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sábado, 21 de diciembre de 2019

Los 50 mejores libros de 2019 / Tercera parte




Jonathan Coe

40. El corazón de Inglaterra, Jonathan Coe. (Traducción de Mauricio Bach. Anagrama)


Después de retratar la Gran Bretaña de Thatcher y Blair en las aclamadas El Club de los Canallas y El Círculo Cerrado, Jonathan Coe retoma a unos cuantos de sus personajes y aborda el Brexit: esta novela contiene algunas de las mejores páginas que se han escrito sobre él, y sobre la idiosincrasia del Reino Unido que decidió votarlo. Es una novela sobre las diferencias entre la cosmopolita Londres y la región central del país, que inspiró a Tolkien la Tierra Media y el carácter casero y terco de los hobbits. También sobre cómo una generación de políticos irresponsables –niños pijos que estudiaron en Oxford y compartieron juergas desaforadas en un club clasista– llevaron el país a una fragmentación nunca vista y a un clima de tensión que desembocó en el asesinato a manos de un exaltado de una joven diputada laborista, madre de dos hijos. Es, en definitiva, una de las radiografías más lúcidas, ácidas y desternillantes de la sociedad británica contemporánea.



Rechazado por todas las editoriales londinenses, Benjamin Trotter se ve obligado a publicar su novela en la de su amigo Phil (especializada en evocaciones sentimentales de la historia local) y, a sus cincuenta años, vive un inesperado lance amoroso con una ex compañera de colegio que incluye una tronchante escena de cama (o más bien de armario); Colin, su anciano padre, no entiende por qué la industria británica se ha ido al carajo; a su sobrina Sophie, profesora universitaria, un comentario inofensivo a una estudiante transgénero le cuesta un expediente; Doug mantiene un romance con una diputada tory y periódicas citas con un colaborador de David Cameron que le filtra informaciones delirantes sobre el referéndum del Brexit; Charlie se gana la vida haciendo de payaso en fiestas infantiles…



Todos ellos se mueven en una Inglaterra partida por la mitad, corroída por el racismo más o menos larvado, el resentimiento de clase y el miedo al futuro, sobre la que Coe ha escrito una fabulosa novela coral.







