Cormac McCarthy en casa
Él había llevado su cartera encima hasta que le hizo un agujero con forma de ángulo en el pantalón. Luego un día se sentó en el arcén y sacó la cartera y examinó lo que llevaba dentro. Un poco de dinero, tarjetas de crédito. Su permiso de conducir. Una foto de su mujer. Lo fue colocando todo sobre el asfalto. Como naipes de una partida. Arrojó a la espesura el pedazo de cuero negro de sudor y se quedó sentado con la fotografía en la mano. Luego la depositó también en la carretera y se puso de pie y reanudaron la marcha.
(p. 43)
¿Es azul?
¿El mar? No lo sé. Antes lo era.
(p. 136)
¿Por qué no se apartaban de la carretera?
No podían. Todo estaba en llamas.
(p. 142)
La casa crujía y gruñía al calentarse. Como algo que estuviera saliendo de una larga hibernación.
(p. 155)
Rebuscaron entre los restos diseminados a lo largo de la carretera y finalmente encontró una bolsa de lona que podía cargar al hombro y un maletín para el chico. Guardaron las mantas y el plástico y lo que les quedaba de comida y reanudaron la marcha con las mochilas y la bolsa y el maletín dejando allí el carrito. Encaramándose a las ranas. Marcha lenta. Él tenia que pararse a descansar. Se sentó al borde de la carretera en un sofá con los cojines hinchados de humedad. Tosiendo doblado por la cintura. Se quitó la mascarilla manchada de sangre y se levantó y la enjuagó en la zanja y la estrujó y luego se quedó allí de pie sin más. Sacando nubecillas blancas de aliento. Tenían el invierno encima. Se volvió para mirar al chico. Allí parado con el maletero como un huérfano esperando el autobús.
(pp. 201-202)
Cormac McCarthy, La carretera
Mondadori, Barcelona, 2007
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