo inolvidable. Y aunque mantiene el aura gótica de la mansión, los objetos hermosos y el amor trágico, los fantasmas de Cristina Bajo no dan miedo. Agradecen y hacen regalos desde la muerte; son zorros simpáticos que corretean en el fresco monte de las Sierras.
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