41. Vivir abajo, Gustavo Faverón Patriau. (Candaya)


Los torturados que torturan


El filósofo y escritor peruano Enrique Prochazka reseña la más reciente novela de Gustavo Faverón Patriau.
Gustavo Faverón Patriau (Lima, 1966) es un “intelectual peruano” –un anacronismo o un oxímoron en un país con lectoría extremadamente baja, poco inclinado al debate racional y donde la sombra de su único Nobel ha poco menos que esterilizado el suelo en su derredor para dos generaciones–. Faverón publicó en 2010 El anticuario, novela mayor que, sin hacerlo explícito, discurría en torno a tragedias personales y sociales resultantes del conflicto armado interno en el Perú en los años 80. Aún más ambiciosa en su concepción, Vivir abajo aborda aspectos muy extraños, patológicos, de los escenarios de la violencia en Latinoamérica del final del siglo pasado, y de la presencia norteamericana en esa violencia.
El primer narrador es un joven humanista que investiga los filmes realizados por cierto George Bennett desde 1992. Confusamente al inicio (aquí la suposición de que el autor tiene un plan para lo que hace, finalmente paga) el libro presenta lo que semejan ser las notas de un periodista, salpicadas de una dolida historia personal. Pronto se ve que el investigado es a su vez un investigador: el narrador hurga en el pasado de una persona –Bennett– que ha estado hurgando en el suyo propio, en ambos casos para tratar de entender un acto horroroso que, vamos comprendiendo, devendrá en un horror genérico, atmosférico... La trama policial pronto pasa a segundo plano; es sólo un marco que se irá resolviendo a sí mismo mientras los aspectos sicológicos y patológicos se inflaman e involucran la credibilidad de los sucesivos narradores, que saltan de limitados a omniscientes y viceversa, de una manera funcional al carácter obsesivo y anhelante que la compleja trama requiere. El lenguaje también sufre sobresaltos: los símiles inaplicables, las metáforas disparatadas se ajustan a esa atmósfera de pesadilla gótica erizada de espejismos y plot twists.
Fue Jung quien observó que son los torturados los que torturan. Cineasta, torturador y asesino, George descubre que su padre, un agente de la CIA experto en el diseño de prisiones, viajó muchas veces de Nueva Inglaterra a Sudamérica durante los años 70, a colaborar con las dictaduras militares de la época, a su vez asesoradas por nazis. En una historia paralela conocemos a Clayton Richards, un académico norteamericano que comparte con su segunda esposa la casa de donde fue secuestrada y asesinada su primera familia. Clayton, exsoldado, narra experiencias atroces en los Balcanes durante la Segunda Guerra Mundial. Inexplicablemente recibe de Valparaíso un río de novelas disparatadas que comparte con su esposa peruana. Ella, a su vez sobreviviente de un trauma, las comparte con el joven cineasta George Bennett, vecino y amigo de la pareja. La complejidad de las tramas y la poca claridad acerca de quién está narrando qué –algunas escenas son contadas desde más de un punto de vista– hace extrañar un diagrama como el que acompaña a muchas ediciones de Cien años de soledad...
La novela acude continuamente al arte –el cine, la poesía– en busca de sustrato, de materia: a veces hasta el exceso. Un cuadro de El BoscoLa extracción de la piedra de la locura, parece guiar los actos del torturador; como en 1984, en Vivir abajo hacer sufrir al otro demuestra poder, genera una estética del tormento que guía a su vez una idea política. Faverón antologó en Toda la sangre (2006) el compromiso asumido por decenas de escritores peruanos ante el problema del conflicto interno y la violencia social en el Perú. En una novela donde aparecen Stroessner, Pinochet y Guevara, los narradores desplazados o traslapados recuerdan la historia de nuestras frágiles narrativas –y reconciliaciones– posconflicto. En el latín originario, tortura es el participio pasado de torquere, torcer: ya sea el brazo, el cuello o la historia. El villano pasa por ser el héroe, pero ya se sabe que no hay héroes, sólo maneras diferentes (y acaso sucesivas) de vivir atormentado.
Vivir abajo es una elaborada matrioshka que logra hacernos dudar acerca de cuál muñequita es interna, cuál externa, cuál intermedia: y aunque el final incurre en algún ex-machina, ello vuelve a la historia disparatada pero no más increíble que nuestra realidad regional. Faverón puede decir de sí mismo lo que dijo Piranesi ante sus críticos: que ha ejercido “quella pazza libertà di lavorare a capriccio”; que ha procedido con la certeza de que el fin del arte es que ese capricho personal se encarne en las grandes heridas aún sangrantes. Una gran novela.



42. Cuentos completos, Hebe Uhart. (Adriana Hidalgo Editora)

Hebe Uhart (Moreno, Provincia de Buenos Aires, 1936 – Buenos Aires, 2018) ha llevado una vida escribiendo y publicando, desarrollando una obra que es un modo de mirar, de ser y estar en el mundo. La suya es una escritura que se abre al asombro por los misterios del mundo, de las relaciones, de lo que crece o decae, de lo que muda.

La presente edición incluye todos sus volúmenes de cuentos: ‘Primeros cuentos’, ‘El budín esponjoso’, ‘La luz de un nuevo día’, ‘Guiando la hiedra’, ‘Del cielo a casa’, ‘Turistas’, ‘Un día cualquiera’ y otros cuentos dispersos y breves. En su narrativa no hay solemnidad ni simpleza, sino una inteligencia penetrante, aguda, sin sarcasmo, nunca condescendiente pero sí bañada de comprensión y gentileza. Una especie de igualitarismo primordial en donde cualquier cosa, cualquier ser, es digno de atención y de volverse interesante. Su humor siempre presente es el de quien vive a fondo un momento de hallazgo para seguir buscando. Hebe Uhart cuenta lo que ve y lo que oye y una importante zona de su obra tiene que ver con su experiencia, con la biografía de una niña descendiente de italianos y de vascos, criada en un pueblo de la provincia de Buenos Aires -Moreno-, de una adolescente disconforme, de una joven maestra de escuela pueblerina y estudiante de Filosofía en la capital. Pero su modo de narrar la experiencia está muy lejos de la «literatura del yo» o de la «autoficción» tal como hoy se la practica. Esa exploración a fondo de la propia historia, de la familia y los vínculos más cercanos, es también la de la relación con los objetos y las actividades cotidianas. Su narrativa además se abre a otras zonas de la experiencia: los trabajos, la vida social, las discusiones sobre temas diversos, las relaciones amistosas o de pareja, el vínculo con el reino vegetal y animal, las rutinas domésticas y los viajes.

