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viernes, 2 de septiembre de 2022

Elena Mujina / Bajo las bombas en Leningrado


Leningrado
Bajo las bombas 
en Leningrado

Elena Mujina escribió sobre el hambre, los bombardeos, el frío, la muerte y la soledad de su día a día durante un año 'El diario de Lena', testimonio de una joven de 16 años durante el cerco alemán a la ciudad rusa, llega a las librerías

Miércoles, 18 de septiembre del 2013
ANNA ABELLA


BARCELONA

Con 16 años, en una libreta de tapa dura marrón, Lena Mujina, cual Ana Frank rusa, escribía el 21 de noviembre de 1941 en su diario: «Sufro igual que cientos y millones de ciudadanos soviéticos por culpa de ese, por la fantasía delirante de ese psicópata [Hitler]. Ha decidido subyugar al mundo entero. Sufrimos, tenemos el estómago vacío y una gran angustia en el corazón, todo un delirio demencial. Dios santo, cuándo acabará todo esto. ¿Es que se va a acabar algún día?». Para ella la pesadilla de hambre, bombardeos, frío, muerte y soledad que supusieron los 872 días que duró el cerco nazi sobre Leningrado acabaron tras ser evacuada de la ciudad soviética, poco después del 25 de mayo de 1942, fecha de su última anotación en el diario que empezó un año y tres días antes. Entre el 8 de septiembre de 1941 y el 27 de enero de 1944 cayeron 107.000 bombas y 150.000 proyectiles de artillería sobre los más de dos millones y medio de habitantes de la que hoy es San Petersburgo. 800.000 murieron a causa del hambre, las enfermedades y el fuego alemán. Entre 600.000 y un millón y medio, durante las evacuaciones.
Ediciones B publica El diario de Lena, cuyo manuscrito inédito había pasado desapercibido en el archivo central de documentos histórico-políticos de San Petersburgo, al que llegó junto a otros textos en 1962, y que fue recuperado recientemente por el historiador Sergei Iarov. Fueron sus colegas Valentin Kovalchuk, Aleksander Runasov y Aleksander Chistikov, autores del prólogo, las notas y el epílogo, quienes lograron seguir la pista de su autora, que falleció en Moscú en 1991.

