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martes, 29 de marzo de 2022

“Si ‘Ulises’ no es apto para leer, la vida no es apta para vivir” / La mejor novela en inglés del siglo XX aún vive en Dublín

 



“Si ‘Ulises’ no es apto para leer, la vida no es apta para vivir”: la mejor novela en inglés del siglo XX aún vive en Dublín

A punto de cumplirse el centenario de la publicación de la obra cumbre de James Joyce, considerada la mejor novela en inglés del siglo XX, su ciudad sigue llena de recuerdos, homenajes y rincones imprescindibles que reciben a miles de lectores entusiastas cada año



Use Lahoz
27 de enero de 2022

James Joyce (Dublín, 1882 - Zúrich, 1941) era tan supersticioso que quiso que su Ulises se publicara el 2 del 2 del 1922. De hecho, él había nacido el 2 del 2 de 1882 y toda esta novela transcurre un 16 de junio de 1904, día en que salió por primera vez con Nora Barnacle (que luego sería su esposa). El primer ejemplar de aquella primera edición publicada por Silvia Beach en Shakespeare and Company, París, está expuesto en el MOLI de Dublin (Museum Of Literature Ireland) como una de sus grandes reliquias y conserva intacto el color azul en la cubierta, un azul casi idéntico al que da brillo a la bandera de Grecia, por aquello de hacer un guiño a la principal referencia que manejó el autor: La Odisea de Homero, cuyo personaje principal era Ulises.


Si la gran epopeya del hombre en el siglo VIII a.C. de Homero consistía en atravesar el Mediterráneo luchando contra especies y bestias de todo tipo hasta regresar a casa tras la guerra, la epopeya del hombre contemporáneo del siglo XX de Joyce consiste en superar un día en la ciudad y regresar también a casa, tras luchar contra sus propios demonios, perdido en un caos narrativo medido, ordenado y pensado al milímetro al que su autor tardó siete años en dar forma. Novela escrita en el exilio con el amor por la ciudad natal que suele otorgar la distancia, Ulises fue considerada indecente por la mayoría de editores que lo rechazaron. A ellos y a los críticos (a los que aún mantiene entretenidos) que encontraron el libro obsceno e ilegible, Joyce les respondió: “Si Ulises no es apto para leer, la vida no es apta para vivir”.

James Joyce y su editora Sylvia Beach, que regentó la legendaria librería Shakespeare and company en París y pubicó 'Ulises'.BETTMANN (BETTMANN ARCHIVE)

Ulises es un clásico imperecedero cuyo lector descubre nuevas cosas conforme va creciendo y releyendo. Forma y fondo se funden. All in All. El lenguaje está en la historia y viceversa. Los ruidos, los bostezos, la digestión, la conversación más intrascendente, ese perro impetuoso… cualquier detalle es digno de ser sublimado, lo más vulgar deviene venerable. Seguramente por eso Jorge Luis Borges, en su poema Invocación a Joyce, dejó versos como estos: “Inventamos la falta de puntuación / la omisión de mayúsculas / las estrofas en forma de paloma / de los bibliotecarios de Alejandría / Ceniza, la labor de nuestras manos / y un fuego ardiente nuestra fe / Tú, mientras tanto, forjabas / en las ciudades del destierro / en aquel destierro que fue / tu aborrecido y elegido instrumento / el arma de tu arte / erigías tus arduos laberintos / infinitesimales e infinitos / admirablemente mezquinos / más populoso que la historia”.


Un paseo de 18 horas, una lectura de 18 años

Leopold Bloom, personaje principal del Ulises, sale a caminar por Dublín como salen a caminar los miles y miles de admiradores que cada 16 de junio peregrinan hasta la ciudad con intención de realizar un recorrido idéntico al suyo durante el conocido Bloomsday, que dura lo mismo que la novela, 18 horas (si se vive, pero 18 años, usted ya sabe, si se lee) y que empieza a las ocho de la mañana, cuando Stephen Dedalus desayuna mientras su compañero, el orondo Buck Mulligan, se afeita.