OCIO
43. Días temibles, A. M. Homes. (Traducción de Andrés Barba. Anagrama)
44. Seguir con el problema, Donna J. Haraway. (Traducción de Helen Torres Consonni)


45. Tus pasos en la escalera, Antonio Muñoz Molina. (Seix Barral)


Una inquietante novela de suspense psicológico.
Un hombre anticipa con ilusión el momento de reunirse con su esposa mientras ultima los preparativos de su nuevo hogar en Lisboa. Atrás queda una etapa de sus vidas en Nueva York marcada por el indeleble recuerdo del 11-S. Él se adelanta con la mudanza mientras Cecilia organiza el traslado de su proyecto científico sobre los mecanismos neuronales que rigen la memoria y el miedo.


Un tranquilo barrio de Lisboa ofrece la promesa de un futuro que él se esmera en preparar con minucioso detalle. Pero incluso el refugio buscado y la rutina más apacible pueden resultar desconcertantes cuando la sospecha de una amenaza incierta altera su espera.



Tus pasos en la escalera es una novela de suspense psicológico en la que la memoria, la razón y el miedo son los elementos que determinan la realidad tangible. Sutil y progresivamente Antonio Muñoz Molina muestra que sometida a la lente de un microscopio, la realidad desvela fisuras que pueden derrumbar lo que con tanto cuidado nos hemos contado sobre nuestras vidas.




46. La ladrona de fruta, Peter Handke. (Traducción de Anna Montané. Alianza)


Por muy desolador que se muestre el panorama literario, de repente aparece un libro como La ladrona de fruta, de Peter Handke, y depara una gran experiencia lectora. Su Viaje de ida al interior del país (así el subtítulo), que acompaña a una joven francesa durante tres días por la periferia de París a la región de Picardía, lleva al lector por caminos poco trillados, en la ciudad y en el campo, a conversaciones con indigentes, vecinos de barrio humilde e inmigrantes, a encuentros con gatos y ranas, a cosechas furtivas en huertos de fruta y avellanos, y se desvia gustosamente una y otra vez, para sentir y observar y pensar. Y para narrar una historia, la propia historia, que puede llevar a grandes descubrimientos: “Qué facil había salido de sus labios el relato. Por primera vez, hablando, había descubierto lo que había vivido y cómo lo había vivido, y quién y cómo era ella de verdad. Durante aquella hora había llegado a ser otra. No, la que era”

También esta última gran narración de Peter Handke —así al menos la anunció— prescinde de una trama reconocible y avanza zigzageando. Desde sus inicios, sus novelas se oponen al mainstream narrativo y se proponen despertar en el lector una nueva percepción. “Con este objetivo logra cargar incluso los más nimios detalles de significado explosivo”, resalta el jurado de la Academia Sueca. Tenga por seguro el lector dispuesto a seguirle en esta aventura —entrando en cada episodio, deteniéndose para saborear peras, bayas de enebro o incluso hayucos— que se verá compensado inmensamente.


