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domingo, 5 de diciembre de 2021

Mia Couto / Relatos para después de la guerra

 

Mia Couto


MIA COUTO: RELATOS PARA DESPUÉS DE LA GUERRA

Después de leer las novelas, los ensayos y los cuentos de Mia Couto, uno podría decir: quedaron los fantasmas. Su narrativa está poblada de seres muertos que llegan del pasado y se pasean entre los vivos en forma de mandatos, mitos, chismes o leyendas. Así, el autor que visita la Cátedra Coetzee de UNSAM, cuenta la historia de un país que pretendió olvidar su guerra civil. Aunque él sea un escritor de “la raza opresora”, en un país de mayoría negra, fue periodista clandestino y participó políticamente hasta lograr la liberación de Mozambique.

Gonzalo Aguilar
21 de septiembre de 2016

¿Qué es lo que queda de una guerra civil fraticida que dura alrededor de quince años? ¿Qué es lo que queda, además de los cadáveres, los odios inolvidables, las ciudades en ruinas, los pasajes calcinados? La guerra civil desatada en Mozambique en 1977, sólo dos años después de haber logrado la independencia de Portugal, dejó un país devastado y misérrimo. Ya lo era en tiempos de la colonia, pero lo que la liberación dejó ver fueron las dificultades de construir una nación, y hasta la inconveniencia de hacerlo según los parámetros convencionales en una tierra poblada por numerosas etnias. ¿Qué queda entonces una vez que terminó la guerra? Después de leer las novelas, los ensayos y los cuentos de Mia Couto, uno podría decir: quedaron los fantasmas. Porque su narrativa está poblada por seres muertos que llegan del pasado, que no pueden ser enterrados y se pasean entre los vivos en forma de mandatos, mitos, chismes o leyendas. Es decir, cadáveres que no están del todo muertos, historias que se silenciaron, violencias que todavía no se articularon en ningún lenguaje.

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Ese parece ser el motivo, tan arduo como apasionante, de la obra de Mia Couto: escribir una narración para Mozambique. Sin embargo, no son pocos los obstáculos para el escritor porque su familia, como  lo indica el apellido Couto, es de origen portugués. Y porque se trata de un  blanco en un país de población mayoritariamente negra. Y también porque escribe en portugués, una lengua que, en Mozambique, está imbricada con el poder colonial y solo hablan algunos. Pese a todo esto, a la hora de comprometerse políticamente, Mia no tomó partido por los colonizadores sino que, como periodista clandestino, formó parte activa del FRELIMO (Frente de Liberación de Mozambique), el movimiento que logró la Independencia en 1975 (en un contexto internacional favorable ya que un año antes, en Portugal, había tenido lugar la Revolución de los Claveles). Mia Couto fue uno de los intelectuales destacados de la liberación y desde entonces una de las voces más importantes del país. Durante la década de los ochenta, estudió biología (su profesión actual) y publicó sus primeros libros, de poesía y cuentos. El mismo año que terminó la guerra civil, 1992,  lanzó su primera novela, Terra Sonâmbula, que lo consagró como uno de los grandes escritores del continente.

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La novela, que narra las desventuras de la vida cotidiana hacia el final de la guerra civil, está escrita en portugués y este es un dato nada menor. En Mozambique el portugués no está extendido a toda la población (sólo el 30% lo tiene como primera lengua) y hay más de diez idiomas, la mayoría de origen bantú. Si se piensa además que el analfabetismo es altísimo, se comprenderá la situación extraterritorial y dramática de un escritor en ese país y se comprenderá también porque Mia Couto ha dicho que escribe “para una entidad que es un poco fantasmagórica”. Astillada la sociedad libre que se quiso construir en los años setenta, para Couto la nación sólo es un lugar futuro al que se llega mediante fábulas, cuentos, narraciones populares. “Mozambique existe –dijo– porque es un gran productor de historias”.

