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lunes, 22 de noviembre de 2021

Binyavanga Wainaina / Cómo escribir sobre África

 





Binyavanga Wainaina

CÓMO ESCRIBIR SOBRE ÁFRICA

En el título siempre use la palabra “África”, “Tinieblas” o “Safari”. El subtítulo puede incluir las palabras “Zanzíbar”, “Masai”, “Zulú”, “Zambezi”, “Congo”, “Nilo”, “Gigante”, “Cielo”, “Sombra”, “Tambor”, “Sol” o “Antaño”. También sirven las palabras “Guerrilla”, “Eterno”, “Primordial” y “Tribal”. Nótese que “Gente” se refiere a africanos que no son negros, mientras que “La Gente” se refiere a africanos negros.

No se le ocurra poner la foto de un africano bien pinteado en la portada de su libro, ni menos adentro, salvo que ese africano haya ganado el premio Nobel. Una AK-47, costillas salientes o tetas al aire: esas sí son imágenes. Si debe incluir a un africano, asegúrese que sea uno envuelto en un vestido Masai o Zulú o Dogón.

En su texto, trate a África como si fuera un único país. Un lugar caluroso y polvoriento con praderas por aquí y por allá, un montón de rebaños de animales y gente alta y flaca muriéndose de hambre. O tal vez un lugar caluroso y húmedo con gente bajita que come chimpancés. No se enrede con descripciones precisas. África es enorme: 54 países y 900 millones de personas que están demasiado ocupadas muriéndose de hambre o luchando contra otras tribus o emigrando hacia alguna parte como para leer su libro. El continente está repleto de desiertos, selvas, montañas, sabanas y muchas otras cosas, pero a su lector no le interesa, así que dele nomás con descripciones románticas, evocativas y generales.

Asegúrese de mostrar bien que los africanos tienen música y ritmo enquistados en el fondo del alma, y que comen cosas que el resto de los seres humanos no come. No mencione el arroz, ni el lomo de carne ni el trigo; el cerebro de mono es pan de cada día en la cocina africana junto al cabrito, la culebra, las lombrices, los gusanos y todo lo que sea masticable. Asegúrese de mostrar que usted es capaz de comer esas cosas sin chistar, y describa cómo aprende a disfrutarlas (porque a usted le importan esas cosas).

Temas tabú: escenas domésticas y cotidianas; amor entre africanos (a menos que haya una muerte); referencias a escritores o intelectuales africanos; mencionar que los niños van al colegio, especialmente los que no sufren de deformaciones, fiebre del ébola o mutilación genital femenina.

A lo largo de su libro adopte una voz bajita, cómplice con su lector, un tono triste de esperanzas frustradas. Demuestre lo más pronto posible que su apertura de mente es impecable y deje claro en el inicio lo mucho que ama a África, cómo se enamoró de ella y cómo no puede olvidarla. África es el único continente del cual uno puede enamorarse (sáquele provecho). Si usted es hombre, aventúrese en sus cálidos bosques vírgenes. Si usted es mujer, trate a África como a un hombre con chaqueta de explorador que se pierde en las tardes dentro de una puesta de sol. África existe para compadecerla, idolatrarla o dominarla. Cualquiera sea su punto de vista, asegúrese de opinar convencidamente que sin su intervención y la de su imprescindible libro, África está jodida.

Sus personajes africanos pueden incluir: guerreros desnudos, sirvientes leales, adivinos y viejos maestros sabios viviendo en ermitas maravillosas. O: políticos corruptos, guías de viaje ineptos y polígamos y prostitutas con las que usted ha dormido. El Sirviente Leal siempre se porta como un niño de 7 años y necesita mano firme; se asusta con las culebras, es bueno con los niños y siempre termina metiéndolo a usted en sus difíciles dramas personales. El Viejo Maestro Sabio siempre viene de una tribu noble (no de una tribu avara y bolsera como la de los Gikuyu, los Igbo o los Shona), es muy anciano y, por lo mismo, está muy cerca de la Tierra. El Africano Moderno es un gordo que roba y trabaja en la oficina que da las visas, negándose a darle permiso de trabajo a occidentales calificados que lo único que quieren hacer es ayudar a África, un enemigo del desarrollo que siempre usará su trabajo en el gobierno para dificultar que los esforzados y benevolentes expatriados de occidente instalen sus ONGs o sus Áreas de Protección Ambientales. O tal vez es un intelectual educado en Oxford que se ha transformado en un vil dictador, asesino de sus enemigos políticos (la oposición) pero vestido con un terno Saville Row. Un caníbal al que le gusta la champaña de lujo y cuya madre es una millonaria, mitad bruja, mitad doctora, que es en realidad quien gobierna el país.

Entre sus personajes no puede faltar la Africana Hambrienta, que vagabundea casi totalmente desnuda por los campos de refugiados esperando la ayuda de Occidente. Sus hijos tienen moscas sobre los párpados y sus estómagos están hinchados de tanto no comer. Debe lucir totalmente indefensa. No puede tener pasado ni historia porque esas cosas arruinan lo dramático del momento. Los gemidos son recomendables pero ella nunca debe decir nada acerca de ella misma en el diálogo excepto cuando narre su (inenarrable) sufrimiento. También asegúrese de incluir una cálida y maternal señora que se ríe a mandíbula batiente y que se preocupa de que usted esté bien. Si la llama Mamma será perfecto. Sus hijos podrían ser delincuentes. Estos personajes deberían molestar a su héroe, haciéndole quedar bien. Su héroe podría enseñarles cosas (a sumar, a escribir); bañarlos, alimentarlos; podría ayudar a muchos niños a nacer y haber visto la Muerte. El héroe es usted (si es un reportaje) o una hermosa y trágica aristócrata famosa que ahora le importan los animales (si es ficción).

