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viernes, 3 de julio de 2020

Aixa de la Cruz / Bilbao, la ciudad inventada

Una persona camina bajo la escultura de Louise Bourgeois 'Mamá',
en las inmediaciones del Museo Guggenheim de Bilbao.
27 de abril de 2020
 


PASEOS LITERARIOS 

Pasear sin rumbo fijo es un ejercicio que durante siete semanas ha estado prohibido. Autores como H. D. Thoreau, Walter Benjamin, Guy Debord o Rebecca Solnit sostienen que es una forma de pensar.


Bilbao, la ciudad inventada

Aixa de la Cruz
1 de mayo de 2020






Creo que no aprendí a pasear hasta que me embaracé. Antes solo corría. Calentaba articulaciones bajo el puente del Arriaga y emprendía ruta por la ribera de Abando, feliz de acelerar los fotogramas del Bilbao de las postales y a empujones con los turistas que se apelotonaban frente al Guggenheim. Buscaba las rutas mejor asfaltadas; solo eso. Ahora que he bajado la velocidad y camino atenta al paisaje, mi recorrido empieza allí donde terminaba mi entrenamiento, a los pies del puente Euskalduna, en la explanada que pertenecía a los antiguos astilleros y que ahora marca la frontera entre el paisaje urbano embellecido y el paisaje urbano en obras. No soy la única treintañera que siente predilección por esta zona. Somos muchos los que guardamos una imagen idealizada de ese Bilbao industrial y naviero, siempre turbio de xirimiri, del que tanto nos han hablado nuestros padres pero que jamás llegamos a padecer, y venimos hasta aquí en busca de sus ecos.
Lo que más me gusta del muelle de Olabeaga es que lo han intentado domesticar sin éxito. Hace doce años que es peatonal, pero la acera, que corre entre la ría y el monte, es tan estrecha que solo admite paseantes en fila india. Cuando hay mareas vivas, el nivel del agua sube a escasos centímetros del asfalto y luego baja como si alguien hubiera tirado de la cisterna, con lo que es fácil sentir claustrofobia. Sabes que, en caso de riada, no hay salida. Aun así, en la parte inicial del paseo, bajo las escamas grises del Nuevo San Mamés, han abierto una terraza al aire libre en una de las antiguas dársenas de carga. Es un local muy chic, con música electrónica suave, cócteles elaborados y buenas vistas, pero la ría es caprichosa y lo mismo te devuelve maderos que cadáveres hinchados de ratas, por lo que prefiero tomarme un café en una antigua lonja de pescado que hay unos metros más adelante. Es el último bar de la zona. A partir de aquí, se suceden los bloques de viviendas, edificios chatos de barrio pesquero con la pintura desconchada que dan paso a un frontón que da paso a un muro. Con el muro, desaparecen los encantos a este lado de la ribera y cobra relevancia la de enfrente: Zorrozaurre.
Zorrozaurre fue una península y ahora es una isla. En Bilbao gustan mucho los proyectos faraónicos y esta es nuestra extravagancia mayúscula. Hemos anegado un istmo para separarnos del apéndice más decadente de la villa y, cuando lo rehabilitemos, inauguraremos un nuevo puente que nos conecte a él. Desde esta orilla, se aprecia el trasiego constante de camiones, cementeras y grúas, y la deconstrucción en vivo y en directo de un skyline. Cada vez que vengo hay un nuevo solar vacío donde antes hubo un bloque de viviendas, una nave industrial o una fábrica. Ya apenas sobreviven algunos edificios pintorescos– un pequeño palacete, las ruinas de la antigua fábrica de Artiach, una marmolería abandonada con sus enanos de jardín a la intemperie…–, aislados entre sí como si estuvieran cumpliendo cuarentena. Pero es fácil romantizar la decadencia a media tarde, cuando la ría zigzaguea con destellos plateados hasta perderse en la margen izquierda.
Vuelvo a casa con una sensación exótica. Todo esto que es tan feo pronto será precioso y habitable. Pronto será refugio de runners y turistas y los milennials tendremos que trasladar nuestra nostalgia inventada a otro sitio. Buscaremos las huellas de esa ciudad mítica que nunca conocimos en nuevos bastiones. Quizás en Barakaldo. Quizás en Ortuella. Quién sabe.






UN LIBRO: Mejor la ausencia, de Edurne Portela. Es el libro que mejor ilustra ese Bilbao decadente de los años 80 que a mi generación le ha llegado a través de las canciones de Eskorbuto pero que en la novela se resiste con fuerza a cualquier idealización.

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