Entre otras cosas, Bloom desayunará riñones de cerdo fritos, saldrá de su casa en el 7 de Eccles Street (cuyo portal original se encuentra intacto en el patio del The James Joyce Centre), asistirá a un funeral en el cementerio de Glasnevin (donde está enterrado el padre de Joyce), atravesará el puente O’ Connell, verá un barco que transporta cerveza Guinness y una bala de humo, mirará el reloj en el edificio de enfrente, pensará en su mujer (la cantante Molly), que a estas horas del mediodía seguirá encerrada con su amante (su road manager Hugh “Blazes” Boylan), verá policías bien alimentados, al sentirse tan obstruido por el peso de la historia se meterá una patata en el bolsillo esperando que le de buena suerte, al no poder entrar en el Burton, lo hará en el Dave Byrnes, y pedirá un sándwich de gorgonzola y un vino de Borgoña sin poder arrancarse del pensamiento a Molly, y comerá recordando cómo le propuso matrimonio.

Davy Byrne's Pub en Dubín, el local por el que se pasaba el personaje de Leopold Bloom en Ulises.BARRY CRONIN (AFP VIA GETTY IMAGES)




Luego, de camino a la National Library, logrará evitar un choque con el amante de Molly y comprará para ella (claro, ¡ay!) una pastilla de jabón de limón en la farmacia Sweney, e irá al periódico donde trabaja como agente de publicidad y a la hora de cenar se encontrará a Stephen Dedalus y le acompañará a un burdel antes de dar un paseo solitario hacia la eternidad y de acostarse a las dos de la mañana.


Pero más allá de la ruta clásica del Bloomsday, hay otras maneras de recorrer el Dublín de Joyce. “Cuando muera, Dublín estará escrito en mi corazón”, escribió. A día de hoy no se sabe quién debe más a quién: si Joyce a Dublín o Dublín a Joyce. Sin duda, es esta ciudad el gran personaje de su carrera literaria, presente en sus cuatro grandes obras: Dublineses (1914), Retrato del artista adolescente (1916), Ulises o Finnegans Wake (1939). Para empezar, conviene visitar el James Joyce Centre, un lugar emocionante que en su tres plantas reproduce el ambiente y el mobiliario (casi enteramente original) de las habitaciones de Joyce y Nora en Pola, Trieste, París (donde el autor terminó Ulises) o Zurich (donde está enterrado). También se vende Romping through Ulysses, un manual de instrucciones para comportarse como un joyceano ejemplar en el que se dan instrucciones para vestirse adecuadamente (sombrero, gafas redondas, traje estilo eduardiano) y recorrer punto por punto el mapa sentimental de Leopold Bloom.

Panorámica de la National Library, o sea, la biblioteca nacional, de Dublín.DESIGN PICS / THE IRISH IMAGE CO (GETTY IMAGES/DESIGN PICS RF)



Cualquier ruta bajo las indicaciones de los guías del James Joyce Centre mostrará valiosos detalles de la afinidad entre Joyce y Dublín como son el cine Volta (fundado por el propio Joyce en 1909 en Mary Street), el hotel donde trabajaba Nora cuando se conocieron, la estatua de Joyce en el North Earl Street esculpida en 1990 por Marjorie Fitgibbon, Stephen’s Green (el parque que arrebataba a Joyce y del que escribió “ese es mi verde favorito”), el Cabmans Shelter donde Bloom y Dedalus toman café, el Belvederen College al que fue Joyce, el Gresham Hotel en Upper O’ Connell Street (localización final del famoso relato Los Muertos), la iglesia de St. George cuyas campanas resuenan “heigho heigho” en Ulises y en Dublineses, el Barney Kiernan’s pub (donde Bloom encuentra a The Citizen, apodo del personaje real Michael Cusack, pedagogo nacionalista fundador de la Asociación Atlética Gaélica) o el Ordmond hotel, lugar ideal para refrescar el gusto de Joyce por la composición M’appari (de la ópera Martha o la feria de Richmond) con música de Friedrich von Flotow y libreto de Friedrich Wilhem Riese, y que Leopold escucha al final del día.

