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lunes, 31 de julio de 2023

Entrevista con el biógrafo Reiner Stach / Larga vida para Kafka


Entrevista con el biógrafo Reiner Stach

Larga vida para Kafka

Kafka, de Reiner Stach, presenta en dos volúmenes un magistral recorrido por los días del autor de La metamorfosis y El proceso, acaso el narrador, diarista y corresponsal más fascinante de la historia de la literatura.

Matias Serra Bradford

31 de julio de 2020


Como corresponde con un perseguidor de Franz Kafka, el intercambio se desarrolló de manera epistolar, oportunamente demorado, interrumpido, retomado, recorregido, apostrofado, finalmente inconcluso (por interminable). En la estela de los más ambiciosos biógrafos del siglo XX –Leon Edel, Richard Ellmann, Michael Holroyd, Richard Holmes, Hilary Spurling– durante dos décadas Reiner Stach fue montando y modulando los días de Kafka (1883-1924) en tres bloques cronológicos: Los primeros años, Los años de las decisiones y Los años del conocimiento. Son tres tomos en alemán y en inglés; dos en castellano. (La vida no es exactamente igual en otro idioma).

Por lealtad a cada sujeto retratado, cada biografía exige refundar el género, sutilmente o haciéndolo renacer por completo. Viajando en esa dirección, para abrir y envolver los tramos huidizos –los capítulos– Stach eligió como epígrafes frases menos esperables, de Juan Carlos Onetti a Jimi Hendrix, Laurie Anderson y Björk.

Como la de Kafka fue una vida corta, se pueden ir leyendo las tres partes en simultáneo, en paralelo, alternando capítulos de un tomo y otro, sin perder foco (su cara fue siempre la misma). Idéntica es también la elegante audacia con que Stach se aventura en terrenos pantanosos sin remitir nunca al protagonista a los tribunales de Comodoro Freud.

La empresa biográfica no es estrictamente necesaria, pero puede ser útil, simplemente porque, entre otras cosas, permite que se lean las líneas del autor radiografiado desde otra perspectiva, sabiendo cuál era el arco de su disposición espiritual. Como sea, hay pocos casos en los que el misterio de la vida es tan potente como el de la obra (y al revés), y es inevitable pensar que con Kafka eran mutuamente dependientes. 

Todos parecen recovecos o escondrijos en su obra y en uno de ellos alcanza a leerse: “La escritura se niega a entregárseme. De allí el plan para exploraciones autobiográficas. No biografía, sino una exploración y una detección de los componentes más pequeños posibles. Luego quiero construirme a partir de ellos, como alguien cuya casa es insegura y desea construir una segura a su lado, si es posible con los materiales de la anterior”. Acaso con diversas piezas o escenas –de menor a mayor– es que Stach pudo ir rearmando y recobrando un cuadro de Kafka, una serie de fotogramas reanimados, una secuencia creíble.

Su altura, distinción, gesticulación. (“No hablaba tanto con las manos como con los dedos”, anotó Dora Diamant, la última mujer y la única con la que convivió, relativamente). Las zancadas, aun peregrinando dentro de su propia habitación, cosa que podía hacer durante horas. Su orgullo por un reloj de bolsillo, cómplice directo de sus sistemáticas llegadas tarde al trabajo, que compensaba salteándose escalones. Las sesiones de natación o remo en el Moldava. Su franca disposición a la broma y el absurdo. Su ánimo de jugar con Dora a las sombras chinas contra una pared aquellos últimos meses.

Podría imaginarse un solo episodio actuando de puesta en abismo de esa vida: cuando se le voló el sombrero por un viento nocturno en los jardines de Zürau, hacia un pequeño lago, y tuvo que ser arrancado de las garras del hielo a la mañana siguiente. O podría cifrarla un episodio que no sucedió: cuando de niño soñaba con leer ante una audiencia La educación sentimental de Flaubert entera, “durante tantos días y noches como fueran necesarios... y las paredes retumbaran con la lectura”.

O bien que una sola de sus frases actuara de aleph, como cuando en una carta le dice a su amigo y albacea Max Brod: “No porque tenga nada que ocultar, excepto en la medida que el ocultamiento ha sido la vocación de mi vida”. O cuando desde el lago de Garda se mofa involuntariamente de sus futuros biógrafos: “Mi único sentimiento de felicidad consiste en que nadie sabe dónde estoy”.

