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jueves, 6 de octubre de 2022

Annie Ernaux / El rostro del padre

 




Annie Ernaux: El rostro del padre

En 1967, Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) era todavía una escritora secreta. Faltaban siete años para que publicara su primera novela, Los armarios vacíos, a la que siguieron Ce qu’ils disent ou rien (1977), La mujer helada (1981) y El lugar (1982), donde da con lo que será parte de su huella: un estilo áspero que no nace de la literatura, sino que es un recuerdo de la manera en que escribía las cartas a sus padres. En 1967 Annie Ernaux, que estaba casada y tenía un hijo, aprobó el examen práctico de aptitud pedagógica. Era el certificado de acceso a otra vida y a otra clase: era la confirmación oficial de que se convertía en burguesa. Era el certificado oficial, también, de lo que ella sentía como una traición a su padre, que murió dos meses después de que ese examen tuviera lugar en Lyon. Así empieza El lugar, que se abre con una cita de Jean Genet: “Se me ocurre una explicación: escribir es el último recurso cuando se ha traicionado.” El padre murió en la cama, hubo un velatorio y un funeral y gente que dio el pésame. Ernaux vuelve a su vida en tren con su hijo, viajan en primera, y ella piensa: “Ahora sí que soy una auténtica burguesa” y “Es demasiado tarde.” 


El lugar es un libro breve e implacable que funciona como retrato del padre, como intento de atrapar una vida que ya no está, y también pretende explicar la naturaleza esencialmente dialéctica entre ese padre y su única hija. Al mismo tiempo, es el relato de cómo se construye el libro, de cómo se va buscando a sí mismo. Escribe Ernaux: “Poco después me doy cuenta de que la novela es imposible. Para contar una vida sometida por la necesidad no tengo derecho a tomar, de entrada, partido por el arte, ni a intentar hacer algo ‘apasionante’, ‘conmovedor’. Reuniré las palabras, los gestos, los gustos de mi padre, los hechos importantes en su vida, todas las señales objetivas de una existencia que yo también compartí. Nada de poesía del recuerdo, nada de alegre regocijo. Escribir de una forma llana es lo que me resulta natural, es como les escribía en otro tiempo a mis padres para contarles las noticias más importantes.” 

El lugar cuenta cómo el padre dedicó todos sus esfuerzos a un ascenso social que se verá cumplido en su hija –él logra ya un primer avance, de campesino a obrero, primero trabajando en una fábrica donde conoce a su mujer, y luego dueño de su pequeño comercio: un bar-tienda–. Él lo fía todo a ese cambio de clase. Su hija será una burguesa por su posición socioeconómica, pero también por sus conocimientos. La manera de lograr el ascenso social se produce por los estudios y eso también la alejará de su padre, que temía todo lo que le recordaba su condición de obrero, y eso incluía a las palabras. La única lengua de los abuelos paternos de Ernaux había sido el patois. El padre de su padre nunca aprendió a leer ni a escribir. “Para mi padre, el patois era algo viejo y feo, un signo de inferioridad. Estaba orgulloso de haberse desembarazado de él en parte, incluso si su francés no era perfecto, era francés.” Algunas cosas más de su padre: “Ante gente que él juzgaba importante, se mostraba envarado, tímido y jamás preguntaba nada. O sea, se comportaba inteligentemente. Porque lo inteligente era reconocer nuestra inferioridad y rechazarla escondiéndola lo mejor posible.” Las palabras de su padre son importantes, dice Ernaux: “esas palabras y esas frases dibujan los límites y el color del mundo donde vivió mi padre, donde también viví yo. Y donde jamás se tomaba una palabra por otra”. “Al escribir se estrecha el camino entre dignificar un modo de vida considerado inferior y denunciar la alienación que conlleva.” Al mismo tiempo, el padre era alegre, hacía bromas con las clientas del bar-colmado, tenía un huerto y era casi servicial con las amigas de su hija que acudían a pasar un fin de semana. Hay un momento que recupera el libro y que resulta especialmente enternecedor. Ella ya casada va a verlos y le lleva un regalo a su padre: “Un frasco de aftershave. Apuro, risas, ¿y esto para qué sirve? Después: ‘Voy a oler como una fulana’. Pero promete ponérselo.” Al final del libro recupera otros momentos entre la nostalgia y la decepción: cuando la llevaba en bici a la escuela o la única tarde en que fueron a la biblioteca. 

El lugar es un libro corto que contiene muchas capas e hilos de los que tirar: la historia del padre condensa la historia del país y del paso de un mundo rural y agrícola a otro industrial y urbano. Contiene la historia de las dos guerras, demasiado mayor para acudir al frente en la segunda; demasiado joven en la primera. Con este libro Ernaux entra ya de lleno en lo que desde entonces ha ido consolidando como su proyecto: contar libro a libro la historia de Francia a través de la historia de una vida particular, en este caso, la suya, porque es la que mejor conoce. Esa ambición se ve claramente en Los años, que publicó en 2008 y Cabaret Voltaire reeditó hace unos meses con una nueva traducción. 

Como en muchos de sus libros, en El lugar está incorporada la propia escritura del libro y también la reflexión sobre el valor de la escritura: “Han pasado varios meses desde que, en noviembre, empecé este relato. Me ha llevado mucho tiempo porque poner al día hechos olvidados no me resultaba tan fácil como inventar. La memoria se resiste. No podía contar con los recuerdos que me trajeran el chirriar de la campanilla de una tienda vieja o el olor del melón demasiado maduro, porque en esas cosas solo me encuentro a mí misma; y mis vacaciones de verano en Y…; el color del cielo, el reflejo de los álamos en las aguas del cercano Oise no tenían nada que enseñarme. Es en la manera en que la gente se sienta y se aburre en las salas de espera, se dirige a sus hijos o se dice adiós en los andenes de las estaciones donde he buscado el rostro de mi padre.”


LETRAS LIBRES


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