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miércoles, 13 de enero de 2021

Nona Fernández / Chilean Electric / La detective de los recuerdos

 


Nona Fernández

CHILEAN ELECTRIC

La detective de los recuerdos

La escritora chilena Nona Fernández prosigue su buceo en la memoria colectiva desde la crónica literaria ‘Chilean Electric’


Carlos Geli
22 de marzo de 2019

“Quizá sólo somos recuerdo; o la posibilidad de algo que contenemos en la memoria; o solo puro pasado”, reflexiona en voz alta Nona Fernández, poético compendio (y fiel diapasón verbal de su estilo escrito) de la evolución de su obra, siete libros de narrativa (y dos obras de teatro estrenadas por la compañía La Pieza Oscura, de la que es actriz), que ha ido deslizándose cadenciosamente de la novela a una ficción amarada en crónica que ha estallado con La dimensión desconocida (Literatura Random House, premio Sor Juana Inés de la Cruz de la Feria de Guadalajara de 2017) y ahora en la envolvente Chilean electric (Minúscula). El chispazo que lo generó lo explica todo: su abuela le contaba que estuvo en la ceremonia de la iluminación de la plaza de Armas de Santiago en 1883. Se lo detalló con lujo decenas de veces… Solo que era imposible, porque ella había nacido casi 25 años después, como descubrió Fernández (“polilla a la luz de los postes”) al investigar los hechos.

La escritora chilena Nona Fernández, en Barcelona.

La escritora chilena Nona Fernández, en Barcelona. MASSIMILIANO MINOCRI

Cada vez que recordamos algo lo iluminamos y lo fijamos y ese proceso siempre es enigmático y tramposo, de ahí la imposibilidad de una memoria colectiva: hay una trampa de arbitrariedad en ello y eso nos obliga a mirar con suspicacia las verdades oficiales que se nos entregan

“Iba a ser un libro de crónicas sobre Santiago, que empezaba con esa ceremonia de la luz, pero, claro, ya no podía serlo y se convirtió en material literario alrededor de qué es un recuerdo en nuestra vida, cómo la condiciona, cómo y por qué olvidamos, la nula posibilidad de que el recuerdo sea objetivo…”, explica como trastienda del texto. Si a ese planteamiento se añade la trama de La dimensión desconocida (un militar acude a una revista para contar sus labores sucias durante la dictadura de Pinochet), podría decirse que la filosofía, la misión literaria de Fernández parece pasar por “guardar pedazos de ayer que no sabemos recordar”, como se escribe en Chilean Electric. “Cada vez que recordamos algo lo iluminamos y lo fijamos y ese proceso siempre es enigmático y tramposo, de ahí la imposibilidad de una memoria colectiva: hay una trampa de arbitrariedad en ello y eso nos obliga a mirar con suspicacia las verdades oficiales que se nos entregan, antes y ahora”. Por ello, compendia: “No voy a consolidar una memoria colectiva, pero aporto desde el rincón, añado trocitos para el palimpsesto de mi país”.

Fernández nació en Chile en 1971: Pinochet derrumbó a Salvador Allende bombardeando el palacio presidencial de La Moneda el 11 de septiembre de 1973. Cuando acabó la dictadura, ella tenía 19 años; generacionalmente, no debería cernirse una sombra tan grande en su obra. “Cierto, pero es así: toda mi escritura está vinculada a la dictadura; ya se ve algún rastro en mi primer libro, Mapocho [Minúscula la recuperará en octubre, como una de las primeras obras sobre la experiencia de la dictadura en los hijos]; no hubo ningún desaparecido en casa, pero no fui una adolescente ciega: no acaba de entender lo que ocurría, los funerales a los que asistía, las marchas, los velatorios, las reuniones clandestinas, fuera de que había que pelear contra los milicos… Empecé a escribir en democracia, pero la lentitud y la ineficacia de ese supuesto final de la dictadura ha sido tal que ha convertido todo aquello en un gran enigma que no ha resuelto el presente”.

La Transición española y la chilena son extrañas, muy pactadas, fundamentadas en el silencio, un gran hoyo negro… ¿Cómo puedes construir así un presente? ¿Cómo hacer una vida así, obviándolo? Una persona no puede hacerlo y un país, tampoco.

Equipara Fernández la Transición española y la chilena. “Son extrañas, muy pactadas, fundamentadas en el silencio, un gran hoyo negro… ¿Cómo puedes construir así un presente? ¿Cómo hacer una vida así, obviándolo? Una persona no puede hacerlo y un país, tampoco. Y entonces llegan estos déjà vu: por no recordar, ni resolver, ni repudiar lo que hay que hacer”. El resultado: “La transición se me ha convertido en obsesión”. Quizá también la figura de Allende, del que se dice en Chilean electric que ya en democracia no se permitió su autopsia y que se quemó su ropa para que no pudiera ser analizada por los forenses: “Me gusta pensar que no le mataron, que se suicidó, pero igual es un engaño como la historia de mi abuela… No nos dejaron tocar el cielo con los dedos, ese socialismo por vía democrática… Eso sí es un fantasma, la épica de la generación anterior; nosotros no tenemos épica, nos articulamos desde el fracaso”. En la crónica se repiten palabras de su discurso, como que había que generar una nueva sociedad desde “la pasión y el cariño”: “Aún hoy cuando le oigo, en ese casete grabado de otro y de otro en el que lo escuché de joven, me pongo a llorar y he convertido eso, pasión y cariño, en un mantra de mi escritura; hoy ese discurso político es imposible”.

Cree Fernández que hace, mayormente, literatura: “No hago reportajes, pero ocurre que me fascina la realidad y me alimenta el recuerdo” y en una especie de vasos comunicantes, “ha ido descendiendo la narrativa ficcional para aumentar la realidad”, dice mostrándose cercana a la obra de Emmanuel Carrère. “He hecho un tránsito de la realidad que se notó en mi obra Fuenzalida y culminó en La dimensión desconocida; si los archivos en los que buceé son tan interesantes, ¿para qué camuflarlos con ficción? Yo aparezco, pero no soy protagonista; quizá soy Caronte guiando la barca…”.

Es su obra la punta de iceberg de un “super buen momento” de la literatura chilena, con voces, recomienda, como las de la ya veterana Diamela Eltit o las más jóvenes Alejandra Costamagna y Alia Trabucco. Y eso es mucho en un país aislado, física y espiritualmente, por una cordillera: “Chile es el sur del sur, ni el propio país está conectado entre sí; la dictadura nos aisló más y eso explica el alma de un pueblo, gris, sobrio; aún hoy vivimos en cierto aislamiento, las cosas suelen pasar en otra parte”. Mientras, ella está con un “ensayo novelado” sobre, cómo no, la memoria: “Su historia, cómo funciona, qué son recuerdos y qué no… Cada libro mío tiene una especie de oficina de inteligencia que trabaja sobre eso… Quizá soy un tira [detective en el argot chileno] de recuerdos y memorias”.

EL PAÍS

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