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viernes, 17 de abril de 2020

Rubem Fonseca / Bajas pasiones

Rubem Fonseca

Rubem Fonseca

Bajas pasiones


E. DOBRY 7 FEB 2004

El brasileño Rubem Fonseca, premio Juan Rulfo en 2003, estructura este libro a partir de relatos desaforados y abiertamente escatológicos. Una especie de parada de los monstruos que va conformando el retrato de una gran urbe poblada por seres enfermos de soledad.
Tras cuarenta años de actividad literaria, con multitud de títulos publicados -son especialmente conocidas sus excelentes novelas policiales, como El gran arte (1983) y Bufo & Spallanzani (1986), muchas veces reeditadas-, Rubem Fonseca (Minas Gerais, 1925) se regala esta curiosa compilación de apuntes escatológicos. Si Fonseca fuera un pintor, el libro equivaldría a una muestra de obra sobre papel: croquis, bocetos, alguna pieza más completa que, en su modesta envergadura, deja ver la mano experta que la trazó. Adusta armazón retórica -o, mejor dicho, un desarrollo que evita los adornos-, escasa descripción de personajes o ambientes; varios de los cuentos ni siquiera tienen un auténtico desenlace. Cosa que, por otra parte, sería equivocado atribuir a descuido o pereza: al contrario, es el gesto deliberado de un escritor que muestra, en ese mismo movimiento, sus propias "secreciones, excreciones y desatinos". Una permisividad no del todo impúdica que hermana al autor con sus personajes para divertirse con ellos.



SECRECIONES, EXCRECIONES Y DESATINOS

Rubem Fonseca
Traducción de Basilio Losada
Seix Barral. Barcelona, 2003
159 páginas. 15 euros
El primer cuento, Copromancia, además del mejor y más acabado, sirve de manifiesto para el conjunto; se abre con estas palabras: "¿Por qué Dios, el creador de todo lo que existe en el Universo, al dar existencia al ser humano, al sacarlo de la Nada, lo destinó a defecar?". El protagonista, encantado con sus propias heces, se dedica no sólo a registrarlas en un diario según sus características (peso, color, olor), sino que aprende además a adivinar el futuro en el dibujo que dejan en la taza. A partir de entonces el libro se va poblando de mujeres acomplejadas por sus pústulas o sus alocados periodos menstruales, de hombres jorobados que desarrollan una extraordinaria sensibilidad poética, de individuos que compran microscopios para deleitarse en el movimiento de sus espermatozoides, desarrollando, de paso, una desenfrenada afición al onanismo. Hay violadores y asesinos, investigadores privados que ocultan a su cliente las infidelidades de la esposa vigilada, acomplejados de toda clase, maniáticos de especies diversas con especial talento para el juego sucio, en todos los sentidos del término.
El carácter agresivo de la vida urbana -la de un Río de Janeiro vislumbrado con trazos mínimos, por antonomasia de cualquier gran ciudad occidental- y la patética soledad que sobrelleva buena parte de sus habitantes está siempre en el trasfondo. Pero Fonseca aplica un tono de calculada distancia, de una desdeñosa ironía que vuelve ligero lo que se insinuaba grave y lo sustrae tanto a la compasión como a la condena. La agitada troupe de este libro no sería entonces ni más rara ni amenazante que cualquiera de las que vemos todos los días en la calle y en los diarios. El resultado es desigual, pero no carece de interés; por su originalidad y porque, en momentos diversos, aparecen esos destellos de sutileza e inteligencia que sólo permite un despojamiento pleno de recursos.


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