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jueves, 15 de julio de 2021

Philip Roth no da tregua


R.B. Kitaj (America 1932 - 2007) ,Portrait of Philip Roth ...
Philip Roth

Philip Roth no da tregua

'La conjura contra América', serie de HBO que adapta su novela, es una buena excusa para adentrarse en uno de los grandes escritores de las últimas décadas


Manuel Llorente
8 de mayo de 2020


Una vez paseado por las calles y vericuetos del mundo Philip Roth es difícil escapar a su atmósfera. Claro que se podrán visitar otros territorios, pero siempre se acabará volviendo a aquel con cualquier excusa. Ahora hay una espléndida: el canal HBO está emitiendo una serie de cinco capítulos sobre La conjura contra América, la novela de Roth que especula con la llegada al poder del simpatizante nazi Charles Lindbergh, el piloto que con 25 años cruzó por primera vez el Atlántico en 1927 sin escala alguna a bordo del Spirit of St. Louis. La hazaña de poder volar entre Nueva York y París en un aeroplano (recorrió en 33 horas y media los 5.800 kilómetros), su porte de atleta, su apariencia de actor y el secuestro de un hijo suyo de 20 meses (que apareció muerto y en descomposición dos meses después) en 1932 le convirtieron primero en héroe y luego en un envidiable padre de familia que simbolizó para miles de estadounidenses el coraje necesario para devolver el esplendor perdido a un país asolado por la bancarrota del 29.
La novela arranca en 1940, con la nominación de Lindbergh como candidato por la Convención Republicana en Filadelfia en su carrera hacia la presidencia de Estados Unidos, después de su viaje por la Alemania de Hitler de 1938 donde recibió una medalla que le impuso Hermann Göering y luego se estrecharon la mano. A Lindbergh le gustaba posar vestido de piloto, con casco y las correas tapándole las orejas junto a la carlinga de su avioneta. Para entonces ya era millonario asesorando líneas aéreas y pronto, en la campaña electoral, viajó durante mes y medio por los entonces 48 estados del país, aterrizando a menudo en carreteras.
La madre de Philip lee novelas de Pearl S. Buck en bata y zapatillas, por la noche escucha en la radio junto a su marido el programa del combativo Walter Winchell (30 millones de oyentes los domingos por la noche), mientras él hojea un periódico vespertino en su sillón de orejas junto a una lámpara de pie. Es un apacible aire de familia humilde y trabajadora que también, y tan bien, retrató Woody Allen en Días de radio. El padre, Herman, trabaja en una compañía de seguros, la Metropolitan Life, donde cobra 30 dólares a la semana, roza los 40 años, es ardiente partidario del presidente Roosevelt, no prueba el alcohol y tiene en el armario apenas trajes decentes pero baratos y algo brillantes de tanto uso. Viven de alquiler en una casa de las tres plantas, donde ellos ocupan dos, con sótano, y escaleras a la calle.
Allí vive también Alvin, mal estudiante que no tiene más remedio que escuchar a regañadientes los consejos de su tío Herman, hermano de su padre fallecido: «Si alguien te pregunta ‘¿puedes hacer este trabajo?’, debes responder ‘por supuesto’. Cuando descubra que no eres capaz ya habrás aprendido y el trabajo será tuyo». Alvin, un pinta, abandonará la escuela y se escapará de casa de los Roth rumbo a Canadá para para enrolarse en su ejército y luchar contra los nazis (lo mismo hizo William Faulkner, pero nunca llegó a entrar en combate aunque presumiera de ello). Una granada le arrancará una pierna hasta casi la rodilla.