«¿Qué me deparará el futuro? No lo sé. Miles de personas mueren en el frente, entre ellos chicos de 16 años, mis coetáneos». Ya en octubre de 1941 sorprende la lucidez de Lena para predecir la intención de Hitler de arrasar la ciudad. «Probablemente los alemanes dejarán Leningrado en ruinas y luego lo invadirán. Todos los que consigamos huir viviremos en los bosques, y allí moriremos, o nos congelaremos del frío, o moriremos de hambre, o nos matarán. Sí, ha llegado el horrible invierno, de frío y hambre para miles de personas».
EL HAMBRE
Obsesión por la comida y canibalismo
El hambre llegó a matar a 130 habitantes cada hora. Más de 2.000 personas fueron detenidas por necrofagia y canibalismo. Según los historiadores, «se cortaban partes de cadáveres que hasta se vendían en el mercado negro». La obsesión por la comida invade el diario de Lena, que relata al detalle qué y cuánto come -gatos, perros, sopa aguada, pan mezclado con serrín o celulosa, gelatina de cola de carpintero fabricada con pezuñas y cuernos de animales...- y cómo lo consigue, pues las cartillas de racionamiento eran insuficientes y las interminables colas a menudo eran inútiles pues la comida se acababa antes de llegar su turno.
La angustia por sobrevivir le genera otros sentimientos: «Si Aka [anciana que vive en la misma habitación que Lena y su madre] muere será mejor para ella y para mamá y para mí. Tenemos que repartirlo todo entre tres, y así mamá y yo lo partiremos todo por la mitad. Aka es solo una boca de más. Ni yo misma sé cómo soy capaz de escribir esto. Pero ahora tengo el corazón de piedra, no tengo miedo de nada. Me da igual si se muere Aka o no, pero si se muere que sea después del día 1, así nos quedaremos con su cartilla. Soy una insensible». Tras ver también morir a su madre de desnutrición, la propia Lena roza el límite. «Estoy tan débil que me da igual todo. Mi cerebro ya no reacciona ante nada, vivo como en un sueño. Cada día estoy más floja, las fuerzas que me quedan se reducen a cada hora que pasa. Tengo una absoluta falta de energía. (...) Esa mirada indiferente, triste, los andares de inválida de tercer grado, apenas cojeo, me cuesta subir tres escalones. No me lo invento ni es una exageración, ni yo misma me reconozco», escribe apática y deprimida. «No nos queda más que acostarnos y morir. Cada día todo va a peor».
LA TRISTE RUTINA
De la depresión a la esperanza
Antes de llegar a ese punto, Lena, que ha sido movilizada igual que todos los habitantes, detalla cómo hace de enfermera en un hospital en turnos de 24 horas, cómo ayuda a cavar trincheras, a habilitar refugios antiaéreos en los que pasarán largas horas -en los primeros seis meses solo hubo 32 días en los que no cayeran proyectiles-, cómo se estropean calefacciones y canalizaciones y cómo pese a las bombas, sigue yendo al colegio, donde espera ver a un compañero de clase que le gusta y aún tiene fuerzas para leer a Tolstói, Gogol o Dickens y para ir con otros chicos a un pequeño espectáculo de Año Nuevo. «Las tiendas están vacías, la luz no funciona, la radio está en silencio, no hay agua, el retrete no va», anota a 31 grados bajo cero.
Al inicio del cerco es optimista: «¡Todavía nos esperan tantas dificultades, sufrimientos, luchas! Pero los alemanes no pondrán un pie en nuestras calles. (...) Se debilitarán antes que nosotros». Sin embargo, 20 días después apunta: «Aún estoy viva y puedo escribir el diario. Ya no estoy completamente segura de que Leningrado no vaya a rendirse». Y en octubre: «Se respira angustia. Empieza a parecer que el destino no tiene previsto para nosotros que lleguen días mejores». Es tras morir su madre cuando fluctúa entre la depresión y la esperanza de ser evacuada. Del «Qué desgraciada soy, qué desgraciada. No le importo a nadie. Me he quedado sola en este mundo» al «Todo lo que haya que sufrir, todo es temporal, no vale la pena desanimarse».
COMBATIVIDAD SOVIÉTICA
«¡Sangre por sangre! ¡Muerte por muerte!»
«Esta guerra será salvaje, cruenta», vaticina en junio de 1941. Al principio Lena se muestra combativa, probablemente influida por los partes radiofónicos soviéticos, donde escuchó también las «palabras profundamente conmovedoras» de un mitin de mujeres contra el fascismo, entre las que cita a Dolores Ibárruri, Pasionaria. «Hitler no cuenta con que vamos a combatir al enemigo día y noche con todas nuestras fuerzas», anota. «¡Sangre por sangre! ¡Muerte por muerte!», añade. Y concluye contundente: «Pagarán por todo. Por los (...) muertos por las bombas y las granadas, por los soldados torturados, mutilados y heridos del Ejército Rojo, por las mujeres y niños disparados, destrozados, acuchillados, ahorcados, enterrados en vida, quemados, deshechos, pagarán por todos ellos. Por las chicas y niñas pequeñas violadas, por el niño ahorcado Sasha, que no luchó y llevaba un pañuelo rojo, por los niños pequeños y mujeres con niños en brazos cosidos a balazos, a los que esos salvajes (...) acosaban por diversión, por todo, por todo eso nos las pagarán».

LA TRASCENDENCIA
Diario, gran amigo y único consejero
Ana Frank en su diario manifestaba su deseo de que este pudiera publicarse algún día. Para Lena el objetivo es más íntimo. «Mi querido gran amigo, mi diario. Solo te tengo a ti, mi único consejero. A ti te confío todas mis penas, preocupaciones, inquietudes. Solo te pido una cosa: guarda mi triste historia en tus páginas, y luego, cuando sea necesario, cuenta la historia a mis familiares para que todos lo sepan». Y añade: «Tal vez estas sean las últimas líneas que escribo. Lo pido por favor: quien encuentre este diario debe enviarlo a la dirección: Gorki, callejón Moguílevich, nº 5, piso 1». No hizo falta. Ella misma llegó hasta allí aunque, según el resto de su familia, nunca les habló del diario ni de lo sufrido en Leningrado, el lugar donde escribió: «Pase lo que pase, quiero vivir».



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