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miércoles, 12 de octubre de 2022

Marlon James / Furia jamaiquina en la novela “Leopardo negro, lobo rojo”

 


Marlon James se convirtió en 2015 en el primer escritor jamaiquino 

en ganar el Man Booker por su novela Breve historia de siete asesinatos.

Marlon James: furia jamaiquina en la novela “Leopardo negro, lobo rojo”


Ensayo sobre “Leopardo negro, lobo rojo”, la primera entrega de la trilogía “Dark Star” del escritor jamaiquino Marlon James, ganador del Man Booker 2015.


J.J. Maldonado
18 de agosto de 2022

¿Quién habría imaginado que ese adolescente introvertido, hijo de dos policías negros de Jamaica, fanático de X-Men e infortunado nerd que, de cuando en cuando, corría por las calles más peligrosas de Kingston para no ser atrapado por los matones de su escuela, se convertiría años después en uno de los escritores mejor pagados por HBO y Warner Bros., autor superventas, showman del marketing literario y ganador de uno de los premios más prestigiosos de las letras anglosajonas? ¿Quién habría pensado que ese adolescente siempre deprimido y con ganas de matarse sería comparado con J. R. R. Tolkien, George R. R. Martin y Octavia E. Butler, además de recibir el calificativo del “mejor escritor de épica fantástica africana” del siglo XXI? La verdad, nadie. Ni siquiera él mismo. Menos aun cuando su primer libro, trabajo que le tomó sus buenos años, fue rechazado más de setenta veces por diversas editoriales del mundo. Marlon James (Kingston, 1970) parece tener ahora algo que nunca soñó, pero que su escritura y su impulso creativo sí veían venir: la legitimidad literaria en el gran mercado de habla inglesa.


Marlon James

Autor de El diablo de John Crow (2005), El libro de las Mujeres Nocturnas (2009), Breve historia de siete asesinatos (2014) y de Leopardo negro, lobo rojo (2019), primera entrega de su trilogía Dark Star, Marlon James se pasa la vida dando entrevistas, enseñando escritura creativa en Macalester College de Minnesota, subiendo posts de Facebook de largo aliento, yendo de fiesta a los peores antros de Nueva York y, por improbable que pueda parecer, dándose tiempo para escribir novelas de más de setecientas páginas en donde campea la ultraviolencia, la imaginación desmesurada, la mezcla de géneros, la indagación antropológica y, sobre todo, la puesta en escena de los datos tradicionales africanos en una reformulación muy postmoderna. 

Admirador de escritores jamaiquinos como John Hearne y la multipremiada Nalo Hopkinson, en 2015 James se convirtió en el primer narrador de su país en ganar el Man Booker y recibir el premio de manos de la Duquesa de Cornualles, en una gran gala en el centro de Londres y televisada exclusivamente por la BBC. Este importante reconocimiento le llegó por su novela Una breve historia de siete asesinatos, historia de épica violenta y con múltiples voces que narra el intento de asesinato de Bob Marley en 1976, año en el que el cantante recibió un disparo en el brazo y su esposa, Rita, un tiro en la cabeza. Desde diferentes estilos y voces narrativas, la novela recrea la vida y las tribulaciones de los siete pistoleros que asaltaron la casa de Marley en medio de una Jamaica llena de asesinos, traficantes, prostitutas, agentes de la CIA y algún fantasma de la más antigua mitología africana colándose por ahí.

Pero si bien es cierto que en la actualidad Marlon James es uno de los referentes inmediatos de la literatura contemporánea y una superestrella jamaiquina que se traduce a múltiples idiomas, es muy conocida la historia de que pocos años antes de obtener el Man Booker, James era quizá el novelista más rechazado por las editoriales y agentes literarios de Estados Unidos. El diablo de John Crow fue rechazada exactamente 78 veces (contadas por él mismo). Según sus propias palabras, “nadie quería leer sobre el Caribe, pues era un tema muy oscuro y no había blancos en él”. Tras varios intentos sin desistir, el libro fue publicado finalmente por Akashic Books, una editorial independiente ignorada por el establishment neoyorkino.

