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viernes, 14 de octubre de 2022

«The Crown» / La verdad sobre el espía comunista al que la Reina Isabel II ocultó y nombró caballero

 

Olivia Colman / Isabel II

«The Crown»: la verdad sobre el espía comunista al que la Reina Isabel II ocultó y nombró caballero

Anthony Blunt llegó a delatar a decenas de agentes británicos en el exterior, muchos de los cuales fueron ejecutados. Cuando fue descubierto en 1964, le permitieron seguir trabajando como conservador hasta 1979 en Buckingham Palace, porque el Estado no quiso sufrir la humillación pública de reconocer que había sido engañado durante tanto tiempo


Israel Viana
Madrid, 21 de noviembre de 2019

Imagen del verdadero Anthony Blunt en 1979 (izquierda), que aparece en «The Crown» interpretado por Samuel West, junto a la Reina Isabel II



¿Tuvo la Reina Isabel II a un espía durmiendo en el Palacio de Buckingham? Como cada temporada de «The Crown», la Casa Real ha vuelto a reiterar que jamás comentarán nada «sobre la fidelidad de los hechos presentados por la serie». El creador y director de la misma, Peter Morgan, ha asegurado por su parte que se toma «licencias artísticas» durante la producción. Pero lo cierto es que, desde el principio de esta tercera temporada, se presenta el tema de la injerencia de la URSS en el Reino Unido.

Aunque no hay que olvidar que es una serie de ficción en la que el entretenimiento es el principal objetivo, los hechos que se narran en «The Crown» son ciertos al cien por cien. Esa injerencia de los comunistas en la Monarquía y el Gobierno británicos está presente, en primer lugar, en la posibilidad de que el entonces primer ministro, Harold Wilson, fuese un espía del KGB. Y lo cierto es que ese espionaje ruso fue uno de las polémicas más importantes con las que tuvo que lidiar este laborista durante sus dos legislaturas al frente del Gobierno: primero, entre 1964 y 1970, y después, entre 1974-1976.

En 1981, por ejemplo, se descubrió que Tom Driberg, diputado del ala izquierda del laborismo, fue un triple agente al servicio del contraespionaje británico (MIS), del KGB soviético y de los checos. Así lo contaba el diario «Daily Mail». Era el mismo caso que el de sir Roger Hollis, cabeza del MI5 y supuesto agente del KGB de 1956 a 1965. Driberg, sin embargo, murió en 1976, a los 71 años, sin que se supiera que había sido espía y tan solo un año después de que Harold Wilson hubiera convencido a la Reina Isabel II de que le nombrara lord Bradwell. Una decisión que le llevó a pasar por alto que este había pertenecido al partido comunista en el pasado.

Sir Anthony Blunt

En «The Crown», la Reina sospecha de que Wilson sea un espía también de la KGB e, incluso, llega a pedirle al MI5 que le investigue, pero en la ficción y en la realidad aquello no pasó de ser un rumor. Lo que sí se confirmó fue que Sir Anthony Blunt, proveedor y encargado de conservar la colección de arte de la Familia Real, fuera, esta vez sí, un agente encubierto. Y a pesar de que el servicio de inteligencia británico esta vez sí le descubrió, la Isabel II le permitió conservar su puesto. Pero, ¿quién fue este espía inglés al servicio de los comunistas rusos en la realidad?

La ficción de Netflix cuenta con un equipo de una decena de personas dedicadas por completo a investigar los acontecimientos y las figuras históricas que aparecen, siendo lo más rigurosa posible. En la piel de Blunt se ha metido el actor Samuel West, que da vida a este prestigioso historiador del arte que fue también encargado de la pinacoteca de la Reina hasta que, en 1979, fecha de la imagen que ilustra este reportaje, la primera ministra Margaret Thatcher reveló en el Parlamento que había trabajado durante dos décadas para la Unión Soviética.

Era tal la confianza que tenía con Isabel II, que esta le nombró caballero en 1956 por sus servicios en el puesto de «supervisor de los cuadros» de la Monarquía. Un cargo de prestigio que había empezado a ejercer con Jorge VI y que continuó con la Reina después de que esta fuera coronada en 1952. Blunt fue descubierto en 1964, tal y como se cuenta en la serie, tras conocerse que había realizado en el pasado diferentes misiones en el servicio de espionaje británico, pero durante las cuales había pasado en realidad documentos secretos al enemigo soviético.