El pequeño Philip viste pantalones cortos y calcetines altos. Es un niño de siete años al principio de la novela que escucha y mira en silencio cómo se afana su madre en la pila de lavar, admira las dotes de dibujo de Sandy, su único hermano cinco años mayor, y es estudioso y prudente. Hasta que se atreve a ir con un amigo más avispado a una parada de autobuses, donde eligen a una persona y la siguen hasta su casa. En un cuaderno escriben la peripecia. Tienen que estar de regreso antes de cenar para mantener el secreto. Con su amigo Earl, el niño Phil descubrirá por vez primera la ropa interior femenina una tarde en que su amigo abre los cajones de la cómoda de la habitación de su madre aprovechando su ausencia. Philip era, según escribe Philip Roth en La conjura contra América, «un niño enjuto y huesudo que lucía la sonrisa de veneración semi avergonzada del pequeño compinche». Su tesoro es el álbum de cromos que en pesadillas aparece lleno de cruces gamadas. Philip Roth (Newark , Nueva Jersey, 1933-Nueva York, 2018) es único cuando recrea ese ambiente, el suyo, el de los años 40 y 50.
Tertulias en la calle con los vecinos durante las noches de verano con sillas de playa, jarras de limonada y hombres en camiseta de tirantes comentando las últimas noticias. Los chavales revolotean alrededor de las bocas de riego a la luz tenue de las farolas y se habla con respeto y admiración de Roosevelt. Son probos ciudadanos de Newark, Nueva Jersey, medio millón de habitantes (la décima parte judíos), a 19 kilómetros de Manhattan. Allí se crio Philip Roth. Es el mundo que también recreará en otro libro, Patrimonio, donde retrata a su padre sin concesiones, un anciano vencido por el cáncer de los que se han sentido orgullosos de las virtudes del ahorro, han odiado la codicia, nunca han dejado de pagar la hipoteca y se consideran totalmente norteamericanos, aunque sus padres lo hablen con acento. Philip Roth, fiel a la máxima «No hay que olvidar nada», escribió el libro «como corresponde a la falta de decoro propia de mi profesión», evocando que sus abuelos «cruzaron el Atlántico en la bodega de un barco» y emprendieron una vida nueva basada en el trabajo sin horarios frente al «acoso gentil».
John Turturro (que encarna al rabino, y colaborador de Lindbergh, Lionel Bengelsdorf), Winona Ryder (como hermana soltera de la madre de Philip), Morgan Spector (Herman) y la magnífica Zoe Kazan (la madre de Philip y nieta de Elia Kazan en la vida real) se reparten el peso de la serie La conjura contra América que David Simon (The wire), entre otros, dirigió con el visto bueno del propio escritor. Aunque, claro, le falte las ramificaciones por donde tanto le gustaba escaparse Philip Roth (detalles en apariencia nimios pero que tanto se agradece en su lectura. Por cierto, al final del libro aparece una aconsejable biografía de los personajes históricos y una cronología de lo que realmente sí ocurrió).
Habrá que prefiera adentrarse en el universo Roth a través de El teatro de Sabbath (1995) -peripecias de un ex titiritero burlón- como recomienda Rodrigo Fresán, uno de sus devotos. Otros, por la brevedad, pueden hacerlo vía del citado Patrimonio (1991). O habrá quienes se dejen llevar por la extraordinaria y más que recomendable (en palabras del catedrático y experto José Antonio Gurpegui) Pastoral americana (1999), Premio Pulitzer. La versión cinematográfica -Ewan McGregor y Jennifer Connelly y Dakota Fanning- sin ser excelente mantiene el vigor del ascenso y caída de Seymour Levov, el Sueco: atleta, marine, marido de una Miss Nueva Jersey, pero que tras la guerra de Vietnam y sus protestas sufrirán la huida de una hija que combatirá el american way of life.
El testamento literario de Roth fue Némesis, donde relata una epidemia de polio que se expande en plena Segunda Guerra Mundial. La enfermedad en medio de la tragedia. El propio Roosevelt la padeció desde los 39 años (murió con 63) y fue él quien además de ganar cuatro elecciones presidenciales (algunas de ellas en silla de ruedas) promovió que se luchara contra, entonces, aquella devastación. Pero en Némesis no sólo se habla de la polio: «La abuela también recordaba que a los pacientes de tos ferina se les exigía que se pusieran brazaletes y que, antes de que se encontrara una vacuna, la enfermedad más temida en la ciudad era la difteria». Y, marca de la casa, siempre aflora la ojeriza de algunos hacia los judíos: «Se diría que algunos creen que la mejor manera de librarse de la polio sería quemar Weequahic [barrio de Newark] con todos los judíos dentro. Hay mucho resentimiento debido a las barbaridades que dice la gente a causa del miedo».