Su segunda novela, El libro de las Mujeres Nocturnas, tuvo mejor suerte. Esta vez fue rechazada solo 20 veces y recogida tímidamente por Riverhead Books, otra editorial pequeñita que en 2015 fue adquirida por Penguin Group. Pese a que esta novela iba en línea con la siempre rentable narrativa de esclavos, con plantaciones de azúcar, fugas y todo, pasó sin pena ni gloria entre la crítica especializada y el número de ventas.

Pero fueron Una breve historia de siete asesinatos y su demenciada Leopardo negro, lobo rojo que lo sacaron de aquel anonimato y lo establecieron como una fuerza literaria importante en el ojo mundial. Ganador de otros premios como el Anisfiled-Wolf Book y el Minnesota Book, Marlon James ha vendido sus derechos cinematográficos a Warner Bros., Amazon Prime y HBO, y el 2019 fue elegido como una de las cien personalidades más influyentes por la revista Time.

Si ahora mismo uno busca imágenes de Marlon James en Google, se encontrará con un tipo negro y barbudo, enormísimo, el pelo rasta cayéndole hasta el cuello, hombros musculosos y anchos, rostro duro y con una gran cicatriz en la ceja derecha, mirada de alguien con quien no quisieras agarrarte a golpes y que, a primera vista, exuda la típica masculinidad noventera del tipo más rudo del barrio y, quizá, del país. Sin embargo, pocos lectores latinoamericanos saben que debajo de esa fachada de matón coexiste la verdadera esencia de Marlon James: el homosexual sensible y tímido que, de cuando en cuando, se viste de queer para perderse en las infinitas noches de Brooklyn en el anonimato absoluto. Sí, es esa esencia gay la que, sin duda, ha marcado su vida, pero también lo más importante de su obra literaria.

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Los temas de James abarcan la religión y lo sobrenatural, sexualidad, violencia, y colonialismo. A menudo, sus novelas muestran la lucha para encontrar una identidad. Fuente: Mark Seliger/Editorial Planeta.

El abril de 2006, la revista Time publicó un reportaje sobre Jamaica con el siguiente título en letras mayúsculas: “¿El lugar más homofóbico de la tierra?”[1]. En pleno siglo XXI, con el supuesto apogeo del progresismo y el constante debate por la revalorización de las minorías sexuales, todo parece indicar que en Jamaica el grueso de la población va en otra tendencia y mantiene su propia agenda política y mental. Aunque parezca mentira, los homosexuales, bisexuales y transexuales del país caribeño enfrentan a diario niveles de violencia intolerables y, por ilógico que se vea, no pueden depender de la protección policial, ya que muchas veces la propia autoridad incentiva la homofobia. Entre las variables más alarmantes del artículo de Time, puede verse que Jamaica tiene la tasa de homicidios contra gays más alta del mundo y que, además, es uno de los países donde muchas de las agresiones han sido actos de violencia colectiva, urdida generalmente por gente joven y fanáticos religiosos. Algunos ejemplos: el asesinato en grupo a Brian Williamson y Steve Harvey, dos de los activistas homosexuales más destacados de Jamaica. Se sabe que la multitud enardecida llegó a celebrar con el cuerpo mutilado de Williamson, mostrándolo sin pudor ante las cámaras de televisión. Casi de la misma manera, en 2004 un adolescente casi muere cuando su propio padre se enteró de que era gay y mandó a un grupo de fanáticos a lincharlo en su escuela. Ese mismo año, reporta Time, la policía incitó a una turba para que apuñale y apedree a un hombre gay hasta la muerte en Montego Bay. Y en 2006, un hombre de Kingston, Nokia Cowan, se ahogó después de que una multitud lo persiguiera por un muelle, lanzándole piedras e insultos homófobos.