En una de su miles de cartas inaplazables redactó: “Lo que realmente necesitamos son libros que nos afecten como una calamidad que produce un gran dolor, como la muerte de alguien que amamos más que a nosotros mismos”. Una biografía extraordinaria de una criatura más extraordinaria quizá no llegue a tanto pero cae peligrosamente cerca.

–Un retrato logrado (parcial, dentro de una novela, o presentado como una vida entera en una biografía) es una de las ambiciones más altas y arduas en literatura. En manos maestras, puede resultar una de sus mayores cumbres.

–Presentar un retrato convincente es, sin duda, la tarea más difícil de una biografía. La razón es que un retrato es una tarea completamente “interdisciplinaria”. No se comprende a una persona si sólo se registran sus propias palabras y hechos. Sólo se la entiende cuando uno la ve en su contexto completo: crianza, educación, las mentalidades e ideologías de la época y mucho más. Para conseguir esto, uno necesita conocimientos históricos, sociológicos, psicológicos, que luego se funden, idealmente, en un retrato logrado. Hoy es un lugar común decir: no es que el autor XY estaba enfermo, sino que su época lo estaba. En cierto modo, esto también corre para Kafka, e incluso sus contemporáneos proponían esa idea. Al punto de que en en 1921, por ejemplo, Milena Jesenská le escribió a Max Brod comentándole que en su opinión Kafka era la única persona sana y que todos los demás estaban enfermos. Una expresión de simpatía y una declaración sorprendente. Cómo puede producirse semejante exageración debe mostrarse con detalles concretos, si no sigue siendo una frase suelta. Dicho de otra manera, uno debe describir por qué estuvo “influido”, y debe mostrar con la misma precisión cómo se las arregló una y otra vez para escapar de estas “influencias” y encontrar su propia vía. Sólo de una dialéctica semejante puede emerger un retrato vivo.

–Es algo tan sugestivo como perturbador que el propio Kafka fuera un ávido lector de biografías y autobiografías.

–Si uno conoce las cartas y diarios de Kafka, no es tan sorprendente. En esos libros buscaba una cercanía con otras personas, una intimidad que a menudo le faltaba en su propia vida. Uno podría incluso decir que utilizó la lectura de biografías como una fuente de calidez social. Y también sentía curiosidad por cómo otras personas manejaban su vida. Esperaba aprender algo de ellas.

–Usted ha escrito que Kafka estaba buscando un “arte de vivir”, no el arte de la escritura. Uno podría fantasear con esta imposibilidad: lo que él necesitaba, si puede decírselo así, era leer su propia biografía mientras estaba vivo.

–Eso es exactamente lo que estaba tratando de hacer. Observaba a las personas con una precisión, constancia y empatía increíbles, como si estuviera leyendo una novela. Pero no era esta la mirada fría de la que algunos escritores del siglo veinte están tan orgullosos. Más bien podría compararse con la observación de animales que no viven en cautiverio. Despiertan nuestra curiosidad y estudiamos lo que hacen, y por medio de esta atención sentimos una alegría indeterminada. Es como si observáramos la vida misma. Esto le procuraba una gran satisfacción.

–Son notables sus delicadas maniobras de evasión ante la peligrosa tentación de las deducciones psicológicas.

–Quería mostrar la personalidad de Kafka, no quise “deducirla”. Siempre intenté evitar la terminología psicológica y psicoanalítica. Porque si utilizás estos términos técnicos para caracterizar a una sola persona, inevitablemente te conduce a simplificaciones. ¿Qué bien le hago al lector si le digo que Kafka sufría de una neurosis obsesiva? No estaría equivocado al decirlo. Pero de ningún modo sería una “llave” hacia la personalidad de Kafka, sino simplemente otra pieza del rompecabezas hacia un retrato verdadero. Podría incluso ser contraproducente. Después de todo, si uno se encuentra con un desconocido y sabe –antes de conocerlo por primera vez– que sufre de neurosis, ya no lo va a observar con imparcialidad. Pero hay variantes muy diferentes, hay neuróticos obsesivos-compulsivos que se lavan las manos muy seguido, y hay otros que vuelven productiva su neurosis y la transforman en un perfeccionismo artístico. Y se pueden hacer las dos cosas, como Kafka.

