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jueves, 14 de mayo de 2020

La nueva vida de las pestes de Camus y Defoe



La nueva vida de las pestes de Camus y Defoe

«Diario del año de la peste», de Daniel Defoe, y «La peste», de Albert Camus, recobran actualidad: crónica veraz y fuerza moral para hacer frente a la desolación

Fernando R. Lafuente
4 de mayo de 2020

John Blow, maestro de Purcell, en Venus and Adonis, 1683, escribió para el Coro en sol menor, «Weep for your huntsman, oh forsaken grove»: «Un hombre no es más que un recuerdo./Un hombre no es más que una promesa». O lo que sería «Un tránsito y un ocaso», así definiría Nietzsche el paso por la vida. Desde el siglo VI Europa ha conocido la peste negra, y muchos pensaron el 31 de diciembre del año 999 que algo terrible caería sobre la humanidad. Las procesiones de penitentes llenaron los campos y ciudades del continente, algo así refleja Igmar Bergman en El séptimo sello, esa procesión que recorre, bajo rezos y advocaciones, la redención. Se desencadenaron oleadas de desaliento y miedo, eran inmensas las zonas de sombra, inmensas las debilidades.
El historiador Henri Focillon escribió respecto a esos días: «En la historia hay elementos racionales y elementos irracionales (...). Los segundos nos hacen penetrar en regiones de la vida humana mucho menos definidas, mucho menos fáciles de analizar, porque los valores afectados viven en el eterno crepúsculo de los instintos». Para la Historia la búsqueda se traza en un recorrido que intenta salir del presente para descubrir el pasado, ascender hacia una visión que permita entrar en cada época con la perspectiva del conocimiento adquirido y, si es posible, aprendido.

Jinetes del Apocalipsis

Tres décadas después de esa noche invernal de 999, que se consideró el paso hacia lo desconocido, llegó la gran hambre, 1033, que asoló Europa. Se repetían los grandes azotes, augurados en las páginas del libro que se divulgó con singular celeridad por el continente, los Comentarios al Apocalipsis de San Juan del Beato de Liébana: el hambre, la enfermedad, la guerra y la muerte. Cuatro siniestros jinetes invisibles, que surgían de las tinieblas, del abismo.





En la apoteosis de la desolación Daniel Defoe (1660-1731), autor de la extravagante y singular historia de Robinson Crusoe (1719), recordó, de manera espeluznante, en su Diario del año de la peste (1722), el día a día de la peste que cayó sobre Londres en diciembre de 1664, una plaga que recorría casas, barrios, palacios, villas, caminos, de manera implacable. Pronto comenzaron las especulaciones de cómo había llegado, si desde Ámsterdam, desde Italia, desde el Levante, desde la flota turca, de Chipre.




Daniel Defoe
Daniel Defoe

Crónica soberana

Ya en noviembre, dos franceses habían perecido por tal brote en Dury Lane. El número de entierros, cuenta Defoe, comenzó a crecer de una forma hasta entonces poco habitual. La alarma corrió de boca en boca. Estamos en el siglo XVII. Defoe escribe un diario de ficción, apenas tenía el autor cinco años cuando los hechos que narra acaecieron, pero resulta una crónica soberana sobre los hechos sucedidos, por la precisa y concisa documentación recogida para su elaboración.
En sus páginas surge el aturdimiento, el desconcierto y la incertidumbre. Nadie sabe qué pasará mañana. Quien lo narra es un talabartero londinense. Recorre los lugares en donde la confusión y el miedo se han enseñoreado de la población.




