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miércoles, 19 de febrero de 2020

Guzel Yájina / “La época estalinista esconde respuestas sobre la Rusia actual”




Guzel Yájina. Foto: Basso Cannarsa

Guzel Yájina: “La época estalinista esconde respuestas sobre la Rusia actual”

La escritora rusa publica en España Zuleijá abre los ojos (Acantilado), la historia de una mujer que busca la libertad y construye una nueva vida en medio de la trágica Unión Soviética de los años 30.
Andrés Seoane
2 de septiembre de 2019

Zuleijá es una campesina tártara que en plena década de los 30 todavía vive en la Edad Media. Jamás ha abandonado el oscuro y aislado mundo de su aldea natal, donde el trabajo extenuante es el pan de cada día, es constantemente oprimida y maltratada por su marido y combina la fe en Alá con un mundo mitológico de geniecillos y espíritus. Pero este estilo de vida secular termina el día en que los soldados soviéticos de la deskulakización, el movimiento de expropiación de tierras de campesinos llega a su aldea y mata a su marido. Deportada a Siberia, a más de 4.000 kilómetros de su hogar, Zuleijá enfrenta una serie de eventos trágicos que llevan inesperadamente a su liberación interna y un inmenso cambio personal.
Enmarcada en la actual corriente de la literatura rusa de ahondar en el pasado más oscuro de la época soviética, Zuleijá abre los ojos (Acantilado) es una epopeya sobre la superación personal y la supervivencia en condiciones imposibles que combina una prosa vivaz y poética con la inmensa perspicacia psicológica de la gran tradición novelística rusa. Su autora, Guzel Yájina (Kazán, 1977), que logró con este debut los más prestigiosos premios nacionales, el Gran Libro y el Yásnaia Poliana, además de ver su obra traducida a más de 30 idiomas y a punto de pasar a la gran pantalla, inspiró el relato en las historias de su abuela, que fue una de los seis millones de deportados a estos primitivos gulags.
Pregunta. Esta historia se inspira en los relatos de su abuela, ¿cómo nace el personaje de Zuleijá y por qué decide contar esta historia?
Respuesta. En los años 30 comenzó en la Unión Soviética la gran lucha contra la población agrícola, la colectivización, que consistió en quitarles las tierras a los campesinos propietarios, los juláks, y alejarlos de sus pueblos natales. La geografía de este destierro fue muy amplia, desde los desiertos de Kazajistán hasta Siberia, lugares todavía no aptos para la vida donde tenían que comenzar todo de nuevo. En total, pasaron por estas poblaciones seis millones de personas, y una de ellas fue mi abuela, que entonces era una niña de siete años. Ella creció en uno de esos pueblos siberianos y regresó a casa 16 años después. Algo de sus memorias está en el libro.
«Mi abuela fue una de las seis millones de personas que fueron deportadas en esos años. Algo de sus memorias está en el libro»
Pero no todo, ya que Yájina no quería narrar la historia de una niña, sino la de una mujer que obtiene, contra todo pronóstico, la oportunidad de vivir una vida completamente distinta. “Al principio de la novela Zuleijá vive en un pasado arcaico y oscuro, es poco menos que una sirvienta o una esclava. Pero se ve obligada a trasladarse físicamente en un recorrido de más de 4.000 kilómetros, desde las orillas del Volga hasta Siberia”. Y por supuesto, no es un traslado solamente físico, sino también mental, es el tránsito del pasado al presente. “Mientras viaja, por las grietas de las paredes del vagón de tren ve el gran mundo que está ahí y se convierte en una persona distinta. Quería unir en la novela una historia sobre los acontecimientos históricos, la colectivización y la vida en estos asentamientos junto con el destino de una mujer, su metamorfosis psicológica en busca de la libertad”.
P. ¿Cómo le afecta este cambio tan abrupto de su mundo mitológico y medieval a la modernidad?
