Tumba de Marcel Proust en el cementerio Père Lachaise. |
Reconstruyendo a Proust en París
El noventa aniversario de su muerte reaviva en Francia el recuerdo del autor de 'En busca del tiempo perdido'
Camilo Sánchez
9 de enero de 2013
La Historia suele resarcir las injusticias de forma discreta. Una alargada escultura de un capitán del ejército francés sostiene una espada rota mientras los despistados transeúntes pasean, sin apenas advertir su existencia, por el Boulevard Raspail, en el distrito VI de París. En realidad no hay motivo para detenerse en ella. Esta ciudad es un cruce constante de leyendas grabadas en placas y monumentos, en puentes y obeliscos. Muchas de ellas reposan en el anonimato.
La estatua a la que casi nadie pone atención representa al oficial Alfred Dreyfus, acusado de espionaje y desterrado injustamente en 1894, debido a su origen judío, a la Isla del Diablo en la Guayana francesa. La crónica del conocido asunto Dreyfus forma parte de En busca del tiempo perdido, una suerte de catedral de más de 3.000 páginas donde Marcel Proust quiso explorar los entresijos de la memoria. El pasado noviembre se cumplieron 90 años de la muerte del escritor y las librerías francesas han dispuesto en sus anaqueles reediciones y estudios sobre la obra (incluido un librito con poemas inéditos y la detectivesca Le manteau de Proust, historia que va tras el rastro de su famoso abrigo).
El novelista parisiense escribía sentado en su cama sobre unos folios a los que iba añadiendo pequeños recortes de papel con correcciones y anotaciones al margen. El resultado era algo así como un collage en clave de rompecabezas. El Museo de las Cartas y Manuscritos, situado en pleno Boulevard Saint Germain, exhibe las pruebas de imprenta de algunas páginas de uno de los capítulos de la novela: A la sombra de las muchachas en flor. El proceso de reescritura se puede ver con detalle. También hay cartas y libros con dedicatorias, además de una exposición permanente dedicada a la correspondencia de tipos tan diferentes como el General De Gaulle o Freud.
A escasos metros del museo está la rue du Bac, calle de galerías de arte, tiendas y restaurantes, y que recoge sus nombre de las pequeñas barcas en que “las monjas de otro tiempo, las Miramiones, iban a los oficios en Notre-Dame” (El tiempo recobrado).
Siguiendo esta calle en dirección hacia el Sena y bordeando el río hasta el Quai des Grands Agustins, se llega en pocos minutos al restaurante Lapérouse. Charles Swann, personaje seminal en la obra, estudioso de Vermeer y celoso consumado, era un cliente asiduo: “Algunos días, en lugar de quedarse en casa, almorzaba en un restaurante bastante cercano, que antes apreciaba por su buena cocina y al que ahora sólo iba por una de esas razones a un tiempo místicas y ridículas que suelen calificarse de novelescas: porque ese restaurante llevaba el mismo nombre que la calle donde vivía Odette: Lapérouse 110” (Por el camino de Swann).
El Museo Carnavalet, en el céntrico barrio Le Marais, conserva parte importante de la memoria de la capital francesa. Entre tapices con escenas caballerescas y recuerdos de tipo heráldico hay un espacio reservado para un curioso mobiliario, compuesto por una cama, un bastón de petimetre a sus pies que hace de puente con un escritorio, y una serie de enseres personales. Se trata de los objetos que amueblaron las últimas habitaciones del escritor, como la del Bulevar Hausseman, famosa por el aislamiento de corcho con que la forró para evitar el ajetreo de la calle.
El Museo la ha dispuesto de forma idéntica a como estaba en el 44 de la rue de l'Amiral Hamelin, su último domicilio, ubicado en el distrito XVI de París. En la fachada de este inmueble, ahora un hotel de tres estrellas no muy lejos de los Campos Elíseos, hay una placa que recuerda la fecha de su muerte: 18 de noviembre de 1922.
Clavados en medio del Bois de Boulogne hay dos restaurantes que, a pesar de las inevitables transformaciones, mantienen su nombre y fachada de los días de la Belle Époque: Le Prés Catelan y Armenonvile. “Otras veces, un suntuoso follaje designaba como una oriflama un lugar determinado. Y podían distinguirse, como en un plano de colores, Armenonville, El Prado Catalán, Madrid, las orillas del lago y el hipódromo” (Por el camino de Swann).
Los visitantes del cementerio Père Lachaise peregrinan en silencio por las callecitas opacas del que es acaso el campo santo más conocido del mundo. Marcel Proust está sepultado bajo una tumba adusta de mármol negro, ubicada en la división 85. Murió a los 51 años. El capitán Dreyfus, de quien Proust defendió su causa con convicción, fue exculpado en 1906. La estatua de bronce con la que se le rinde tributo en el Boulevard Raspail tiene una placa con unas palabras en forma de epitafio que aún resuenan en el tiempo: “Si quieres que viva, haz que mi honor me sea devuelto” (Si tu veux que je vive, fais-moi rendre mon honneur).
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