La Reina Isabel II, con Anthony Blunt, en Palacio de Buckingham
La Reina Isabel II, con Anthony Blunt, en Palacio de Buckingham

Fue tal la sorpresa y el escándalo que el Estado decidió que no podía permitirse sufrir la humillación pública de reconocer que había sido engañado tanto y durante tanto tiempo. La solución fue, con el beneplácito de la Reina, autorizarlo a seguir unos años en su trabajo como encargado de la colección de arte en el Palacio Real. No pareció importarle a Isabel II que hubiera dado toda su confianza al «cuarto hombre» del conocido Círculo de Cambridge. Los otros tres miembros de esta red de intelectuales que en los años 30 entraron en la nómina de la KGB como topos, había sido descubierta antes. Hablamos de Guy BurgessDonald Maclean y el sonado caso de Kim Philby, que actuó de corresponsal de «The Times» en la Guerra Civil española. Y, de hecho, hubo que esperar una década más para conocer la identidad del quinto: John Cairncross, un alto funcionario de Exteriores.

De todos ellos, fue Anthony Blunt el único al que dejaron disfrutar durante 15 años más de su privilegiada vida dentro de Buckingham Palace a pesar de haber sido cazado. Cuando se hizo pública la traición, tan solo unos meses después de que Thatcher accediera al poder en 1979, el espía fue finalmente expulsado y se refugió en la redacción de sus memorias. El escándalo en la sociedad británica fue igualmente mayúsculo en la sociedad. Los ingleses se preguntaban cómo un caballero de la Orden Victoriana, profesor de Cambridge, director del Instituto Courtauld e ilustre miembro del establishment podía haber sido condecorado por la mismísima Isabel II y haber servido al espionaje soviético con absoluta impunidad al mismo tiempo.

Menos de una semana después de que se destapara el escándalo, el antiguo espía compareció ante los medios de comunicación para reconocer públicamente que había sido un agente al servicio de Stalin. «Puse mi conciencia por encima de la lealtad a mi país», afirmó con arrogancia sin pedir perdón por sus actos. Quizá hablaba con la seguridad del que sabía que el Gobierno y la Monarquía también habían actuado erráticamente al ocultar durante 15 años la traición. Y quizá también porque sabía que poco podían hacerle con 72 años. De hecho, fue juzgado ese mismo año y condenado por alta traición, pero no ingresó en la cárcel por su avanzada edad. Cuando el magistrado le preguntó. «¿Es usted consciente del daño que ha hecho?». Su lacónica respuesta fue: «Me temo que sí».

Pedofilia

La peor parte de su trabajo como espía durante los años que tuvo un acceso privilegiado a la Familia Real y a la cúpula gubernamental fue que delató a decenas de agentes británicos en el exterior, los cuales fueron capturados y muchos de ellos, ejecutados. Y su vida privada no era precisamente ejemplar: en el pasado había sido acusado de pedofilia en un orfanato de Irlanda del Norte, chantajeado al duque de Windsor por sus simpatías hacia los nazis, plagiado libros de sus colegas y autentificado cuadros falsos a cambio de dinero.

Las memorias de Blunt no se hicieron públicas hasta 2009, al término de un embargo de 25 años que se había establecido tras su muerte en 1983. En ellas justificaba su secreto alistamiento por el ambiente que existía en Cambridge en su época de estudiante: «Había un clima tan intenso, un entusiasmo tan grande por cualquier actividad antifascista, que cometí el mayor error de mi vida». Y el error fue grande para su patria, puesto que su Círculo de Cambridge consiguió infiltrarse también en el MI5, el MI6, la Embajada de Moscú en Washington, el Foreign Office y el Ministerio de la Guerra.

El espía cuenta también que su entusiasmo inicial se le pasó con el tiempo. Siguió actuando por lealtad a los otros del Círculo de Cambridge, pero ya no le quedó ninguna motivación cuando éstos finalmente se refugiaron en el exilio. «Quedé desilusionado del marxismo, así como de Rusia. Mi esperanza era no oír más de mis amigos rusos y volver a mi normal vida académica». Quizá por eso fue el único en no huir a la URSS. Y cuando Thatcher desveló su nombre en los Comunes, pensó «muy seriamente» en el suicidio, pero prefirió seguir viviendo para terminar varios libros de Historia del Arte.

ABC


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