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viernes, 15 de mayo de 2020

El desorden de leer 1 / Bloom y Calvino tras el demonio de los clásicos

El escritor y crítico literario Harold Bloom.
Harold Bloom

EL DESORDEN DE LEER 1

Bloom y Calvino tras el demonio de los clásicos

El crítico estadounidense y escritor italiano son dos grandes guías para saber qué no hay (todavía) en sus bibliotecas


Juan Cruz
20 de marzo de 2020


Harold Bloom escribe sobre sus clásicos con la pasión desenfadada con la que Pauline Kael escribía sus críticas de cine. Su libro Cómo leer y por qué leer no aspira a ser un canon (ya había hecho El canon occidental, también en Anagrama), sino una carta de batalla sobre sus sucesivas pasiones, entre las cuales están en lo más alto William Shakespeare y Miguel de Cervantes. Italo Calvino (Por qué leer a los clásicos, Siruela) tiene las herramientas del periodismo editorial, o al menos la misma posibilidad de despachar su escritura con los mecanismos de las contraportadas, pero es mucho más complejo, menos entretenido, excepto cuando explica, precisamente, qué son los clásicos.



Bloom y Calvino tras el demonio de los clásicos


Bloom se entretiene con Shakespeare y Cervantes como si fueran parte de una disputa de póker o de envite. A los dos les desnuda la escritura e incluso el cuerpo, no sólo como autores sino como personajes, como seres humanos cuyos textos transpiran la exudación de sus experiencias. A los dos les adjudica un arte mayor (según él) de la literatura, la ironía. Calvino es más esencial, más circunspecto, como Cesare Pavese, por cierto, que es uno de los personajes de su propio canon.
Calvino tenía iguales materiales que Natalia Ginzburg (Pequeñas virtudes, Alcantilado) para contar cómo era el autor de La luna y las hogueras. Pero mientras ella regresa “a la ciudad que amaba nuestro amigo” para contar cómo se parecía Pavese a Turín (“laboriosa, ceñuda en su actividad febril y terca, y, al mismo tiempo, apática y dispuesta a holgazanear y a soñar”), Italo Calvino rastrea en la escritura propia del ascetismo pavesiano “el tejido de signos visibles, de palabras pronunciadas”, para decir que “cada uno de esos signos tiene a su vez una faz secreta (un significado polivalente o incomunicable) que cuenta más que la faz evidente”. El “verdadero significado” de esos signos, al fin, “está en la relación que los vincula con lo no dicho”.
Lejos de esa solemnidad clásica a la que se aplica Calvino (que escribe en los años 80), hay que decir que Bloom se vale del desenfado que los años 2000 abrieron la puerta de salida a la pedantería de los estructuralismos, así que aborda lo que escribieron los clásicos viejos o nuevos (Marcel Proust, James Joyce, o los ya citados e indiscutibles maestros de la historia de la creación literaria) como si fueran amigos de juegos, a los que incluso les halla trazas de parentesco, pues ya se sabe que el personaje principal de Joyce también se apellidaba Bloom.



Bloom y Calvino tras el demonio de los clásicos


Para llegar a ello, a esa sencillez de tertulia amistosa, el profesor norteamericano (harto, como dice, del lenguaje de las clases) le hace caso a su maestro Samuel Johnson, y se limpia la cabeza de “tópicos seudointelectuales”. Así, vuelve a los libros de los que se vale para explicar “cómo leer y por qué” con igual entusiasmo que el que le asistía al leer de joven. “Lo triste de la lectura que se realiza por motivos profesionales es que sólo raras veces revive uno el placer de leer que sintió en su juventud”.
Bloom leía a Cervantes, a Dickens, a Dante, a Cervantes para conocer gente, aunque “el motivo más profundo y auténtico para la lectura personal del tan maltratado canon es la búsqueda de un placer difícil”. Mientras que Italo Calvino… He aquí el argumento del imprescindible autor de Por qué leer a los clásicos: “La única razón que se puede aducir [para explicar por qué hay que leer a los clásicos] es que leer a los clásicos es mejor que no leer a los clásicos”.
Y, puestos a seguir a Calvino, es mejor leerle a él y leer a Bloom que no leerles. En el caso de estos dos libros, porque si no los leen se perderían ustedes dos buenas ocasiones para saber qué no hay (todavía) en sus bibliotecas.


IMPRESCINDIBLES


Italo Calvino
Ovidio
Joanot Martorell
Voltaire
Dickens
Flaubert
Mark Twain
Jorge Luis Borges
Montale
Pasternak
Robert Louis Stevenson
Cesare Pavese 
Harold Bloom
Turguéniev
Chéjov
Maupassant
Thomas Mann
Nabokov
Twain 
Borges
Cervantes
Shakespeare
Dickinson
Emily Brontë
Henry James
Proust




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