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sábado, 10 de diciembre de 2022

Gustave Courbet / El hombre desesperado

 

Le désespéré, 1845
Gustave Courbet


«Le désespéré» («El hombre desesperado»), Autorretrato de Gustave Courbet, h. 1845


Blanca Fernández
31 de agosto de 2017

Courbet (1819-1877) fue un pintor cuya obra forma parte del movimiento denominado Realismo, que apareció principalmente en Francia y en Gran Bretaña a mediados del siglo XIX y se desarrolló en la segunda mitad del siglo. Este movimiento también se manifestó en literatura, uno de cuyos representantes más notables fue Balzac. En un periodo marcado por la oposición entre el Romanticismo y el Clasicismo, el Realismo abrió una nueva vía, evocando la realidad sin idealización y abordando temáticas políticas y sociales.

Como es bien sabido, Courbet fue el autor del célebre cuadro L’origine du monde, cuyo último propietario fue Jacques Lacan.

El desesperado es uno de los cuadros más conocidos del pintor, que lo realizó en su etapa de juventud cuando tenía en torno a 25 años. La forma en la que el autor se representa no está exenta de misterio, motivo por el cual este autorretrato se distingue del resto de los pintados por Courbet donde la narración es más explícita. Por esta razón, este cuadro ha sido objeto de múltiples interpretaciones, entre las que se incluye la de quienes piensan que se trata de una manifestación romántica con tintes de extremo abatimiento y melancolía, que apareció en su juventud y que le fue propia en el transcurso de su vida. Tanto es así que, en ocasiones, este cuadro ha servido para ilustrar el delirio o, más ampliamente, la locura. Es un dato notable saber de su predilección por él, hasta el punto de que permaneció con el autor hasta el momento de su muerte.

La forma en la que el joven Courbet se representó es novedosa y audaz, pues no era habitual hacerlo de manera horizontal ocupando todo el espacio de la tela. La figura ocupa un primer plano, en el que aparecen los brazos desplegados y sus manos, que se mesan los cabellos. La pose es teatral, en la que destacan los ojos desorbitados y la boca entreabierta. La falta de detalles superfluos, el tratamiento del color y la ausencia casi de distancia con el espectador, reducen el espacio físico con quien lo contempla, y contribuye e invita a que participe de la intensidad del momento. La mirada queda cautiva en sus ojos, que parecen no posarse en el espectador, y que, por el contrario, aparentan sobrepasarlo como si fuera invisible.

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