Pues La ladrona de fruta constituye un verdadero canto a la narración y su milenaria tradición, especialmente a las gestas medievales y a los cantos de los trovadores alemanes: seduce por su riqueza verbal, intriga por la imprevisibilidad de sus peripecias, diverte con su ironía, sus mil guiños de ojo literarios, y conmueve con su profundo conocimiento humano y la belleza de sus escenas de naturaleza. El jurado del Premio Nobel señala en su decisión explícitamente La ladrona de fruta y su “aguda percepción del paisaje”.
En esta novela existen todavía paisajes y nos hablan con voz propia. Paisajes urbanos se alternan con paisajes del noroeste de Francia. Y Handke es capaz de relacionar la experiencia de la naturaleza con una experiencia espiritual, sin volverse místico; simplemente, hace comprender que el momento de un baño espontáneo en un ríachuelo puede producir una transformación en el cuerpo y alma del que se está bañando. “Nadando así en el río, dejándose llevar, poniéndose de pie con el agua cubriéndole hasta los hombros, llegó también al tiempo que no se podía contar, y que, sobre todo, no necesitaba ser contado, un horizonte diferente. Ella estaba atenta, uno estaba atento de un modo tan diferente, y atento a otras cosas”.
Quien cuenta el viaje de esta muchacha fabulosa en el sentido literal de la palabra, porque es fuerte y valiente como una guerrera y al mismo tiempo pura y dulce como una santa, es, al principio, un alter ego del autor que vive y trabaja en circunstancias muy similares a las de Peter Handke. Pero pronto cambia de identidad y se parece a un juglar moderno y autoirónico que comenta con penetrante insistencia la historia, mediante exclamaciones, consejos y todo tipo de preguntas e interrogantes. Y aunque resulte irritante en su continuidad, con este cuestionamiento de los pensamientos, palabras o acciones de su muchacha andante, Handke se asegura que cada situación mantiene la tensión.
Esto por un lado. Y por el otro, que el conjunto nunca se vuelve estático. El movimiento dialéctico es un recurso retórico característico para la obra de Handke desde hace años. Las preguntas y las negaciones de lo recién afirmado conforman un discurso deliberadamente contradictorio. También aquí constituyen un desconcertante elemento dubitativo, que procura a la novela una provechosa permeabilidad. No cae nunca en la tentación de propagar verdades; ni de idealizar a su protagonista, contradictoria hasta lo grotesco, como corresponde al cuento y a la gesta medieval.
A pesar de su doble o triple armamento dialéctico, de todos modos, La ladrona de fruta es un libro ligero y gozoso, al menos en la primera mitad. Peter Handke ha presentado su texto narrativo más fluido, casi se diría amable, si no fuese por la gravedad de las escenas de expulsión social o de profunda soledad en las que se presentan la mayoría de los personajes.
Gran parte del mérito de su legibilidad, en todo caso, se debe a la magnífica labor de su traductora Anna Montané. No sólo ha salido al paso de las múltiples creaciones verbales del autor, ha aclarado en escuetas notas al pie de página las alusiones literarias, ha encontrado un sinfin de soluciones acertadas, sino ha sabido dar a la perfección con el tono handkeano. Su lúcida nota final expone, además, brevemente las claves de la obra de Handke al lector no familiarizado con ella.

Cecilia Dreymüller


47. La suerte de Omensetter, William H. Gass. (Traducción de Ce Santiago. La Navaja Suiza)


William H. Gass
A finales del siglo XIX, el pueblo de Gilean, en el estado de Ohio, recibe a una familia de forasteros, los Omensetter. Desde el primer momento, sus habitantes admiran la magnética personalidad del cabeza de familia, Brackett, y la suerte que siempre parece acompañarlo. Sin embargo, su llegada no es bien acogida por todos. El reverendo Jethro Furber, en pleno proceso de degradación mental y espiritual, centra su odio en Brackett Omensetter.
Una muerte acelera el enfrentamiento entre los dos hombres, narrado por medio de distintas voces que son testigos fieles de una brillante disquisición sobre la muerte y el sentido de la vida, sobre el bien y el mal. La suerte de Omensetter fue catalogada desde su publicación en 1966 como una novela cumbre de la narrativa estadounidense. David Foster Wallace la consideraba una de sus obras favoritas de todos los tiempos, y Susan Sontag siempre recordaba su admiración por William Gass y por este libro, que describía como perfecto y extraordinario.

