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martes, 1 de diciembre de 2020

Susan Sarandon y Geena Davis / 30 años después de ‘Thelma y Louise’

 



Susan Sarandon y Geena Davis, 30 años después de ‘Thelma y Louise’

El rodaje, hace tres décadas, de la película icono del feminismo, reunió a dos actrices que continúan siendo amigas y activistas


Maite Nieto
Madrid, 7 de febrero de 2020

En mayo de 1991 un estreno cambió muchas vidas. Susan Sarandon y Geena Davis, que se habían encontrado un año antes para rodar la película Thelma y Louise, de Ridley Scott, reventaron la taquilla y movilizaron vidas aletargadas con una fábula que se convirtió en grito de supervivencia a pesar de que las dos protagonistas acabaran lanzándose por un acantilado, cogidas de la mano y a todo gas, subidas en el mismo coche con el que habían conseguido huir de la rutina y el maltrato. 



Nos enseñaron a hacernos un selfi con una cámara Polaroid, a creer que triunfarían tras años de vejaciones y humillaciones machistas, a que un polvo con Brad Pitt (que encarnaba a un guapísimo ladrón) bien valía un robo y que ese rubio angelical había llegado a nuestras vidas de cinéfilos para quedarse. Y, aunque su final no estaba destinado a ser digno del clásico "fueron felices y comieron perdices", también nos mostraron que uno podía salir gratificado de la sala del cine agarrado a la efímera sensación de triunfal libertad que las dos actrices destilaban en el filme, aunque para mantenerla tuvieran que despeñarse. 

De todo eso, del momento en el que Scott decidió que Sarandon y Davis serían Louise y Thelma, respectivamente, han pasado 30 años y las dos actrices continúan siendo amigas y compartiendo en su vida real la rebeldía que tenían en su juventud o que les inoculó la película que protagonizaron. Entonces marcaron dos hitos: dos mujeres se convirtieron en protagonistas absolutas de una película taquillera –las actrices hoy siguen reivindicando para ellas papeles complejos en Hollywood–, y un filme puede ser un éxito sin quedarse en la anécdota y convertirse en símbolo para el feminismo. Ahora, en su espléndida madurez, continúan dando lecciones de vida.

Susan Saradon, izquierda, y Geena Davis en una escena de la película de Ridley Scott 'Thelma y Louise'. En vídeo, tráiler de la película.

Susan Sarandon tiene 73 años, dos relaciones sentimentales largas a su espalda –un matrimonio con Chris Sarandon de 1967 a 1979, y una unión con el también actor Tim Robbins, entre 1988 y 2009–, dos hijos con este último, Jack y Miles, de 30 y 27 años respectivamente, y una prolífica carrera que la ha convertido en una actriz respetada que ha recibido un Oscar, un Premio del Sindicato de Actores, un Bafta y el reconocimiento a su carrera en el Festival de Cine de San Sebastián, entre otros.

Pero Sarandon se ha convertido con el paso de los años en más que una actriz; es también un ejemplo para muchas mujeres. Defiende sus arrugas como signo de vida y coherencia, su escote como símbolo de que las mujeres no tienen por qué renunciar a ser sexis condicionadas por la edad, y lleva el activismo por bandera, una forma muy lúcida de reivindicar que su fama sirve para más que para pasearla sobre la alfombra roja. En 2010 fue nombrada embajadora de buena voluntad de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). No duda en manifestarse –y sentirse orgullosa de haber sido detenida– si la causa lo merece y no le amedrenta ni el mismísimo Donald Trump si la política migratoria se pone entre esta neoyorquina y el presidente de su país. 

Su militancia frente a temas candentes que afectan a las mujeres no ha decaído con los años. Si hay que vestirse de negro en los Globos de Oro para reivindicar a las mujeres y apoyar el movimiento Me Too, lo hace. Si hay que protestar contra la pena de muerte, lo hace. Si tiene que dar su opinión sobre un político, republicano o demócrata, no duda. Si contar que su compañero Paul Newman cedió parte de su salario cuando se enteró que ella cobraba menos que los hombres coprotagonistas sirve para luchar contra la brecha salarial, lo cuenta. Y si tuviera que elegir entre ser actriz y renunciar a la política, lo tiene claro: para ella ser mujer o madre es más permanente que su profesión y por eso considera su activismo como prioritario.

Susan Sarandon y Geena Davis, en 'Thelma y Louise'.
Susan Sarandon y Geena Davis, en 'Thelma y Louise'. CORDON PRESS

Geena Davis no le va a la zaga a su compañera de reparto y amiga. Tiene 64 años, un coeficiente intelectual superior al del 98% de la población, requisito que le permite formar parte de Mensa, la Sociedad del Alto Cociente Intelectual. Ha estado casada tres veces, un año con Richard Emmolo y después 13 años con el actor Jeff Goldblum. Desde 2001 comparte su vida con Reza Jarrahy, un médico con quien ha tenido tres hijos Alizeh, de 17 años, y los gemelos Kian y Kaiis, de 15. Posee dos Oscar y un Globo de Oro y como en el caso de su compañera, Susan Sarandon, el activismo forma parte indisoluble de su vida, especialmente en temas relacionados con la defensa de los derechos de la mujer. 

No ha dudado en reconocer que Thelma y Louise la convirtió en feminista. A ella, como a muchas otras mujeres, le cambió la vida. Apoya la Women's Sport Foundation, defiende leyes centradas en la igualdad de oportunidades deportivas y en prohibir la discriminación de género, y creó en 2007 el Instituto Geena Davis sobre género en los medios de comunicación. Su objetivo: aumentar la presencia de personajes femeninos en los medios. Y, por si esta militancia feminista les sabe a poco, Davis también es la promotora del Festival de Cine de Bentonville que busca visibilizar la igualdad de género y la diversidad, además de convencer a la industria de que hacerlo resulta rentable. 

Susan Sarandon y Geena Davis demuestran que lo que unió Thelma y Louise no lo ha separado el pasar de los años. Muchas mujeres también se sentirán reconocidas en ellas, porque a ver quién no ha dicho en algún momento, "mándalo todo a la mierda y vamos a hacernos un Thelma y Louise". Aunque el final de la aventura haya sido más feliz que el de la película y no contemple acabar volando hacia el abismo en el Gran Cañón del Colorado. 

EL PAÍS


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