Páginas

sábado, 9 de mayo de 2020

El virus que silenció a Chile

La Plaza Baquedano, también conocida como Plaza de la Dignidad, en Santiago de Chile, antiguo epicentro de las manifestaciones chilenas.
La Plaza Baquedano, también conocida como Plaza de la Dignidad, en Santiago de Chile, antiguo epicentro de las manifestaciones chilenas. 

SEBASTIÁN UTRERAS

LA CRISIS DEL CORONAVIRUS
El virus 
que silenció a Chile

La cámara que retransmitió el estallido de la ira de Santiago muestra ahora una plaza vacía mientras se multiplican los esfuerzos para controlar la covid-19.

Rocío Montes
2 de mayo de 2020

La zona cero de las manifestaciones sociales en Santiago de Chile luce vacía desde mediados de marzo. Impresiona el silencio, interrumpido apenas por algunos autobuses, coches y motociclistas en los días de cuarentena por la covid-19 en algunos municipios de la ciudad. Plaza Italia o plaza Dignidad —como fue rebautizada por algunos en honor a las demandas de la ciudadanía— fue el lugar donde ocurrió de todo desde el 18 de octubre, cuando arrancó el estallido en Chile.







Trinidad Lopetegui, en la azotea de la galería Cima, en Santiago de Chile.
Trinidad Lopetegui, en la azotea de la galería Cima, en Santiago de Chile. 


“Es un símbolo. La plaza se convirtió en un memorial de la represión. En los muros del barrio se relata el nuevo Chile y lo que demanda. No hubo ni un día desde el 18 de octubre en que las manifestaciones se detuvieran. Hasta la pandemia”. Lo relata con propiedad Trinidad Lopetegui (Santiago de Chile, 1989), que desde el comienzo de las manifestaciones observó día y noche desde la primera línea el devenir de esta plaza viva. Artista visual, dirige la galería de arte contemporáneo CIMA, un espacio que se transformó en los ojos de las revueltas. Instalada en la última planta de un edificio de los años cincuenta, desde la azotea transmitió en directo lo que ocurría. “La ciudadanía reclama contra un sistema neoliberal insostenible que no prioriza a los seres humanos”, opina la gestora cultural chilena. “Es un movimiento transversal que trasciende la izquierda y la derecha. Lo tomamos como un deber: contar todo sin intervenciones”, recuerda. Usaron primero un teléfono, luego las cámaras de seguridad de la misma galería y, al final, un aparato especial para transmitir en streaming. Las televisiones les ofrecieron dinero para usar el espacio y grabar, pero se negaron. Para salir desde las oficinas a la terraza de 100 metros cuadrados —donde está instalada la cámara—, debían protegerse para no aspirar los gases lacrimógenos que subían hasta la planta 11ª.



“La covid-19 ha dejado en evidencia la importancia de demandas sociales como la salud pública”




Su canal de YouTube ha alcanzado más de 18 millones de visualizaciones, 89.000 suscriptores, 11.750 espectadores en simultáneo. Han colgado 382 vídeos. Les siguen usuarios de todo el planeta, pero sobre todo de Argentina, Estados Unidos, España, Perú y México. “En una ocasión, una vecina del barrio perdió a su madre en medio de una manifestación y la encontró gracias a la transmisión. Nos transformamos, sin planificarlo, en una plataforma de utilidad pública”, relata.

Pero lo que antes era algarabía y movimiento —gritos, cánticos, música, tambores—, con la pandemia se volvió todo quietud: “Ahora hay un silencio desolador, tremendo, impactante”, señala Trinidad Lopetegui. Fue una especie de frenazo que ha puesto al país en una situación bipolar. En octubre, la proclama era Chile despertó. La economía de Chile se resintió. Pero la covid-19 detuvo en seco la revuelta y el país parece estar viviendo en una especie de limbo. Algunos manifestantes pensaban a comienzos de marzo que lo de la pandemia era un invento de los poderosos para frenar los cambios. Pero, sorpresivamente, los de plaza Dignidad acataron relativamente rápido las órdenes de quedarse en casa. “La mayoría tuvo conciencia y de inmediato se guardó”, piensa la artista visual.




Una manifestante el pasado 24 de abril en Plaza Italia, también conocida como Plaza de la Dignidad, en Santiago de Chile.
Una manifestante el pasado 24 de abril en Plaza Italia, también conocida como Plaza de la Dignidad, en Santiago de Chile.  REUTERS


Chile es el país latinoamericano que más pruebas ha hecho de la covid-19: a mediados de abril alcanzaba unos 118.000 exámenes, con capacidad para unos 8.000 diarios en una cincuentena de laboratorios públicos y privados. El Gobierno ha basado su estrategia en un alto número de test y en cuarentenas “selectivas y dinámicas” solo en algunos municipios, establecidos de acuerdo a la cantidad de contagios. A diferencia de otros países de la región, no se ha optado por confinamientos totales, pese a la presión de autoridades locales. Desde que se informó del primer caso de la enfermedad el pasado 3 de marzo, las protestas se han detenido en seco, en parte porque rige un toque de queda y un estado de emergencia. El mayor temor en Chile sigue siendo el número de respiradores, que la Administración ha centralizado desde el sistema público y privado. Hace unos días, el Ministerio de Salud informaba de que había 538 disponibles en todo el país, distribuidos por el Gobierno central de acuerdo a los requerimientos regionales.
El primer caso de coronavirus se conoció el 3 de marzo y el Gobierno de Sebastián Piñera decretó el estado de excepción de emergencia —con los militares en las calles, como en el estallido—, toque de queda, suspensión de clases y de comercio. Se mantiene firme en su decisión de no establecer una cuarentena total a nivel nacional, sino solo en algunas zonas, que van cambiando según el contagio. Salvo por algún cacerolazo organizado en algún barrio, en estas semanas la protesta se ha detenido casi por completo, aunque en los últimos días de abril algunos grupos desafiaban a las autoridades con concentraciones todavía en pequeña escala que fueron reprimidas. El mismo presidente aprovechó hace unas semanas la quietud de la plaza y, en un gesto duramente criticado, bajó de su coche para fotografiarse en el epicentro del escenario de las protestas: “No cometí ningún delito (…), nadie es dueño” de ese lugar, explicó Piñera después.
La gran pregunta en Chile es qué ocurrirá con la movilización social una vez superada la emergencia sanitaria. Trinidad Lopetegui, que tiene el pulso de la calle en la retina, cree que resurgirá con fuerza: “La covid-19 ha dejado en evidencia la importancia de demandas sociales como la salud pública y las grandes desigualdades, desatando mayor indignación y rabia en el pueblo”, dice.
Desde lo alto del edificio, pese al silencio, se observan las huellas de una multitud que hoy está confinada. En el pavimento todavía se lee: históricas. Fue la palabra que las mujeres escribieron en plaza Italia el pasado 8 de marzo, cuando unos dos millones de chilenas salieron a las calles a marchar, en una muestra de la potencia del movimiento social que el feminismo ha liderado. Fue la última gran concentración antes del apagón, que la galería CIMA sigue sin descanso transmitiendo.

EL PAÍS



No hay comentarios:

Publicar un comentario