En esta Jamaica infernal creció el novelista Marlon James. Rodeado de violencia e intolerancia, el entonces jovencísimo autor de Leopardo negro, lobo rojo también huía de pandillas que buscaban destrozarlo por ser un nerd y homosexual negro nacido en el país más homofóbico del mundo. Aficionado a los libros y los comics, James no solo tenía que lidiar con la violencia de las calles, sino también con la violencia que venía del colegio, especialmente la de los deportistas y bravucones que lo llamaban “mariquita” y “Mary”, forma despectiva de referirse a los gays en Jamaica.  

Desde muy chico, Marlon James se vio obligado a mantenerse alejado de su hermano mayor para evitarle vergüenza y buscó refugio en la literatura griega, sobre todo porque vio que en las portadas de los libros aparecían casi siempre hombres desnudos. Encerrado en su habitación, a veces hacía esfuerzos para sonar mucho más masculino, repitiendo palabras como “bredren” y “boss”, pero su timidez lo estropeaba todo y pronto se veía huyendo nuevamente de los tipos más duros del barrio.

En la adolescencia, James se pasó buena parte del tiempo deprimido por el encierro obligatorio que se autoimponía para no ser golpeado por los otros. Sin embargo, siempre buscó la manera de escapar de esa sensación de confinamiento a través de los libros, pero especialmente de los comics. La aparición de X-Men en su vida “fue como una bisagra lumínica”, pues supo comprender y reconocerse en esos personajes marginados, forasteros y raceados que, a pesar de toda su valía, no agradaban al mundo. Luego de que sus compañeros le gritaran “maricón” en medio de la estación de autobuses para que se oyera en toda la calle, James solía pensar: “Soy un X-Man. Soy un maldito mutante que ayuda a la gente que viene después de mí”.

Cuando terminó la escuela, entró a estudiar literatura y política en la Universidad de las Indias Occidentales. Allí se enamoró de algunos chicos y tuvo sus primeras relaciones, aunque interiormente se decía que no era homosexual. Intentó conseguir una novia. Intentó volver a la iglesia. Pero nada funcionó. Reemplazó X-Men por pornografía gay y cayó nuevamente en depresión.  

Después de graduarse, empezó a trabajar en publicidad y como fotógrafo ocasional para revistas de música. Aún vivía en Kingston, avanzaba su primera novela y acababa de cumplir los treinta años. Entonces, contra todo su raciocinio intelectual, pidió un exorcismo. Asqueado consigo mismo, decidió que debía liberarse de los demonios que lo hacían consumir pornografía gay y, sobre todo, desear a los hombres.

Primero trató de acercarse nuevamente a Dios, pues pensó que la respuesta que estaba buscando podía encontrarlo en Él. Se unió así a una carismática iglesia evangélica en Kingston, con una congregación mayoritariamente de alto nivel, donde la gente hablaba en lenguas y donde los servicios duraban horas. Al poco tiempo, creyó que había nacido de nuevo y que su camino apuntaba hacia una vocación sacerdotal.

Sin embargo, su etapa eclesiástica no duró mucho. Se vio atrapado otra vez en el mismo ciclo de tentación y transgresión, maldiciéndose por tener deseos pecaminosos con otros hombres. En la iglesia supo que varios feligreses habían recibido exorcismo y decidió que él también necesita aplicarse uno con urgencia. Y eso hizo. La expulsión de sus demonios se realizó un martes por la mañana con pastores de otra iglesia para guardar la discreción. Lo esperaron en un cuarto con dos bolsas de basura y una biblia. Luego de las consabidas oraciones, empezaron con el ritual de la imposición de manos y la glosolalia para arrasar a los demonios. Marlon James no aguantó mucho tiempo y vomitó llenando la primera bolsa de basura. Entusiasmados, los exorcistas le recitaron versículos de la biblia y conjuraron al Demonio mientras James, traumatizado, volvió a vomitar y llenó la segunda bolsa. En pleno paroxismo, el novelista les gritó que veía dos hombres follando cada vez que cerraba los ojos para orar. Los libertadores le agarraron la cabeza y hablaron en lenguas y arrojaron así al espíritu de la homosexualidad, al espíritu de la blasfemia y al espíritu de la incredulidad, mientras James buscaba otra bolsa para volver a vomitar. Al finalizar el exorcismo, le dijeron que habían escuchado ocho demonios dentro de él. Luego le cogieron la cara entre las manos y le prometieron que por fin estaba libre de su homosexualidad.

