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lunes, 6 de julio de 2020

Le Monde caricaturiza al rey emérito como un “monarca devorado por la pasión de las mujeres y el dinero”




Le Monde caricaturiza al rey emérito como un “monarca devorado por la pasión de las mujeres y el dinero”

La prensa internacional dedica cada vez más espacio a los escándalos que persiguen a Juan Carlos I
"Una corona no es más que un sombrero que deja pasar la lluvia"
Federico II el Grande

José Antequera
25 de junio de 2020

Las derechas creen que hay un complot en España para derribar a la Monarquía e instaurar la Tercera República. De ser así, en esa supuesta conspiración estaría metida también la prensa internacional, que ha abierto la veda contra la Casa Real española. A las informaciones sobre el patrimonio oculto de Juan Carlos I que viene publicando el diario británico The Telegraph se suma ahora la ácida caricatura que Le Monde ha trazado del rey emérito. Un artículo publicado en el prestigioso rotativo francés se refiere al gran artífice de la Transición española como “un viejo rey devorado por la pasión de las mujeres y el dinero”. Y añade: “El exmonarca español, de 82 años, conocido por ser atractivo y animado, está en el centro de un asunto financiero tan rotundo que amenaza el futuro de la Corona en su país”.



Las principales mujeres que han marcado la vida de Juan Carlos I. De izquierda a derecha: la reina Sofía, Gabriela de Saboya, Corinna Larsen, Marta Gayà, Bárbara Rey y Olghina de Robilant.
Ilustración de Tomás Serrano

Para Le Monde, las revelaciones sobre la fortuna oculta del rey emérito en Suiza, donde un fiscal ha estado investigando sospechas de lavado de dinero durante dos años, “salpican a su hijo, Felipe VI”. Ya nadie puede negar que las peripecias del rey abdicado han atravesado fronteras, dañando seriamente la imagen de España, que queda como un país bananero donde su ex jefe del Estado va y viene con sus gafas negras, el jet privado y el maletín lleno de pasta. “Una aristócrata alemana tal vez demasiado habladora. Generosas donaciones de los países del Golfo. Un administrador de fondos y un abogado de azufre en Ginebra. Sin olvidar una base opaca, domiciliada en Panamá…”, prosigue el demoledor artículo.
Para el principal periódico francés, el truculento final del aventurero bohemio de Botsuana (cazador blanco, corazón negro) tiene los ingredientes de un “thriller político-financiero”, indicios que se unen al escándalo que azota a la monarquía española desde principios de marzo. Todo mito termina destruyéndose a sí mismo y la caída en desgracia de Don Juan Carlos, objetivo de la mofa y befa de la prensa internacional, va camino de ser de las más estrepitosas y sonadas de la historia. Cuando las generaciones venideras echen la vista atrás y lean el papel que jugó del Rey Campechano, verán la obra grande y luminosa de un hombre que sin duda condujo al país en una homérica odisea desde la noche de la dictadura hasta el edén de la democracia, pero también los últimos años sombríos de un Casanova incorregible, la decadencia de un César absoluto e inviolable con sus escándalos, sus amoríos y sus presuntos negocios clandestinos.
Fue Federico II el Grande quien dijo aquello de que una corona no es más que un sombrero que deja pasar la lluvia. Y eso es precisamente lo que le ha ocurrido a Don Juan Carlos, que al final de sus días no sabía muy bien si llevaba una corona o un sombrero de Panamá, uno de esos chambergos de turista accidental que usan los que van de acá para allá por los paraísos caribeños, por los Siete Mares y los siete bancos más poderosos del mundo. El viejo monarca, como dice Le Monde, ha perdido el norte político y geográfico al final de sus días y pese a ser un avezado lobo de mar, un patrón de Bribones, no ha visto llegar el fuerte temporal de dólares y escándalos que al final se lo ha llevado por delante. El emérito, en un extraño y singular caso de amnesia política, ha caído en el error de pensar que era un civil más y se ha olvidado de la dignidad que entrañaba la alta magistratura que ostentaba. De tanto echar canitas al aire se le ha caído el pelo y de tanto aplicar el antiguo proverbio español (“que me quiten lo bailao”) ha terminado por romperse el cetro y la cadera.
Al perder la perspectiva de la historia y de los tiempos, al olvidarse de quién era y del elevado símbolo que representaba para una nación y para 47 millones de compatriotas, Juan Carlos ha quedado para rellenar las tardes aburridas del Sálvame (con Jorge Javier Vázquez en el personaje de nuevo Bertolt Brecht de la izquierda española); para ser pasto de cuatro exclusivas amarillas en los tabloides sensacionalistas británicos; y para que los gabachos de Le Monde se echen unas risas a costa de los vecinos pobres del sur, lo cual no deja de ser una venganza en toda regla contra el rey que más detestan, Rafa Nadal, que cada verano impone su tiranía deportiva absolutista sobre las tierras batidas de París.
Juan Carlos pudo haber pasado a la historia como un héroe y va a pasar no ya como un villano, sino como el hazmerreír de Europa. Hasta su hijo lo repudia y rechaza la herencia maldita que quema en los dedos, mientras los telares de la prensa extranjera preparan más material sobre Corinna Larsen. El culebrón promete no tener un final, de modo que no, no hay ningún extraño complot de rojos y separatistas para hundir a la Familia Real e instaurar la República en nuestro país, tal como denuncian las derechas. El rey jubilado, él solito, se sobra y se basta para cargarse la venerable y milenaria institución.

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