R. En realidad, esta metamorfosis ocupa los 16 años de la historia, porque a lo largo de la novela, Zuleijá tiene que afrontar varias preguntas, las mismas que han de afrontar las mujeres de hoy. ¿Cómo vivir con un marido que no te quiere? ¿Qué hacer si te has enamorado de un enemigo? ¿Puede una sacrificarse por su hijo y hasta qué punto se puede llegar en este sacrifico? Y después, cuando crece, ¿se le pueden pedir cuentas por este sacrificio? Ésta es la pregunta básica y se relaciona con la búsqueda de la libertad que ella desarrolla. Al final, toma la decisión de dejar marchar a su queridísimo hijo y de este modo cede la libertad al ser querido. Declina el derecho de propiedad sobre otro ser vivo, este crío al que ha dedicado su vida, y así se convierte definitivamente en otra persona.
P. Zuleijá es una heroína feminista que pasa de una sociedad patriarcal a otra comunista donde en principio hombres y mujeres son iguales. ¿Esto era así realmente y ha trascendido a la Rusia de hoy?
R. En lo que se refiere a la igualdad, fue así. En mayo de 1917 las mujeres rusas recibieron oficialmente el derecho a voto, de las primeras de Europa, porque la idea de igualdad total, incluida la de sexos, era una de las piezas básicas de la ideología soviética. Además, hay que pensar que, por motivos históricos como las guerras mundiales, la larga guerra civil y las purgas de Stalin fallecieron millones de hombres y su lugar fue ocupado por las mujeres. Es decir, la cuestión de igualdad de sexos en la URSS fue resuelta y la emancipación llegó a su culmen. Esto coincide con mi historia familiar, pues mi abuela, que se fue al destierro siendo una niña analfabeta que sólo hablaba tártaro, regresó con un ruso perfecto, una formación como profesora y zapatos de tacón. Y hoy en día, todo continua igual. Yo he tenido una infancia soviética, en los 90 era una adolescente y a principios de los 2000 trabajé en el campo empresarial. En los últimos 4 o 5 años he escrito dos novelas y he entrado en el mundo literario, y en este recorrido jamás he visto la represión del sexo femenino de ninguna forma. Aunque persiste el concepto de mujer objeto, evidentemente.
P. Esta historia se mueve en un contexto tártaro, una de las culturas seculares que fue reprimida en época soviética, ¿cuánto de ello ha resistido a la URSS hasta hoy?
«En el punto limítrofe entre la vida y la muerte, las cosas superficiales como idiomas, religiones, creencias… desaparecen. Solamente queda el ser humano intentando sobrevivir»
R. La relación entre el concepto de Unión Soviética y las culturas nacionales ha sido, digamos, complicada. Según Lenin, la Rusia zarista era una cárcel de los pueblos y, por lo tanto, en los primeros años de la joven URSS se llevaron a cabo ciertos intentos de liberarlos. Se apoyaban las culturas e idiomas nacionales y fueron declaradas las repúblicas autónomas, como la de Tartaria o de los Alemanes del Volga. Por supuesto esta autonomía era más bien nominal, pero existía el concepto. Con el tiempo, esos procesos de apoyo a las culturas nacionales se fueron mitigando en favor de la cultura y el idioma rusos. Yo nací en 1977 y aprendí el tártaro gracias a mis abuelos, pues la lengua principal de mis padres ya era el ruso. Pero los jóvenes de hoy en día en Tartaristán hablan tártaro mucho mejor que yo a su edad porque en los años 90 se dio la resurrección de estos sentimientos nacionalistas que puede verse hoy en todo, desde los nombres de las calles hasta los medios de comunicación.
P. Su novela comparte rasgos con las grandes novelas rusas del XIX y principios del XX, ¿la novela rusa actual tiene continuidad con la tradición?
R. Está claro que hay una continuidad, un desarrollo, porque todos salimos de los grandes nombres, son como pequeños ladrillos que nos construyen a cada uno de nosotros. En mi caso, la influencia de autores como Bulgákov, Dostoievski y Gógol está muy presente. Sin embargo, quiero apuntar que en los últimos años en Rusia está aumentando el número de libros extranjeros, porque el lector de allí lee muchos más libros traducidos que un lector británico o estadounidense. Para mí, personalmente como lectora, estos libros han sido el mayor acontecimiento literario de los últimos años, por ejemplo, Las benévolas de Jonathan Littell o El ruido del tiempo de Julian Barnes.
P. La historia ha tenido gran éxito y repercusión en multitud de países, ¿qué la hace una historia tan universal?