Entre los occidentales malos puede incluir a hijos de algún ministro del gobierno inglés (ojalá un Tory), afrikáneres y funcionarios del Banco Mundial. Cuando hable de la explotación por parte de los extranjeros no deje de mencionar a los mercachifles indios y a los chinos. Échele la culpa a Occidente por la situación de África. No sea demasiado específico.

Grandes brochazos de todo esto estará bien. Evite tener a los personajes africanos riendo, luchando por educar a sus hijos o haciendo cosas mundanas. Ilumínelos con algún dato de Europa o América que tenga que ver con ellos. Sus personajes africanos deberían ser coloridos, exóticos y más longevos que la vida, pero por dentro vacíos, sin diálogo, sin conflictos, sin resoluciones para sus historias, sin profundidad y sin detalles particulares que confundan al lector.

Describa, con detalle, tetas desnudas (jóvenes, viejas, bien conservadas, recién afeitadas, grandes, pequeñas), genitales mutilados o genitales aumentados. Cualquier tipo de genitales. Y cadáveres. O mejor: cadáveres desnudos, especialmente cadáveres desnudos en descomposición. Recuerde: cualquier cosa que usted escriba en el que la gente parezca inútil y miserable será leída como la “verdadera África”, la que usted lleva en el polvo de su chaqueta. No nos confundamos: usted está tratando de ayudarlos consiguiendo la atención de Occidente. Por lo mismo, absténgase de escribir acerca de gente blanca muriendo o sufriendo.

Los animales, por otra parte, deben tratarse como personajes complejos y bien delineados. Hablan (o gruñen, mientras sacuden orgullosos su melena) y tienen nombres, ambiciones y anhelos. También tienen valores familiares. ¿Ha visto cómo los leones enseñan a sus hijos? Los elefantes son solidarios y son valientes feministas o dignos patriarcas. También los gorilas. Los elefantes podrían atacar las casas, destruir las cosechas y matar gente. Siempre póngase del lado de los elefantes. Gatos salvajes podrían hablar como escolares de liceo y las hienas pueden ser justas y tener un ligero acento de Medio Oriente. Cualquier africanito que viva en la selva o en el desierto puede ser retratado con sentido del humor a menos que entre en conflicto con un elefante, un chimpancé o un gorila. En ese caso debería representar la maldad pura.

Después de las celebridades y los trabajadores humanitarios, los conservacionistas son las personas más importante de África. No los ofenda. Los necesita para que lo inviten a sus canchas de golf de mil hectáreas (sus “áreas de conservación”) pues es la única manera de que usted llegue a entrevistarse con los activistas más importantes. Si la portada de su libro tiene una foto del conservacionista en terreno será de mucha ayuda para las ventas. Cualquier blanco bronceado vistiendo algo de color caqui que alguna vez tuvo un antílope como mascota o una granja, eso es un conservacionista; es decir, alguien que preserva el rico patrimonio africano. Cuando lo entreviste, no pregunte mucho acerca de cuántos fondos tiene para su obra; no pregunte cuál es su tajada. Tampoco pregunte cuánto le paga a sus empleados.

Sus lectores se desilusionarán si usted no menciona la luz de África. Ah, y las puestas de sol. Las puestas de sol en África son obligatorias. Siempre son grandes y rojas. Siempre hay un cielo inmenso. Los paisajes imponentes y esas cosas son importantísimos (África es La Tierra de los Paisajes Imponentes). Cuando escriba sobre la apremiante situación de la flora y la fauna, no se olvide de mencionar que África está sobrepoblada. Cuando su personaje principal esté en el desierto o en la selva viviendo entre un pueblo indígena estará muy bien si usted menciona que África ha sido despoblada por el Sida y la Guerra (use mayúsculas).

También necesitará algún nightclub llamado Tropicana donde los mercenarios, los abyectos nuevos ricos africanos, las prostitutas, los guerrilleros y los patiperros humanitarios de la ONU se la pasan bien.

Siempre termine su libro con Nelson Mandela diciendo algo sobre el arcoiris y el renacer de la esperanza. A usted le importan esas cosas.


Binyavanga Wainaina

(Kenia, 1971) Director del suplemento literario “Kwani?” (www.kwani.org), el cual fundó tras ganar el prestigioso premio Caine en 2002 con su cuento “Discovering Home”. Colabora habitualmente en diversos medios escritos de África, Inglaterra y Estados Unidos. En los últimos años se ha dedicado al estudio de la música y las raíces africanas, a la vida docente en universidades de Kenia y Estados Unidos y a terminar de escribir su primera novela, entre otras cosas.

Artículo publicado originalmente en el nº 92 de la revista Granta (2005). 

La traducción para Ciudad de las Ideas fue realizada por Pablo Riquelme Richeda:


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