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sábado, 9 de octubre de 2021

Criar cuervos como María Antonieta y darles voz como Poe



Criar cuervos como María Antonieta y darles voz como Poe

Los córvidos han inspirado supersticiones, leyendas, novelas y poemas. Su fuerte carga simbólica aterrorizó a Napoleón y fascinó a los románticos


Boria Sax
25 de junio de 2019

En la campiña inglesa ha persistido hasta hoy cierta consideración hacia el cuervo, la cual a veces raya en la reverencia. A finales del siglo XVIII, el pastor y naturalista Gilbert White hablaba de manera conmovedora de los córvidos en The Natural History of Selborne. Desde tiempos inmemoriales, los cuervos habían anidado en la cima de la copa de un enorme roble a las afueras del pueblo. Los muchachos de varias generaciones habían tratado de trepar por el roble, pero era en vano, ya que abandonaban ante lo imponente de la tarea. Finalmente, talaron el roble para proporcionar madera para el Puente de Londres. Hicieron un corte en el tronco y colocaron cuñas en su interior, y el árbol se sacudió con los fuertes golpes de las mazas hasta que el tronco por fin empezó a caer. La madre de la familia de los cuervos, sin embargo, se negó a marcharse y a abandonar su nido y a sus polluelos, de manera que acabó cayendo al suelo y murió. El pastor White, un observador excepcionalmente atento y sin inclinaciones al melodrama, se limitó a comentar acerca de la madre cuervo que “su afecto maternal merecía un destino mejor”. Los lectores quizá la viesen como una mártir de la industria y el comercio. 

Al distanciarse la gente de la naturaleza, la fascinación por los animales creció, en realidad. En los siglos XVIII y XIX proliferaron las leyendas urbanas sobre animales, con cuentos fantásticos que incluían desde pavos que hablaban un perfecto árabe hasta perros que resolvían asesinatos. La historia del cuervo de María Antonieta, que al menos era en cierto modo verosímil, surgió cuando la reina de Francia estaba desayunando en una isla de la finca real de Versalles en octubre de 1785. Acababa de mojar una galleta en una taza de leche cuando llegó volando un cuervo, la miró y comenzó a batir las alas con suavidad. La reina, sorprendida en un principio, le dio al cuervo el resto de su galleta, y trabaron amistad. La reina daba de comer al pájaro todas las mañanas, y el cuervo la seguía de árbol en árbol durante sus paseos.

 Cuando María Antonieta fue decapitada, en 1793, el cuervo desapareció durante varios años. En 1810, sin embargo, María Luisa de Austria, que se acababa de casar con Napoleón, estaba desayunando en la misma isla cuando reparó en el cuervo. El pájaro se mantenía suspendido sobre su pabellón y graznaba ruidoso, al parecer con la esperanza de que ella compartiese con él su comida. Cuando María Luisa le habló del cuervo a Napoleón, este pensó que se trataba de un mal augurio y le dio la orden de partir de Versalles de inmediato. Y llegaría sin duda el infortunio, aunque más para el emperador que para su consorte.


En 1816, tras la desastrosa derrota de Napoleón en Waterloo y su exilio a Santa Elena, María Luisa regresó a la isla de Versalles con su padre. Oyó de repente un graznido, alzó la mirada, reconoció al cuervo y gritó horrorizada. El jardinero y los criados, sin embargo, vieron en el cuervo a un viejo compañero. Lo alimentaron durante el resto de su vida, y la gente venía desde muy lejos para ver a aquel amigo de María Antonieta.