R. Jamás podría inventar algo más alejado de los intereses de un chino o un estadounidense que la historia de la vida de una tártara de hace un siglo. Por ello, creo y espero que sea la parte humana de la historia la que conecta con los lectores. Quería escribir una novela a un tiempo histórica y atemporal, que el marco histórico permita acercarse a la tragedia de los kuláks desterrados, pero que también fuese un relato donde se vea la capacidad de la gente de unirse, permanecer juntos y salvarse entre ellos. En este pueblo en medio de la nada se unen personas muy distintas de diferentes nacionalidades, idiomas, religiones, de capas sociales distintas… pero no tienen otra que vivir juntos, porque a dos pasos del pueblo está la muerte. Y en el punto limítrofe entre la vida y la muerte, todas estas cosas superficiales como idiomas, religiones, creencias… desaparecen, solamente queda la gente, el ser humano, que quiere sobrevivir.
«La construcción del comunismo y el socialismo es más una historia humana que política»
P. ¿Cree que se ha visto igual en el extranjero que en Rusia, puede ser así?
R. No, la lectura que se saca en diferentes países es, por supuesto, muy distinta. Por ejemplo, en los países de la antigua órbita soviética, Chequia, Polonia, Letonia… no tengo que explicar detalles históricos, porque son comunes, la gente se acuerda de historias similares ocurridas a sus familias ya que la construcción del comunismo y el socialismo es más una historia humana que política. En los países de oriente, por ejemplo, en Irán, en un coloquio que tuve, encontramos de pronto coincidencias mitológicas, las mismas referencias culturales que hay en Tartaria, porque la mitología tártara, bebe de la persa. Ahí no tuve que explicar nada sobre los mitos básicos en los que se apoya el libro, porque son leyendas coránicas o zoroastrianas.
Tras la historia de Zuleijá, la escritora ha publicado otra novela todavía inédita en castellano, Los hijos del Volga, donde narra la historia de las comunidades alemanas que se asentaron durante siglos a lo largo de este río y en época soviética constituyeron la República Autónoma de los Alemanes del Volga, eliminada por Stalin en 1941 tras la invasión alemana de la URSS. Yájina, siguiendo una corriente actual en su país, siente la necesidad de explorar estos años del más crudo estalinismo pues considera que “en aquella época se esconden las respuestas de varias preguntas sobre nuestro presente actual”. Lo que le llama es un interés privado que a la vez es común a todos los rusos, saber “qué les ocurrió y cómo fue la vida de mis abuelos. La generación de quienes nacieron en los años 10 o 20 tiene en Rusia el nombre de generación callada, porque les cuesta mucho hablar de su adolescencia, de su juventud, que coincidió con los años realmente horrorosos de la historia soviética”.
«En la historia de Rusia y de la URSS ha habido muchos traumas que no se han podido hablar y por tanto todavía no se han curado»
“Por mucho que le pidiese a mi abuelo”, recuerda, “jamás me habló de los 4 años que pasó en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial. Este silencio generacional es probablemente el intento de protegernos a sus descendientes de ese terror, de una época donde la información era a menudo peligro”. Por eso, cree que, investigando los hechos de aquel periodo, tratando de comprender, quizás se pueda acercar a esta gente que para ella como para muchos rusos “sigue siendo un enigma».
P. Últimamente, muchos escritores rusos están buceando en este pasado concreto, ¿falta memoria, puede la literatura suplirla y crearla?
R. No crearla, sino recrearla. Ésta es una de las funciones de la novela histórica, acercarse a las raíces, a los que eran tuyos antes de ti. Y la otra función, por supuesto, es terapéutica, en relación a todo el país. Porque en la historia de Rusia y de la URSS ha habido muchos traumas que no se han podido hablar y por tanto todavía no se han curado. El conocimiento de este pasado interpela al presente porque nos da fuerza para vivir. No se puede decir que nos ayudará a orientarnos al 100 %, pero conocer tu pasado es apoyarte en tus propios pies. Por eso me encanta y emociona, al hablar con los occidentales, descubrir que dominan la historia, tanto privada como pública, de muchas generaciones atrás. La memoria de las generaciones que te precedieron te da fuerza para vivir y ahuyenta cierto tipo de soledad.

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