Otro modo de acercarse a Philip Roth es mediante las conversaciones que tuvo con un buen puñado de escritores a los que admiró. Están recogidas en El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras (2003, Seix Barral). Por allí desfilan desde Primo Levi (al que visitó en Turín en 1986, pocos meses antes de su presunto suicidio)Milan Kundera («Aprendí a valorar el humor durante la época del terror estalinista. Tenía yo 20 años», le dice a Roth), Bernard Malamud («la búsqueda infatigable de esa aspiración que compartía con sus personajes, la de superar los férreos límites del yo y las circunstancias, para vivir una vida mejor»), Isaac Bashevis Singer, Edna O’Brien («ese aferrarse al pasado es un fanático, casi desesperado deseo de reinventarlo, para poder modificarlo», le confiesa la escritora irlandesa), Aharon Appelfeld o la relectura de los libros de su maestro Saul Bellow.
También se llevó al cine La mancha humana, con Nicole Kidman y la solvencia de Anthony Hopkins encarnando a un profesor universitario [Roth dio clases de modo habitual hasta 1992 en distintos campus] con un pasado oculto que se quiere aflorar, quien a su vez mantiene una relación no muy del agrado del rectorado. Esta novela forma parte de la Trilogía americana, para algunos su cénit: Pastoral americana‘ (1997), Me casé con un comunista (1998) y La mancha humana (2000).
La evolución de un Roth titubeante al consagrado que acude al Carnegie Hall para escuchar a su querido Cuarteto Emerson está contada con minucia y extensión en Roth desencadenado (Literatura Random House), un ensayo de Claudia Roth Pierpont (no son familia) donde se aborda obra y vida. Philip Roth se casó dos veces, una de ellas con Claire Bloom, la protagonista de Candilejas de Chaplin y quien en Adiós a una casa de muñecas (2015, Circe) se despacha a gusto: «Leer libros, intercambiar libros, hablar de libros: ese fue un método de esencial comunicación entre nosotros durante todos los años que estuvimos juntos [se casaron tras vivir 15 años juntos]». También aborda las depresiones del escritor, tal y como Claire Bloom anota en su diario el 24 de julio de 1993: «Recibí una llamada de Philip. Me informó de que iba a ingresar en el hospital psiquiátrico de Silver Hill de Stanford, Connecticut, y de que Sandy, muy preocupado ahora por su estado, que bordeaba los impulsos suicidas…».
Claudia Roth resume así el arcoíris de lo que le interesó a Philip Roth: «Los judíos en América, los judíos en la historia, el sexo y el amor y el sexo sin amor, la necesidad de encontrarle un sentido a la propia vida, la necesidad de cambiarla, padres e hijos, la trampa del yo y la trampa de la conciencia, los ideales americanos, la traición de Estados Unidos a los ideales americanos, la agitación de los 60, la presidencia de Nixon, la era Clinton…».
Nadó durante buena parte de su vida media hora diaria, trabajó sin desmayo y adoptó, a su modo, la frase del boxeador de los pesos pesados Joe Louis cuando se retiró: «Hice todo lo que pude con lo que tenía».
Si creemos, como su alter ego Nathan Zuckerman en 1981 citando una carta de Franz Kafka de 1904: «Creo que solo deberíamos leer los libros que nos muerden y nos punzan. Si el libro que estamos leyendo no nos despabila dándonos un buen golpe en la cabeza, ¿para qué leerlo?», si estamos de acuerdo con ello, sigamos leyendo a Philip Roth, que de eso se trataba.

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