El Londres de Defoe es un reguero de profecías, conjuros y nigromantes

Narra el hecho de los contaminados que no lo sabían, las inspecciones, la puesta de vigilancia en las casas contaminadas para que nadie salga, nadie entre y las familias queden encerradas hasta su trágico final. Relata, con precisión de entomólogo, cómo Londres se convierte en un reguero de profecías, conjuros astrológicos, nigromantes, supuestos remedios, píldoras antipeste, pócimas, brebajes, visiones, almanaques y libros de pronósticos, horóscopos para, lacónico, subrayar «mala época para estar enfermo», porque «la peste desafió toda medicina; hasta los médicos fueron atrapados por ella con sus protectores en la boca».
Se proclaman las órdenes del Lord Mayor de la City de Londres, centro de la epidemia: aislamientos, implacable persecución de las fugas, sobornos para salir de las casas condenadas, huidas desesperadas de la ciudad enferma, limpieza de las calles; creación de equipos de examinadores, inspectores, guardas, investigadores, cirujanos, enfermeras.
Los cementerios son un aluvión de víctimas. Comienzan las leyendas, las historias se suceden, algunas de una extraordinaria fuerza narrativa. Es un paisaje de desolación que inunda la ciudad, los campos se cierran, los pueblos limítrofes instalan fronteras. El talabartero describe lo que ve y lo que le cuentan a diario, incorpora cifras, cuadros de muertos, edades, condición y hasta un manual de sobrevivencia con las propuestas que considera racionales y científicas. Piense el lector que la obra se escribe cuando ha transcurrido cerca de medio siglo de sucedida la epidemia y aún los ecos se escuchan, las leyendas se han multiplicado y la sombra de los hechos queda en la memoria de los que, sin vivir la plaga, leen el libro de Defoe con un rictus de asombro y temor.




Albert Camus
Albert Camus

La vida es lo concreto

Cerca de tres siglos después el Nobel Albert Camus publica La peste (1947). Es cierto que, como bien afirmaba Mario Vargas Llosa hace unos días, no es la mejor novela de Camus; sin embargo conserva una llamada de inmensa fuerza moral, que impregnó cada página del resto de creación literaria y ensayística del autor de El hombre rebelde. Esta vez la ciudad es Orán, una plaga de ratas provocará la peste. A la crónica de Defoe, Camus incorpora no la aséptica descripción de los hechos, sino las consecuencias morales que conllevan los terribles acontecimientos. El paso del tiempo nunca es inocente.
La de Camus es una novela que narra los hechos de manera precisa, directa, con personajes y diálogos que apuntan en una dirección: «En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio». Entre esos hombres se encuentran el Dr. Bernard Rieux, quien es consciente de que «tener conocimiento es poder iluminar el presente con las enseñanzas del pasado», y el periodista Rambert, quien cambiará su destino para entregarse a los demás. Una de las claves de la novela es precisamente el cambio de Rambert; la otra, la abnegación de Rieux. Para Camus, «la vida es lo concreto», ese será el sentido de la existencia.
-Es un hecho, eso es todo -dijo con cansancio-. Registrémoslo todo y saquemos consecuencias.
-¿Qué consecuencias? -pregunto Rambert.
-¡Ah! -dijo Rieux-, no puede uno al mismo tiempo curar y saber. Así que curemos lo más aprisa posible, es lo que urge.




Para Camus es clave la acción del individuo y su libertad aun en los momentos más trágicos

Esta vez, los efectos de la plaga provocan un mutuo apoyo, para Camus resulta esencial la acción del individuo y su libertad, según transcurre la acción, vertiginosa y cruel, es lo que hay que proteger aún en los momentos más trágicos, porque es la que puede cambiar el rumbo y destino de cada uno. Sólo en libertad es posible lograr la unión de todos. «Pero sabía (Rieux) que, sin embargo, esta crónica no puede ser el relato de la victoria definitiva. No puede ser más que el testimonio de lo que fue necesario hacer y que sin duda deberían seguir haciendo contra el terror y el arma infatigable, a pesar de sus desgarramientos personales, todos los hombres que, no pudiendo ser santos, se niegan a admitir plagas y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos».
Dos obras que se complementan. Lejos quedan los terrores del año 1000 y los Apocalipsis. La de Defoe desde el diario ficticio, pero veraz, se muestra como una crónica contada en tiempo presente; la otra desde la convicción de, en un término tomado de Iris Murdoch, «la soberanía del bien». Las dos para hacer frente al miedo y la desolación.





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