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viernes, 7 de octubre de 2022

Annie Ernaux en el supermercado

 




Annie Ernaux en el supermercado

LAS LUCES Y LA ABUNDANCIA. “¿Acaso venir al centro [comercial] no significa, de alguna manera, verse admitido en el espectáculo de la fiesta, sumirse realmente, y no a través de una pantalla de televisión, en las luces y la abundancia?”, escribe Annie Ernaux en Mira las luces, amor mío, un libro para la colección “Raconter la vie”, de Seuil, en el que llevó un diario de sus visitas a su hipermercado, el Alcampo de Les Trois Fontaines. “Para ‘contar la vida’, la nuestra, la de hoy, he elegido pues como objeto, sin dudarlo, los hipermercados. Con ello, he visto la oportunidad de dar cuenta de la práctica real de su concurrencia, lejos de discursos convencionales y a menudo teñidos de la animadversión que provocan esos supuestos no-lugares y que no concuerdan en absoluto con mi experiencia”. El título lo toma de una frase que le dice una madre a su hija en plena campaña navideña, de nuevo, luces y abundancia. Ernaux explica en qué consiste el libro: “Nada de pesquisas ni exploraciones sistemáticas, sino un diario, forma que más se corresponde con mi temperamento, propenso a la captura impresionista de las cosas y las personas, de las atmósferas. Un listado libre de observaciones, de sensaciones, para iterar captar algo de la vida que transcurre ahí”.


VER PARA ESCRIBIR. Dice Ernaux que “ver para escribir es ver de otra manera”. En su diario de visitas al supermercado ella encuentra algo así como una versión a escala del mundo, sabe ver ahí la jibarización de la sociedad a todos los niveles. El hipermercado es un lugar perfecto para ver desplegarse el comportamiento humano (parejas que compran juntas por primera vez, el paseo aspiracional por la zona bio, la parafarmacia, etc.), y también en un nivel más grande: la zona de grandes descuentos y autoservicios, las cajas automáticas que van a sustituir a las cajeras. Y también el hipermercado se presenta como el lugar de culto de un modelo de sociedad, la del consumo. Ernaux se acuerda de una visita a un supermercado en Eslovaquia en los noventa: “Me sentí turbada por ese espectáculo de una entrada colectiva, captada desde su raíz, en el mundo del consumo”. Y eso le hace recordar la primera vez que ella misma estuvo en un supermercado: a las afueras de Londres en 1960: “Nos seducía y nos excitaba la diversidad de yogures (en fase anoréxica) y la multiplicidad de chucherías (en fase bulímica).

QUÉ ES UN SUPERMERCADO. “Si lo pensamos detenidamente, no hay espacio, público o privado, donde deambulen y se junten tantos individuos distintos: por edad, ingresos, cultura, origen geográfico y étnico, apariencia. No hay espacio cerrado donde cada uno de nosotros, decenas de veces al año, se encuentre más en presencia de sus semejantes, donde cada uno de nosotros tenga la oportunidad de atisbar la forma de ser y vivir de los demás”. Y más adelante: “Aquí es donde nos acostumbramos a la presencia cercana de los unos y los otros, movidos por las mismas necesidades esenciales de alimentarnos, vestirnos. Lo queramos o no, aquí nos constituimos en una comunidad de deseos”. También son lugares en los que los juguetes se ordenan separados, coches frente a muñecas, o donde las camisetas son ridículamente baratas porque se fabrican en talleres textiles de Asia. En la sección de libros no se puede leer y no están sus libros, pero mira la selección y un día una escritora joven la reconoce y charlan un poco.

¿UN TEMA LITERARIO? Ernaux se pregunta por la ausencia de supermercados en las novelas, “¿cuánto tiempo necesitaba una realidad nueva para acceder a la dignidad literaria?”. Plantea dos hipótesis para explicar la ausencia: “1) los supermercados están relacionados con la subsistencia, cosa de mujeres, y durante mucho tiempo han sido ellas las usuarias principales. Y lo que entra en el ámbito de la actividad más o menos específica de las mujeres es tradicionalmente invisible, no se tiene en cuenta, como, por otra parte el trabajo doméstico que realizan. Lo que no tiene valor en la vida no lo tiene tampoco para la literatura. 2) hasta los años 1970, los escritores, tanto mujeres como hombres, eran mayoritariamente de origen burgués y vivían en París donde las grandes superficies no estaban implantadas. (No veo a Alain Robbe-Grillet, Nathalie Sarraute o Françoise Sagan haciendo compras en un supermercado, a Georges Perec sí, pero puede que me equivoque)”.

UN LUGAR DE MEMORIA SIN TIEMPO. Los supermercados son lugares sin tiempo, “En el centro comercial, no se mide el tiempo. No está inscrito en el espacio. No se lee en ningún lado. Se sustituyen las tiendas, se trasladan las secciones, se renueva la mercancía cosas nuevas que no cambian fundamentalmente nada”; pero sí se recuerdan fechas: el día de la madre, la navidad, etc. Al mismo tiempo son lugares de la memoria: “Escogemos nuestros objetos y lugares de memoria o más bien el espíritu de la época decide qué merece la pena ser recordado. […] me doy cuenta de que a cada periodo de mi vida aparecen asociadas imágenes de grandes superficies comerciales, con escenas, encuentros, gente”. En este libro curioso y breve, Ernaux muestra su capacidad de observación, su sentido del humor y su capacidad para convertir en literatura lo más cotidiano y aparentemente anodino. Pero nada lo es si se mira bien.

LETRAS LIBRES

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