Durante un tiempo no hubo luchas y pensó que Dios había obrado. Pero tan pronto se sintió solo, volvió a la pornografía. Y después a encamarse con hombres. La única diferencia fue que esta vez no tuvo sentimientos de culpa. Harto de todo, se fue de Jamaica el 2007. Escribió en un post de su blog: “Si eres un escritor gay en Jamaica, tal vez incluso en el Caribe, llega un momento en el que simplemente tienes que irte”[2].

Llegar a Estados Unidos le proporcionó la distancia y cierta libertad para abordar sus tabúes personales, aunque siempre a escondidas. En los primeros años de su estadía en Norteamérica, solía quedarse en un área muy jamaiquina del Bronx, donde se veía obligado a usar jeans holgados, polos muy hip-hop, zapatillas anchas, en fin, un estilo muy aprobado por la masculinidad de Jamaica. Pero los fines de semana cogía su mochila y se iba en tren hasta Union Square, en donde se metía al baño de Barnes & Noble y se travestía con una indumentaria fabulosa, descaradamente queer, la cual incluía jeans al pito o pantalones acampanados, blusas, tacos y carterillas para Derringers. Según sus propias palabras, “con esos jeans me convertí en la persona que siempre pensé que era. No se trataba solo de ser queer, sino era una especie de atrevimiento, de estar cómodo en mi propia piel”.

Irse de Jamaica, el país más homófobo del mundo, lo salvó. Después de tanta violencia, de tanto maltrato, de tanta amenaza de muerte, Marlon James salió del armario públicamente a los 44 años de edad, tuvo su primera relación seria y normal con otro hombre, y aunque todavía cree en Dios, ya no siente vergüenza de ser gay. Eso sí, aún se sorprende cuando los periodistas y críticos literarios le preguntan por qué hay tanta violencia en su literatura. Marlon James, sonriente, lleno de benevolencia, siempre les responde con otra pregunta: ¿por qué creen?

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James tiene un estilo narrativo perturbador y brutal, comparado al de Quentin Tarantino en cine y a Toni Morrison, William Faulkner y Gabriel García Márquez en literatura. Fuente: Victoria Campbell.

Conocer parte de la biografía de James no es un dato menor. A través de ella puede entenderse mejor el universo de sus libros y su propuesta narrativa, muchas veces signada por un elemento político que, sin ser panfletario ni mucho menos doctrinario, pone en relieve el objetivo final de la encarnizada lucha por las minorías: la igualdad y la tolerancia entre las personas, sin importar su condición sexual, racial o económica. Al igual que en Perú sirve repasar la biografía de José María Arguedas para entender mejor su sensibilidad con el mundo andino en sus libros; o el caso de Faulkner con el Sur; o en John Cheever con el tema del alcohol, en la biografía de Marlon James puede hallarse los códigos secretos que propulsan sus historias. La violencia, por ejemplo. El homoerotismo. Y, por supuesto, la recuperación de los datos tradicionales africanos, los cuales operan de manera explícita en toda su escritura.

Al ser conscientes de aquel aspecto biográfico de James –su homosexualismo–, podemos concluir que la violencia que existe en su obra no es gratuita y tampoco nace de la mera parafernalia como lo han acusado muchos de sus críticos. Al contrario, toda esa violencia parte de la acumulación de horrores y miedos a las que el autor se vio sometido de adolescente y también de adulto, al saberse no solo negro, sino también gay, es decir, un negro gay en un país homofóbico, ultraconservador e intolerante como Jamaica. De ahí que su obra tenga una especie de persistencia voluntariosa sobre ese dolor y sobre los horrores cometidos a los más vulnerables y desprotegidos.

