Ilustración de Rodez |
Triunfo Arciniegas
ROCA, BUKOWSKI Y PETRO
Bogotá, 11 de enero de 2020
Juan Manuel Roca, poeta y amigo, se equivoca con Bukowski y con Petro. Considera que Bukowski es malo y el otro bueno, y es exactamente al revés. Bukowski, y lo saben millones de lectores en el mundo entero, es un escritor que no se parece a nadie, un gran escritor. Salvo los últimos años, debido al milagro de las regalías alemanas, su vida fue miserable y caótica, muy tratada en su propia obra. Bukowski se encarga de las miserias de la vida, de los hombres sin esperanza y las mujeres perdidas. Escribió dos libros que se me antojan memorables, Mujeres, que retrata sin piedad la vida sexual de un hombre mayor, y La senda del perdedor, un lúcido y duro retrato de la adolescencia. Dos libros muy distintos.
Como poeta es desigual, pero qué poeta no lo es. Hasta los grandes han escrito pésimos poemas. Y si examinamos con lupa, de cada poeta quedan cinco o seis poemas que de verdad valen la pena. De Bukowski podría decirse lo mismo. Esos cinco o seis poemas existen. Escribió poesía a chorros. Iba donde lo invitaran por unos cuantos dólares, se emborrachaba y leía. La gente andaba loca con sus textos. Todavía anda loca. Bukowski es un escritor, sobre todo, para gente joven.
Petro es un político colombiano con una desmedida ambición por el poder. Egocéntrico como nadie, orgulloso y altanero. Navarro Wolf dice que él mismo es su propio enemigo. Petro dirige el odio y el rencor como lo hacía Chávez, su maestro: ambos expertos en manejar pasiones, ambos consumados estrategas. Petro fue guerrillero, es decir, que alguna vez consideró llegar al poder a sangre y fuego. Tal como lo intentó el mismo Chávez, que terminó transformando el país más rico de Latinoamérica es el más miserable y corrupto. Tal como lo hicieron los Castro con Cuba, donde construyeron un régimen de hambre y represión de más de sesenta años cuyo fin aún no se vislumbra. Como opositor, papel que domina a cabalidad, Petro denuncia crímenes, y con razón, porque el nuestro es un país de espanto, pero se olvida que su movimiento, el M19, es responsable del holocausto del palacio de Justicia. Denuncia la corrupción, tan obvia y patética, pero no pudo evitarla en su alcaldía. Por cierto, como alcalde de Bogotá fue un desastre. Dio a conocer el cobre. Se comportó como un déspota. Petro es un tramposo. Experto en verdades a medias. Ni la gente de izquierda quiere trabajar con él. Cuando fue candidato a la presidencia de Colombia le hicieron jurar ante unas ridículas tablas de la ley en la misma Plaza de Bolívar. Que no cambiaría la constitución como cualquier chavista, que no se eternizaría en el poder como cualquier chavista. Por algo le hacen jurar. Y él, cínico como es, no le importa jurar lo que sea. De todas maneras, ¿qué político cumple sus promesas? "Soy Gustavo Petro y quiero ser su presidente", dijo. Soy Triunfo Arciniegas y ni por el putas lo quiero de presidente. Perdió, por suerte. Su discurso de aceptación de la derrota parecía escrito por un argentino. Se ufanaba de habernos asustado, de que estuvo a punto de hacernos saltar al abismo. Que salte él solo, carajo, que no arrastre en su delirio a millones de colombianos, que no nos ponga a deambular por el mundo como almas en pena o como lastimosas víctimas de otro experimento del socialismo del siglo XXI.
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