Del Bronx, toro y salvaje
Nunca me has derribado, Ray! ¡Nunca me has derribado!» Ensangrentado de cabeza a rodillas, Jake LaMotta gritaba al mundo su fe de vida. Tras un brutal decimotercer asalto en el que el neoyorquino había estado a punto de hincar la rodilla, el árbitro paró el combate. Victoria para Sugar Ray Robinson; leyenda para Jake: digno en la derrota, destruido pero en pie.
El combate, bautizado como ‘La Matanza de San Valentín’ (se disputó en el Chicago Stadium a muy pocos kilómetros del lugar donde Al Capone acabó con la banda de Bug Moran en 1929), es un fiel resumen de la vida de Jake LaMotta, fallecido a los 95 años a causa de una neumonía en un hospital de Miami.
Una vida inmortalizada para siempre en ‘Raging Bull’, una de las obras maestras de Martin Scorsese, quizá la mejor película de deporte, no sólo de boxeo, jamás filmada. Atrapado por la lectura del libro homónimo, Robert de NIro convenció a un reticente ‘Marty’ para llevarlo a la gran pantalla. Con guion de Paul Schrader, la cinta fue nominada a ocho Oscar y se llevó dos: el de mejor actor para el propio De Niro y el de montaje de Thelma Schoonmakker.
Pese a colaborar estrechamente con De Niro para preparar el personaje –cuenta la leyenda que llegaron a disputar más de 1.000 asaltos para perfeccionarlo-, al bribón de Jake no le agradó mucho la imagen que se daba de él en la película, aunque terminara reconociéndose en ella.
Nacido en 1921 el East Side, criado en el Bronx cuando era el Bronx, hijo de un emigrante siciliano que maltrataba a toda su familia, Giacobbe, su verdadero nombre, vivió a golpes desde niño. Primero en casa, luego como pandillero en la calle y más tarde en el reformatorio.
Allí encauzó su rabia hacia el boxeo y los técnicos descubrieron un filón. Pegaba mucho aunque no muy fuerte, pero su capacidad para encajar resultaba sobrecogedora. Los cronistas de la época describieron su estilo como el de una persona que «creía que no merecía vivir». Disputó 106 combates en una cerrera que se prolongó durante 13 años. Ganó 83 y perdió 19, pero sólo dos veces cayó a la lona.
Ninguna de ellas frente a Sugar Ray Robinson, su némesis, con el que inmortalizó una serie de combates para la historia del boxeo. Sólo ganó uno de seis –la primera derrota de Ray después de 130 victorias-, pero no cayó en ninguno de los otros cinco, pese a las siderales diferencias entre ambos.
Campeón del mundo del peso medio en 1949, título del que hizo tres defensas, se retiró en 1954, confesó en Congreso sus flirteos con la mafia y el amaño de al menos un combate, y dio rienda suelta a su ya de por sí caótica vida personal.
Coleccionó matrimonios, hasta siete, abrió un club en Florida donde, pasado de alcohol y de todo, contaba chistes a una variopinta clientela, ganó y se fundió todo el dinero que pudo, conoció la cárcel que esquivó con el boxeo y vivió la tragedia de la muerte de dos de sus hijos.
Del Bronx, toro y salvaje, visualizó su vida como una obra y la materializó en un libro, ‘Raging Bull. My Story’, el viaje de un perdedor con aristas que enamoró a De Niro y convenció a Scorsese. «Yo era un hijo de puta. No soy así ahora, no lo soy, pero entonces sí, entonces era un hijo de la gran puta».
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