María Antonieta daba de comer al pájaro todas las mañanas, y el cuervo la seguía de árbol en árbol durante sus paseos

Lo que puede generarnos escepticismo al respecto de esta historia no es la conducta del ave, sino la de los seres humanos. A menos que seas cuervo, los especímenes individuales son difíciles de identificar, en especial a lo lejos. ¿Cómo podía todo el mundo estar tan seguro de que era el mismo cuervo el que se acercaba a María Antonieta, a María Luisa y al resto de la gente? ¿No podían haber sido dos o incluso más pájaros distintos? Fuera como fuese, la historia sirve para ilustrar el regreso de las supersticiones en tiempos de crisis. El graznido de un cuervo, antaño considerado un pájaro de mal agüero, podía aterrorizar incluso a alguien tan pragmático como Napoleón. (…)


En muchos cuentos de la Edad Moderna, los cuervos y cornejas son el recordatorio de una herencia arcaica que con frecuencia queda borrada casi por completo, pero nunca se llega a olvidar del todo. En Barnaby Rudge (1841), una novela histórica de Charles Dickens que transcurre en la década de 1780, el personaje principal —que da título a la obra— siempre iba acompañado de una mascota, un cuervo llamado Chip. Barnaby era un buen hombre, aunque simple hasta el punto de la necedad, y el cuervo era el perpetuo recordatorio de las fuerzas diabólicas que él no lograba ver. El cuervo pronunciaba palabras que prácticamente carecían de sentido, pero encerraban una gran carga premonitoria, y a veces incluso afirmaba que era el diablo.


En 1845, cuatro años después de la aparición de Barnaby Rudge, Edgar Allan Poe publicó por primera vez ‘El cuervo’. Hoy en día es uno de los primeros poemas serios que los niños estadounidenses leen en clase, y es, sin duda, uno de los que mejor recuerda la mayoría de ellos. Son pocas, sin embargo, las personas que se detienen a considerar de qué podría tratar el poema. Lo único que permanece en la mente de todo el mundo es el estribillo: “Y dijo el cuervo: ‘Nunca más”. (…) 


El propio poema parece demencial en su frenesí; el distanciamiento analítico en la descripción del texto que hizo Poe en su breve ensayo Filosofía de la composición parece casi patológico. Como la mayoría de los románticos, Poe no tenía gran interés en la emoción en su estado natural. Su ideal artístico era una pasión sometida a la disciplina y el control del intelecto. Consiguió encadenar esos extravagantes sonidos e imágenes del poema en un texto coherente, aunque enrevesado. Un cuervo amaestrado al que le habían enseñado a decir una sola palabra —nevermore (“nunca más”)— se le había escapado a su dueño. Un vendaval obligó al pájaro a buscar refugio en el cuarto de un estudiante, donde aún había luz a medianoche. El joven había estado devorando un texto esotérico y dándole vueltas y más vueltas a la muerte de su amada. Cuando entró el cuervo volando y se posó en el busto de (Palas) Atenea, el estudiante comenzó a lanzarle preguntas al pájaro acerca de la vida y la muerte. El cuervo solo respondía nevermore, y el estudiante se angustiaba cada vez más. Le dio al cuervo la orden de que se marchase, pero se quedó allí, como su melancólico tormento.


Con un nivel de detalle digno de un profesional del robo de bancos, Poe en su ensayo describía que había escogido la muerte de una bella mujer como el tema más melancólico posible, y que había aligerado el tono sombrío a base de recursos poéticos como aquel estribillo. Eligió la palabra nevermore por su sonoridad, y decidió que la repetición constante la tenía que llevar a cabo un animal. Al principio pensó en un loro, pero se decidió por el cuervo a causa de su reputación profética.


Los estudiosos dudan de que el proceso de su composición fuese tan deliberado como afirmaba Poe, y así escribía James Russell Lowell en su Fábula para críticos a finales del siglo XIX: “Aquí llega Poe, con su cuervo, como Barnaby Rudge, tres quintos de genio y otros dos de puro apaño, y nos habla en yambos y pentámetros para hacer del sentido común una maldita métrica quien ha escrito algunas cosas de lo mejor aunque la mente aprisione implacable el corazón”.


Desde entonces, el cuervo se convirtió en el símbolo de Poe, a quien se suele pintar con el pájaro posado en el hombro, o a su lado. Es quizá más importante que el cuervo fuera a partir de entonces —y siga siendo hoy— un habitual de las historias góticas de terror.




Boria Sax es escritor y profesor. Este extracto está tomado de su libro ‘Cuervo. Naturaleza, historia y simbolismo’, que publica Siruela el 26 de junio. Traducción de Julio Hermoso.




EL PAÍS




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