«William Gass ha escrito un libro extraordinario, impresionante y hermoso»
Susan Sontag

48. Una leve exageración, Adam Zagajewski. (Traducción de Anna Rubió Rodón y Jerzy Sławomirski. Acantilado).

Una leve exageración, la obra más personal de Zagajewski, no es una autobiografía al uso, sino un texto digresivo, aforístico, una suerte de dietario sin orden cronológico en el que el poeta comparte con el lector episodios de su historia personal—de la Segunda Guerra Mundial y la deportación de su familia tras la ocupación de Polonia al funeral de Joseph Brodsky en Venecia—entrelazados con impresiones sobre la historia de Europa, la guerra y la ideología, así como la literatura y el arte que más han marcado su trayectoria. «“Una leve exageración” es, de hecho, una buena definición de la poesía […] La poesía es una leve exageración mientras no hacemos de ella nuestro hogar, porque entonces se vuelve realidad. Y luego, cuando la abandonamos—porque nadie puede morar en ella siempre—, vuelve a ser una leve exageración». Y es que, para Zagajewski, la poesía es ese ligero desplazamiento de lo real que permite transmutar la vida en arte.

Comentarios de la prensa

«Zagajewski no tiene miedo a las grandes palabras como Dios, el Arte o la Verdad. Lejos del relativismo y el escepticismo, proclama su fe en la belleza, la ternura y la solidaridad. No elabora un discurso teórico, sino un largo poema en prosa que elude la solemnidad y el hermetismo. Una leve exageración es una autobiografía espiritual, testimonio de que no es posible vivir humanamente sin preguntarse con temor y temblor qué es la verdad y qué es la muerte».

Rafael Narbona, El Cultural

«Todos los escritores a quienes nos preocupa lo que ocurre en el mundo deberíamos seguir el ejemplo de Zagajewski».

Richard Ford

«Un dietario misceláneo y heterogéneo con la experiencia y memoria de Adam Zagajewski como asideros».

Toni Montesinos, La Razón

«Un libro de género inclasificable donde se funden textos digresivos, aforismos y guiños biográficos, en el que el autor desnuda un puñado de episodios que le marcaron a fuego. Joya literaria sin una pizca de exageración».

Gentleman


49. La biblioteca en llamas, Susan Orlean. (Traducción de Juan Trejo. Temas de Hoy)

Susan Orlean

La historia de cualquier incendio es la historia de un olvido, por eso casi nadie recuerda lo que ocurrió el 29 de abril de 1986. Aquel día la Biblioteca Pública de Los Ángeles amaneció consumida por el fuego, cuatrocientos mil libros se convirtieron en cenizas y otros setecientos mil quedaron irremediablemente dañados. Siete horas ardieron las estanterías y las mesas y los ficheros, pero ningún periódico cubrió la noticia porque al otro lado del mundo, entre los bosques densos de la Unión Soviética, ocurría el mayor accidente nuclear hasta la fecha: Chernóbil.



¿Quién querría quemar una biblioteca? ¿Por qué? Susan Orlean se hizo esas dos preguntas y al poco tiempo entendió que el fuego sería apenas un rastro, una línea punteada sobre la que dibujar su personalísima visión del conocimiento y de las personas que creen en él. La biblioteca en llamas es un homenaje a la lectura y el relato de una periodista obsesionada por encontrar al culpable de un crimen contra la memoria. Una investigación que se extendió más de una década y que a cambio nos revela personajes desopilantes, inverosímiles y tiernos.
PLANETA



50. Churchill, Andrew Roberts. (Traducción de Tomás Fernández Aúz Crítica)

Esta es, sin duda, la mejor biografía de Winston Churchill que se haya publicado. Andrew Roberts, considerado como el mejor historiador militar británico, ha podido utilizar para su trabajo una gran cantidad de documentos que ningún biógrafo había podido consultar con anterioridad, incluídos los diarios privados del rey Jorge VI, que se reunía regularmente con Churchill durante la guerra. La riqueza de la documentación que maneja permite a Roberts ahondar en la realidad humana del personaje, siguiendo su vida desde su infancia y la conflictiva relación con su padre hasta su declive, lo cual hace que el lector pueda «ver la segunda guerra mundial a través del prisma del resto de su vida».

PLANETA




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