Traducción de Roberto Mascaró
Oyes el estruendo de las fábricas, el estruendo de los trenes
pesadamente cargados, el tableteo de los martillos, el sonido
de acero contra acero. Oyes cómo el aire es flagelado y sube
en ondas negras que derriban muros frente a sí.
Oyes el sonido de un piano como gotas de lluvia
en techo de cristal y el sonido de flautas que no existen,
que nadie toca: es el viento en el laberinto de la ciudad,
el tono en frías trompas de Eustaquio, en espirales de caracol azules.
Es el sonido de los juncos de río y de enormes uvas
que avizoran desde la borda el navio del alba,
un tono opaco de manos cóncavas enrojecidas de frío, un silencio
gris como granito cuando los cerdos se hielan en hoyos en la tierra.
Llevando máscaras luchan los hombres como locos
entre cascadas de fuego. Las masas derretidas chapotean
en los moldes, un orgasmo entre mastodontes de acero
que arroja su semen fosforecente en el hollín.
Los labios de los hombres dejan huellas de sangre en el pan.
Como pesas de plomo a sus pies el sueño los hala
hacia abajo en abismos con sueños rojo fuego.
La mujer suspira cerrando la ventana de su espera.
¡Quién canta ahora la canción del futuro, el preñado,
el terriblemente bendito! ¡Oh idilios, ideales,
llevados por el torbellino como estampas! ¡Nadie
puede ya descansar contra el musgoso gobelino!
¡Y de qué servirá a alguien un perro a su lado!
¡Ya jamás volverá lo pasado, perdido
para siempre en el jardín, el descanso a la sombra de la cena,
oh la vieja paz perdida bajo el saúco!
El amor limpio no será jamás tuyo. Tus ojos
se volverán hacia adentro de sus cuencas sangrientas, tus intestinos
se retorcerán desesperados, pero en vano
huirás de las transformaciones de la realidad.
Chapotean los barcos
en verde sotavento de rocas,
verdes como estampas
o permanente ocaso.
Nubes pintan naufragios
en torno a velas de luz,
entre azules conchas de nubes
y capas púrpura arrugadas por el viento.
Saludan los percebes
con voraces y pequeñas manos.
Más afilados que alambre de púas
fijan sus líneas de agua,
donde las medusas se mecen
como sexos desprendidos de ahogados.
El lavado se seca en la tierra
para no ser gastado por el viento.
El humo pasa sobre la montaña
junto a un sendero de hollín.
Un muelle traiciona
bajo pálidas patas de animal,
donde las moscas gruñen
cual prisioneros en una botella.
La pradera tiene pecho de venado
de agua blancuzca brillante
y allí ha naufragado un sombrero hongo
de la juventud de un pescador.
Los garzones juegan con bejucos
mientras los hombres de la cosecha de heno descansan
y la mujer reumática
se flagela con ortigas.
En la calle del pueblo vuela la espuma
de los caballos sobre las ventanas.
En el pabellón de verano
una muchacha toca el arpa,
tan angelical con suspiros
pecho y cabello sueltos,
mientras los padres tras ella
sonríen en falsedad morena.
Sobre sus hombros parpadea
de pronto el ojo verde del faro.
Artur Lundkvist
Poemas entre Animal y Dios, 2015
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