Pero no solo eso. La exploración al sujeto subalterno también se hace patente en cada una de las manifestaciones escriturales de James, siendo quizá Tracker de Leopardo negro, lobo rojo el más memorable y logrado de todos. Cazador, oriundo de las tierras de Ku, negro, lenguaraz, asesino de hombres y, por supuesto, homosexual, Tracker no solo es en sí mismo una fabulosa cascada de narraciones, sino también un eximio marginal que actúa con la lógica de la colonialidad y posee una actitud ambivalente y aparentemente contradictoria: tan pronto como ama y quiere servir, al instante odia y se muestra vengativo y resentido con el mundo. No es una exageración: en Leopardo negro, lobo rojo Marlon James se las ha arreglado para que Tracker logre ingresar a la corta pero poderosísima lista de inolvidables personajes gay de la literatura universal, en donde Gustav von Aschenbach de La muerte en Venecia, Marcel de En busca del tiempo perdido o el atormentadísimo Koo-chan de Confesiones de una máscara despuntan por su enorme humanidad.   

Presentada como la primera entrega de la trilogía Dark Star, y al mejor estilo de las sagas de J. R. R. Tolkien o Octavia E. Butler, Leopardo negro, lobo rojo es un novelón de más de ochocientas páginas en la que aparece un Marlon James en estado de gracia, completamente consciente de sus materiales y de su búsqueda poética. La novela está contada con la fuerza hipnótica de las narraciones orales africanas, con altas dosis de humor, diversos gags y la siempre importante presencia del MacGuffin cinematográfico, además de mezclar registros como la picaresca, el policial, lo épico y lo real maravilloso. Cuando a Marlon James le preguntaron por qué había escrito una novela como esta, tan repleta de reinos, mercenarios, demonios, brujas, charlatanes, magias oscuras, gigantes y vampiros, respondió: “Como personas de color en la diáspora, estamos particularmente interesados ​​en historias que van más allá de la esclavitud. Estoy cansado de ser visto como un escritor que lo más lejos que puede ir en el pasado sea hacia el tema de la esclavitud y que las espadas, la hechicería o la ciencia ficción no están disponibles para mí”.

Desde cierto asombro, la crítica no ha dejado de tildar a Leopardo negro, lobo rojo como un artefacto que traslada el fantasy de Game of Thrones o The Lord of the Rings, junto al space opera de Dune de Frank Herbert y The Foundation Series de Isacc Asimov, a una épica de leyendas y aventuras africanas. Todo eso, desde luego, imbricado con lo más alto de Salman Rushdie, Toni Morrison, Gabriel García Márquez y Octavia B. Butler. Pero la crítica no se queda solo ahí, también pondera las referencias pop como el fermento esencial del libro. Dice, por ejemplo, un notorio sniffy de Michiko Kukatani en The New York Times: “la novela evoca el equivalente literario de un universo de Marvel Comics, lleno de vertiginosas referencias a películas antiguas y televisión reciente, mitos antiguos y cómics clásicos, y fusionada en algo nuevo y sorprendente por sus dotes de lenguaje y pura inventiva”.

Sí. Novela épica, un The Game of Thrones africano. Aunque mejor deberíamos decir que, pese a todo el decorado visual (el libro está lleno de mapas de reinos lejanos y esbozos de castillos) y a todo los blurbs de la crítica, Leopardo negro, lobo rojo es, a secas, una novela de iniciación, un bildungsroman con todas sus letras. El núcleo de la historia trata sobre las aventuras narradas por Tracker al Gran Inquisidor dentro de una prisión del Reino del Sur. Tracker, mercenario, cazador y poseedor de un prodigioso olfato que encuentra a desaparecidos hasta en el mismo inframundo, ha sido contratado para recuperar a un misterioso niño raptado por una horda de vampiros y seres sin nombre. Comprometido con la búsqueda, Tracker rompe su regla de trabajar solo cuando se une a una expedición que tiene el mismo fin. Allí, se mezclará con una serie de personajes inusuales como el Leopardo (animal que se transforma en hombre), Sologon (bruja que domina el aire y el pacto con las runas), Ogotriste (gigante gladiador y asesino de mil hombres) o Nsaka Ne Vampi (la Mujer de la Casa Sin Puerta). Junto a todos ellos, Tracker seguirá el rastro del niño, de una ciudad a otra, perdidos entre densos bosques o entre las maldades de las Tierras Oscuras, y será constantemente atacado por criaturas monstruosas. Mientras lucha por sobrevivir, Tracker empezará otra suerte de viaje, un viaje de autodescubrimiento personal que, en lugar de redimirlo, lo fulminará.   