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Tierra sonámbula se divide en dos historias que los capítulos alternan sucesivamente. La primera cuenta la huida de dos sobrevivientes de la guerra civil (Muidinga y Tuahir) que encuentran refugio en un ómnibus abandonado. Allí descubren unos cuadernos escritos por Kindzu, otro refugiado que mezcla el relato de su vida con creencias y ritos ancestrales de Mozambique. El más joven, Tuhair, le lee a Muidinga los cuadernos de Kindzu y, en esa circulación de historias, la novela propone una utopía en la que escritura y oralidad se reenvían mutuamente. El escritor no es en ese intercambio un ocupante extraño de su tierra, sino alguien que puede hacer circular, sin juzgarlas, las voces que surgen después de la guerra. La presencia de lo maravilloso o sobrenatural en esas historias ha hecho que la crítica mencionara a menudo sus relaciones con lo real maravilloso latinoamericano, y hasta  el propio Couto las reconoció: “Además pienso que todos los escritores africanos tenemos una deuda con lo que se conoce como realismo mágico latinoamericano porque creo que de alguna forma nos alentó y nos autorizó a romper con el modelo europeo. Fue importante y toda una referencia”. Sin embargo, hay diferencias decisivas en relación con el programa de Alejo Carpentier. Porque si en este se trataba de la combinación entre la modernización capitalista (lo real) y la supervivencia de creencias arcaicas (lo maravilloso) entregadas a los ojos incrédulos de un lector exterior que puede distinguir ambos planos, Couto nos entrega esas leyendas no por su grado de realidad sino por su potencia para crear comunidad. Lo maravilloso y lo real se intercambian y el nexo que los une es el fantasma.

Los fantasmas, en Mia Couto, no forman parte de una poética de terror o de misterio. Son los propios muertos de la guerra civil que no pueden ser enterrados. Hay que leer estas novelas, de Tierra sonámbula en adelante, en el contexto de un país que, tras  la guerra civil, apostó por el olvido. Frente a esa actitud, Couto se propone dialogar con los muertos. “Sólo hay dos naciones: la de los vivos y la de los muertos” escribe en Un río llamado tiempo, una casa llamada tierra (traducida recientemente por Teresa Arijón para Unsam Edita LINK), de 2002. Esta novela cuenta la historia del entierro de un hombre que aparentemente está muerto y deja cartas a su nieto Mariano, el narrador y protagonista. Con un lenguaje más sofisticado que el de sus primeras novelas (y en las que se siente la huella del gran escritor brasileño João Guimarães Rosa), la liberación del fantasma se produce una vez que el nieto recibe el legado de la historia de su familia y el abuelo muerto puede entonces decir: “ya soy un muerto entero, sin peso de mentira, sin culpa de falsedad”.

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Mia Couto fue invitado a la Argentina por la Cátedra del Sur de la UNSAM que dirige John M. Coetzee. El proyecto de la cátedra no deja de tener algo de quijotesco y se propone ir contra los flujos (de capitales pero también culturales) que circulan por el hemisferio norte y se desbordan hacia el sur. Frente a esas corrientes que suelen girar alrededor de las metrópolis europeas y norteamericanas, la cátedra Coetzee propone instaurar otras corrientes, entre Australia, África y América Latina. Como los denomino en mi último libro, Más allá del pueblo, hay un cosmopolitismo periférico, que es el característico del siglo XX en América Latina y que gira alrededor de la cultura europea, y otro cosmopolitismo al que denominé limítrofe que viaja entre lugares periféricos sin pasar por los centros o las metrópolis tradicionales. En aquel momento pensé en la película Happy together de Wong Kar-Wai que conecta Argentina con Hong-Kong. Ahora, pienso en Mia Couto. Pienso en la encrucijada de escribir una narrativa que se inserta en el circuito global de los grandes novelistas y a la vez, un narrador de uno de los países más pobres del planeta. En el escritor africano que encuentra sus lectores en Brasil, donde una de las editoriales más importantes le publicó más de veinte títulos. En el escritor que trata de superar el concepto de nación para encontrar nuevas formas de comunidad a través del ensayo y de la novela. Y pienso también en sus relatos de vivos y muertos que tratan de encontrar una escritura y una voz en común para contarse (y explicarse) en qué consistió la tragedia pasada.

ANFIBIA

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