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martes, 30 de noviembre de 2021

Almudena Grandes / La magia ya no es lo que era



Almudena Grandes

La magia ya no es lo que era

Desde que empecé a recibir mensajes por WhatsApp con enlaces en lugar de una carta, me revienta más comprar en Navidad

4 DE ENERO DE 2020

Todos los años, en la última semana de diciembre o en la primera de enero, dos hermanas de mi madre se alternaban para invitarnos a pasar el día en su casa, y era una maravillosa excursión.
Todos los hermanos de mi madre vivían en la misma ciudad, pero las casas de nuestras anfitrionas estaban muy lejos de la glorieta de Bilbao, que era, y sigue siendo, el centro del mundo para mí. Una de mis tías vivía en la plaza del Perú, la otra en Alcalde Sainz de Baranda. Para nosotros, niños de la calle de Churruca, como si fueran Nueva York y Moscú respectivamente. Todos los años, cuando nos daban las vacaciones preguntábamos por la fecha de esa excursión, horas de juego con nuestros primos por la mañana, algo muy rico para comer y cine por la tarde. Aquel día era de lo mejor que traía cada Navidad.

Todos los años, en la última semana de diciembre o en la primera de enero, la hermana pequeña de mi padre venía a buscarnos una tarde para llevarnos por ahi. No por ahí, sino por ahi, como decimos en Madrid. Casi siempre íbamos al cine y luego a merendar, o viceversa. Un año fuimos a un concierto de Viva la gente que resultó absolutamente inolvidable, pero también recuerdo otros planes, circo, plaza Mayor o los modestos musicales para niños, Pedro y el lobo o Sonrisas y lágrimas, del siglo pasado. Todos los años, cuando nos daban las vacaciones, preguntábamos cuándo iba a venir Lola a buscarnos. Hasta que mi hermano Manuel y yo nos hicimos mayores, y perdimos la privilegiada condición de invitados para convertirnos en instrumento de las invitaciones de mi madre, que nos encasquetaba a los pequeños para que los lleváramos al cine, a merendar, al circo o a la plaza Mayor. Y no se os ocurra volver antes de las ocho y media…
Para aquel entonces, ya sabía que ella aprovechaba nuestras ausencias para irse de compras y esconder los paquetes sin levantar sospechas. Lo que ignoraba era que las ya remotas excursiones a otros barrios que yo recordaba como una dorada tradición servían al mismo propósito. ¿Pero tú eres tonta o qué, de verdad nunca te has dado cuenta? Pues no, tuve que reconocer cuando tenía ya 17 o 18 años, nunca se me había ocurrido… Era una tontería, sigue siendo una tontería, pero aún recuerdo mi desilusión. No puedo precisar el momento en el que descubrí la verdadera identidad de los Reyes de Oriente, pero me acuerdo perfectamente del instante en el que me enteré de nuestras legendarias excursiones al barrio del enemigo —el Bernabéu— y al del Retiro, la emoción efervescente que sentía cuando mi tía Lola llamaba al timbre, eran una técnica de mi madre para saquear El Corte Inglés.
Entonces me encantaba la Navidad. Siguió gustándome durante muchos años, antes y después de comprender los motivos de mi madre. Mientras mis hijos fueron pequeños, adelantaba las compras a la segunda mitad de noviembre para no padecer la angustia de escuchar que el preciso modelo del exacto juguete de una marca determinada se había agotado ya, y esquivar así el peligro de tener que elegir entre dos sucedáneos. Iba con mucho tiempo, eso desde luego. Nunca recibí regalos en Nochebuena y nunca los he entregado en esa fecha. La magia en mi vida se circunscribe al 5 de enero, pero desde hace unos años todo es más pálido, más feo que antes. Desde que empecé a recibir mensajes por WhatsApp con enlaces a plataformas de ventas o de distribución en lugar de una carta, o al menos una lista, escrita a mano, cada vez me revienta más comprar en Navidad.
No tengo nietos. Tal vez, cuando lleguen, si es que llegan, los Reyes Magos recobrarán su color. Sus capas volverán a ser brillantes, abundantes de purpurina, y el maquillaje de Baltasar se tornará en piel auténtica, y no veré a Melchor con la peluca torcida, ni la goma de la barba de Baltasar perdiéndose detrás de sus orejas.
Hasta que llegue ese momento, si es que llega, cada vez que entro en la Red para escoger un regalo, sólo pienso que daría lo mismo que fuera 5 de abril, o 16 de julio, o 22 de noviembre.
Pero el hartazgo no me impide desearles a todos ustedes, de corazón, que esta noche les traigan muchas cosas los Reyes.

EL PAÍS



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