Toda esta trama recoge muchos de los elementos obvios que la Tesis del Monomito de Joseph Campbell denomina como “etapas” en la singladura del héroe arquetípico: salida, ayuda sobrenatural, retos y tentaciones, revelación, transformación, expiación y retorno. Al igual que Jon Snow en The Game of Thrones, Luke Skywalker en Star Wars o Paul Atreides en Dune, el Tracker de Marlon James emprenderá un viaje que le cambiará la vida al lidiar dolorosamente con su propia identidad en un violento proceso de individuación, tarea heroica que se basa en asimilar todos los contenidos inconscientes en lugar de ser abrumados por ellos. Aprovechándose de esta consabida estructura, Marlon James pone de manifiesto las etapas de la narración mítica y popular extrayendo las “invariantes” –por usar terminología estructuralista– de este tipo de relatos.

A partir de este esquema predeterminado, de sus referencias inmediatas, de la historiografía y de la mitología africana, James va sobreseguro utilizando otra de sus armas más contundentes: la imaginación. Desbocada en todo momento, la imaginación del jamaiquino es un prodigio que no solo le permite ampliar las posibilidades narrativas y simbólicas del género, sino también le abre campo para explorar los fundamentos míticos de la historia africana, las luchas por el poder, la brutalidad del colonialismo y el valor de los elementos tradicionales perdidos o en diáspora desde la llegada de la era moderna. 

Aunque llena de fanservice cliffhanger, las primeras páginas del libro, o mejor dicho, su primer bloque, es una suerte de tour de force, en donde el lector recurrirá a un gran esfuerzo y paciencia de su parte para comprender todo el virtuosismo técnico y lingüístico de James, quien se solaza con desorientar y abrumar al receptor, suspendiendo a cada rato la trama y creando así distintos cráteres de acción y digresiones que parecen no tener un fin determinado. Sin embargo, una vez pasado todo este primer bloque, la novela da un giro inesperado y se enrumba en una dirección tan atractiva que se vuelve imposible salir de ella.

Poco a poco van tomando sentido los innumerables reinos, los rituales de brujería, las palabras sacadas del patwa (una lengua originaria de Jamaica), las luchas contra los inolvidables omoluzus (demonios que viven en los techos) o las revelaciones homoeróticas de Tracker, guerrero Ku al que nunca le cortaron su parte de mujer y que, en lugar de ser hijo de su padre, es hijo de su abuelo.

“Leopardo negro, lobo rojo” es la primera entrega de la trilogía “Dark Star” cuyo protagonista es Tracker, mercenario homosexual y negro que deambula por un mundo signado por la violencia. Fuente: Guillermo Moreno/ Quinta Raza Blog.

Calificado como un artefacto demasiado literario para los fanáticos de la fantasía y demasiado fantástico para los fanáticos de la literatura, Leopardo negro, lobo rojo mezcla la acción desmesurada y predecible de las películas de superhéroes, con toda la alquimia verbal, política e imaginativa del Realismo Mágico, exponiendo escenas de carácter puramente literario que parecen sacadas de Cien años de soledad o de Hijos de la medianoche. Así, Marlon James ordena su universo a partir de una narrativa no allanada ni geometrizada, sino con una propuesta antinatural, antimimetica, antireal. Y como diría Damián Tabarovsky, ese tipo de literatura no despliega la temporalidad, el sentido o el discurso oficial de la realidad, sino todo lo contrario, atenta contra ella y la sabotea poniéndola todo el rato en cuestionamiento.

