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lunes, 17 de agosto de 2020

Mercedes Barcha a grandes rasgos





Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha, más que un matrimonio, fueron una dupla, un equipo.
Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha, más que un matrimonio, fueron una dupla, un equipo. / Agencia AFP

Mercedes Barcha a grandes rasgos


José Luis Díaz-Granados, amigo cercano de Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha, describe la personalidad de Barcha, quien siempre se mantuvo auténtica, además de sostener un equilibrio entre la dulzura y la irreverencia.
Por: José Luis Díaz-Granados
16 de agosto de 2020

Yo era un niño de trece años cuando conocí a Gabito en su apartamento de Chapinero. Fue un domingo por la tarde. Estaba sentado sobre la alfombra en la sala con un ventanal donde se veía un panorama hermoso de Bogotá. Sentada en una poltrona estaba su joven esposa, Mercedes Barcha Pardo. Tenía un bebé de tres meses en sus brazos (Rodrigo, hoy en día un prestigioso director de cine).
Mercedes era muy tímida, pero parecía inexpresiva y hasta un poco antipática, sobre todo cuando levantaba la ceja izquierda y miraba como despectivamente. No me dio la mano ni me contestó el saludo. Tenía el cabello negro, liso, corto, con un ala de gaviota que sobresalía debajo de las orejas. Fue la primera vez que vi a una mujer con pantalones largos en lugar de falda (los llamaban slacks).
Yo le llevé a Gabito (así lo llamamos siempre los familiares) el recorte de mi primer cuento “La casa”, publicado dos semanas antes en El Espectador. Él lo leyó y comenzó a hacerme preguntas y comentarios. Entretanto, mi tía Dilia Caballero de Márquez y su hija Margarita (mi prima, mi mejor amiga y la eterna secretaria y confidente tanto de Gabo como de Mercedes, hasta hoy) conversaban de otros asuntos.
De pronto Gabito le dijo a Mercedes: “Mija, ¿qué nos vas a brindar?”. Ella se levantó, le entregó el niño a tía Dilia y se dirigió a la cocina. Margarita le daba palmadas cariñosas en las piernas, mientras decía con cariño: “¡Mercedes-Barcha-Pardo...!” y Mercedes decía sonriendo y siempre serena: “Estás de remate”. Al cabo de un rato salió con una bandeja con dos vasos de Coca-cola y tajadas de ponqué negro.
Estaba en esos días de moda La hojarasca porque había aparecido en el I Festival del Libro Colombiano. Yo la acaba de leer y estaba fascinado con el mundo familiar que era el mismo de todos nosotros. Algo comentamos y Mercedes dijo muy segura de sí misma: “Yo la leí, pero no la entendí”... Y se encogió de hombros...
A lo largo de la vida, sesenta años de casados, Mercedes siguió siendo así: muy auténtica, muy ella, muy costeña; nunca tuvo un acento distinto al de la costa (ella es de Magangué y criada en Arjona). Siempre me llamó la atención su compulsiva adicción al cigarrillo. Fumaba un cigarrillo tras otro. En una época le hizo mucho daño, se sometió a un tratamiento muy secreto (su vida privada siempre ha sido insondable) y volvió a fumar. Me cuentan que había dejado de fumar definitivamente hace un año...
Nunca hablaba de asuntos literarios, solo cuando se trataba de anécdotas. Una vez en La Habana comenté algo de Confieso que he vivido, las memorias de Neruda, y ella dijo de manera tajante: “¡Qué libro tan malo! ¡Ni siquiera Pablo habla de su anterior esposa, tanto que le ayudó!”. Entonces Gabito comentó muy tímidamente: “Parece que Matilde Urrutia le entregó el manuscrito a Otero Silva y este terminó de escribir el libro”...
Siempre me acuerdo de que cuando Gabito estaba hablando y Mercedes metía la cucharada con aparente altanería (así hablan las mujeres costeñas), Gabo de inmediato se quedaba callado y la escuchaba con respeto. Ella regañaba a Fidel Castro y a Gabo, recuerdo, porque estaban conversando en plena misa del papa Juan Pablo II, en Santiago de Cuba. Gabito, con humor, le decía: “Oye, ¿es que tú no respetas a Fidel?”. Y ella se reía y se encogía de hombros...
Era feliz recibiendo visitas todos los días. Obviamente a la casa de Gabo solo iban personas de su total confianza (tipo 11 de la mañana). Entonces Mercedes salía con la empleada y el chofer y hacían abundante mercado (en el caso de Cuba, en las Diplotiendas). Le fascinaba cocinar, y ya en la mesa, ella misma servía el arroz, el pescado y la ensalada a cada invitado... Y sin consultarle a nadie, regaba bastante aceite de oliva en las ensaladas... Después ella misma nos servía el helado y el tinto... De pronto soltaba la lengua y comentaba que su pasatiempo era comprar ediciones raras de Gabito o incunables de Joyce, de Faulkner, de grandes escritores, con sus firmas o correcciones a mano...
Nunca se preocupó por tener un “cuerpo lindo”, siempre se le asomaba un poco de barriga, entonces se ponía una manta guajira. Y punto. Así la vi muchísimas veces. Le aburrían las recepciones de gala. Casi no se maquillaba, era muy natural, era como era y le importaba un pito la opinión del prójimo. Con mucha discreción estuvo siempre al lado de Gabito y de sus hijos en momentos muy duros de sus vidas, tanto de pobrezas como de persecuciones políticas, como cuando la amenaza y el exilio en México, cuando tuvieron que salir del país a toda carrera.
Siempre que yo hablaba con Gabito de asuntos políticos y literarios, ella interrumpía para preguntarme cosas personales: ¿cómo está Margot? (mi mamá) ¿Y Federico? (mi hijo mayor) ¿Ya la niñita (Carolina, mi hija, tenía ocho años y se enfermó al llegar a la isla), se curó de la cistitis? “Yo le dije a Fidel el día del cumpleaños de Gabito: ¿cómo fueron a meter a José Luis en ese apartamento tan deteriorado... Él es un intelectual, no un aventurero... ¡Esa niñita está con cistitis, eso es el colmo!”. Y a los pocos días, llegó a mi apartamento una brigada de trabajadores y lo pusieron como nuevo...
Le fascinaba hablar con Gladys, mi esposa, fumaban juntas y hablaban de cosas prácticas. Gladys tampoco era intelectual y era tan espontánea como Mercedes, por lo que se entendieron a las mil maravillas. Tiempo después, Mercedes le comentó a Margarita sobre Gladys: “Oye, ¡cómo quiero a esa mujer!”. Le fascinaba enterarse de chismes y minucias de mis tías y de otros familiares...
Pero qué fuerza interior la que tenía. Era aparentemente dura y distante, pero era de una inmensa ternura, y de un enorme sentido del humor. Recuerdo una madrugada en que nos despedimos en la puerta de la casa de Pablo Milanés, con Álvaro Castillo Granada, y yo, arrebatado de amor y de whisky, le di un millón de besitos a Mercedes en el rostro, hasta que Gabito me dijo: “Oye, mira que ella es una mujer honrada”, y todos soltamos la risa...
Y bien, muchas cosas más se me deben haber quedado en el tintero...

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