–La paciencia infinita exigida de un biógrafo se enfrenta a la tirante relación que Kafka y sus personajes mantienen con la perseverancia.

–Los personajes de Kafka son todo menos pacientes; diría incluso que su impaciencia es una de las razones de su fracaso, especialmente en las novelas El proceso y El castillo. El propio Kafka era muy impaciente cuando se trataba de sus escritos –quería la perfección o nada– pero era paciente con la gente. Esto tenía que ver con una profunda empatía social. Aún cuando observaba que las personas tomaban decisiones completamente equivocadas, no trataba de enseñarles cosas desde un punto de vista superior. Más bien trataba de seducirlas hacia la decisión correcta. De manera que era muy exitoso como consejero. Desde luego que esto puede servir de modelo de conducta para un biógrafo. Hay episodios en la vida de Kafka que nos ponen nerviosos porque sigue dando vueltas y vueltas en círculos, por ejemplo en su compromiso con Felice Bauer. Pero aquí está siguiendo su propia lógica psíquica, y nuestra tarea es comprenderla, no juzgar sus acciones moralmente.

–El biógrafo de un sujeto que ha muerto tiene resuelto el montaje general, pero no la secuencia y la forma de cada capítulo. ¿Podría comentar algo acerca de su modus operandi?

–Es caractertístico de Kafka que sólo haya un pequeño número de motivos y de conflictos importantes en su vida, que recurrían una y otra vez sin hallar solución: por ejemplo, la relación con su padre, la relación con el judaísmo, la tensión entre el deseo de escribir y el deseo de casarse y formar su propia familia. Es igualmente característico de él que siempre en las situaciones decisivas de su vida todos estos temas se volvían punzantes al mismo tiempo. Sería inducir a error dividir estos temas en diferentes capítulos. Es necesario ilustrar cómo estaban entretejidos. Esto me llevó a la idea de describir ciertas escenas centrales en su vida, que están bien documentadas, de una forma novelística, pero sólo por medio de detalles auténticos. Otra cuestión importante es cuál es la distancia “apropiada” del biógrafo hacia cada objeto. No se puede escribir sobre la sexualidad de Kafka con la misma distancia que sobre el trabajo en su oficina o la guerra mundial. Resolví este problema contando las historias con una cámara móvil, siguiendo el ejemplo del cine.

–Hablando de formatos, en el irresistible desprendimiento posterior de su biografia (Is That Kafka?) propone lo que sería una vida cubista. ¿Qué lo condujo a ese formato peculiar?

–Todos esos clichés. Los mitos culturales que distorsionan su imagen. La imagen de un poeta alejado del mundo que sól está interesado en sus pesadillas privadas. Un ejemplo: Kafka asistió a la lectura de un escritor mediocre, y en su diario describió este evento fallido con una precisión cinematográfica y con efectos cómicos irresistibles. Otro ejemplo sería el del “genio que murió joven”. Se olvidan de la época terrible en la que vivió Kafka. En Is That Kafka? Explico lo que les sucedió a sus compañeros de clase. Un tercio sufrió una muerte violenta en la guerra o fueron perseguidos. Y si Kafka hubiera llegado al final de la segunda guerra a la edad de 62 años, hubiera descubierto que de sus 23 compañeros sólo 5 seguían vivos.

–Después de todos estos años haciendo de compañero de banco de Kafka, ¿cuál es la pregunta que se sigue haciendo sobre él?

–Desde luego, como biógrafo uno tiene esa clase de fantasía a menudo: alguien se me acerca y me dice “Te vas a encontrar a Kafka ahora. Tenés diez minutos para una entrevista”. ¿Qué hacer en un caso así? Probablemente intentaría descubrir si realmente Kafka dudaba de su propia posición como escritor, porque su constante autocrítica era para mí una evasión de esta pregunta. Una vez escribió: “Soy final o principio”. Con esto se refería a su trabajo, y se preguntaba si sus escritos era sólo una declinación de la literatura clásica o un nuevo comienzo radical, un lanzamiento de energías literarias completamente nuevas. Me gustaría preguntarle: “¿Lo dice en serio? ¿Realmente no lo sabe?”.

Kafka. Los primeros años. Los años de decisiones. Los años de conocimiento, Reiner Stach. Trad. Carlos Fortea. Acantilado, 2.368 págs.

CLARÍN

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