Solo de ese modo podemos aceptar la maquinaria de mezcla, sampleo y resignificación constante que James hace con los mitos y la idea fundacional de la nación africana, pasando de largo sobre los convencionalismos realistas y meramente objetivistas. De ahí que toparnos con hadas o yumbós, árboles con vida propia, niños con branquias en el cuello, hombres jirafas, fantasmas, animales con dos caras, ogos, omoluzus, ciudades flotantes, mujeres con relámpagos dentro del cuerpo, hienas que violan hombres, naciones de nombres imposibles como Kongor, Dolingo, Malakal, Gangatom, Ku, referencialidades a palabras patwa (koo, wiwi, kimbi, phuungu, kehkeh, mweelu, etc.), en fin, toda la mística africana reorganizada en un excelente y provechoso worldbuilding, nos interese tanto hasta el punto de llegar a la página ochocientos con deseos de más, más y más.

Si bien es cierto que la proeza arquitectónica y lingüística de Leopardo negro, lobo rojo es extraordinaria (innumerables cajas chinas como Las mil y unas noches, páginas y páginas enteras de una sola oración, llenas de subordinadas y ajenas al punto seguido, diálogos ingeniosos y malabarismos retóricos muy estilo Faulkner), el constructo no está ajeno a deslices naturales dentro de un proyecto de tal envergadura. Por ejemplo, el infaltable abuso del deus ex machina y ciertos facilismos para resolver situaciones definitorias. Sorprende así la pereza del narrador al ofrecer recursos tan simples como un “quizá alguien me dijo que lo hiciera o quizá yo lo intuí” (para usar el fuego contra un enemigo mortal al que nada daña, a excepción del fuego, dato que nadie nunca supo y que de pronto se descubre por que “alguien” lo dice), o como un “algo me hizo acercarme a contemplar los estantes volcados y mirar lo que había debajo de la silla” (justo debajo de la silla está el niño que tanto busca y todo se resuelve por ese “algo” que obliga a Tracker a echar un vistazo debajo de la silla) o como “una voz dentro mí dijo”, “no sé por qué lo hice”, “quizá un hado me avisó que”, etc. Todo esto quiebra la pericia narrativa del autor y genera perversas sospechas en el lector.  

De hecho, partes de la novela podrían haber tenido también una poda juiciosa, ya que algunos datos o historias enormes que los personajes se cuentan unos a otros no aportan en nada al relato, más bien lo desmiembran y le quitan su justa esfericidad. Pero más allá de todos estos escollos, agregándole los vicios específicos del género (acción por acción o coreografías llenas de efectismo), Leopardo negro, lobo rojo sale bien librado gracias a la estupenda dosificación del humor en la grandilocuencia de Tracker, quien es una caja de sorpresas e historias imposible de cerrar.

Muertes, persecuciones, facazos a las tripas, violaciones en masa, decapitaciones, ríos de sangre, apedreamientos, batallas campales, inmolaciones, suicidios, es decir, violencia sobre violencia, o mejor dicho, caso sobre caos, es lo que vive el superhéroe homosexual de esta novela, sin lamentarse de su situación ni recurrir a una narrativa lastimera. Así, buena parte de la biografía de Marlon James está cifrada en Leopardo negro, lobo rojo de una manera subterránea, pero a la vez enunciativa.

¿Podrá librarse Tracker de toda esa violencia que lo rodea? ¿Podrá al fin tener una relación estable con algún hombre que no lo traicione o se le muera? ¿Podrá llegar a estar en paz sin necesidad de que su tribu le extirpe esa mujer que lleva dentro? No lo sabemos. Pero mejor así. Por lo pronto, el primer libro ya se abrió y promete una fuerte carga de violencia, mitologema y homoerotismo para rato. Con eso Marlon James puede darse por servido y considerar que, al fin, el verdadero exorcismo funcionó. Al menos dentro del papel. O de la ficción.  

[1] Revista Time. 2006. Escrito por Tim Padgett. http://content.time.com/time/world/article/0,8599,1182991,00.html.

[2] http://marlon-james.blogspot.com/.

CARETAS



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