Otra singular manera de familiarizarse con el Dublín de Joyce (y del resto de los escritores irlandeses, pues Dublín fue designada en 2010 ciudad de la literatura por la Unesco) es asistir a las rutas que organizan en el pub The Duke, clásico del centro de Dublín, o visitando la librería (cómo no) Ulysses Rare Books, del que fue cliente Joyce, como también lo fueron Bono, Anne Enright o John Boyne. Las Dublin Literary Pub Crawl son rutas literarias teatralizadas que hacen buena aquella enseñanza de Samuel Johnson que decía “nadie en Irlanda va a un lugar en el que no se pueda beber”, porque si Paris tiene sus cafés, Dublín tiene sus pubs. Y si cada capítulo del Ulysses tiene un estilo, cada pub de Dublín tiene su atmósfera. En tiempos de Joyce había 4.000 pubs en Dublín. Hoy quedan alrededor de 800.

Una de las estancias del James Joyce Museum en Dublín.ULLSTEIN BILD (ULLSTEIN BILD VIA GETTY IMAGES)

Colm Quilligan, autor de Dublin Literary Pub Crawl: A Guide to the City’s Most Famous Pubs, lo tiene claro: “En el pub las lealtades y las amistades son mayores que en casa. En Dublín el dueño de un pub escribe cartas de recomendación a sus clientes cuando se presentan a un nuevo trabajo y, por supuesto, puede intermediar con la policía para salvarlos en caso de que, por un descuido, hayan infringido la ley. Como las iglesias, son centros confesionales”. The Duke es el punto de partida de todas las rutas, que aceptan un máximo de 20 personas y que se llevan a cabo entre las siete de la tarde y las diez de la noche: una peregrinación por distintos pubs, en los que se bebe y se sigue el rastro no solo de Joyce, también de Samuel Beckett o de la gran Edna O’ Brien, cuyos personajes de La chica de ojos verdes (2014) también van al interior art déco del Dave Byrne a tomar Pernod. El sensacional O´Neill’s, a medio camino entre el Trinity College y el Temple Bar y Grafton Street, fue bastión del poeta Brendan Kennelly, para quien la poesía era la última democracia. Cuando sus médicos le advirtieron de que se mantuviera alejado de los pubs y dejara de beber porque corría el riesgo de morir en un año, el poeta respondió que tenía que pensar largo y tendido sobre ello, porque un hombre puede beber muchísimo en un año.

Brendan Behan, Eavan Boland, Seamus Heaney, Patrick Kavanagh, Flann O’ Brien, Paula Meehan, George Bernard Shaw, John Milligton Synge, Jonathan Swift, Oscar Wilde o William Butler Yeats son continuamente evocados. También Joyce, por supuesto, y especialmente el capítulo 8 del Ulises, Los Lestrigones, ese momento en el que el hambre araña las entrañas de Bloom. Y hablando del asunto, cuando una vez se encontraron Proust y Joyce, cuya rivalidad era notoria, tuvieron una conversación de altos vuelos: Proust le habló de lo que le costaba conciliar el sueño y Joyce de lo que le costaba hacer la digestión.

Como decía Borges al final de su Invocación, la memoria también tiene sus talismanes, sus ecos de Virgilio, “y así en las calles de la noche perduran / tus infiernos espléndidos / tantas cadencias y metáforas tuyas / los oros de tu som
bra / Qué importa nuestra cobardía si hay en la tierra / un sólo hombre valiente / qué importa la tristeza si hubo en el tiempo / alguien que se dijo feliz / que importa mi perdida generación / ese vago espejo / si tus libros la justifican / Yo soy los otros / Yo soy todos aquellos/ que ha rescatado tu obstinado rigor / Soy los que no conoces y los que salvas”.


EL PAÍS



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