Raymond Chandler |
El buen soldado
- Raymond Chandler
Chandler dictaba a un magnetofón cartas mientras bebía ginebra. Este volumen recoge esos escritos y ensayos que irradian carácter, sentido del humor y observaciones literarias.
Fue un personaje Raymond Chandler (1888-1959), inventor del detective privado Philip Marlowe e inventor de sí mismo en estas cartas a editores, colegas, directores de publicaciones y admiradores, pertenecientes todos a la sociedad de la literatura, aunque la profesión de escritor sea solitaria, según Chandler, que dictaba sus cartas a un magnetofón, de noche, mientras bebía solo. Bebió bastante, durmió poco, dictó miles de cartas, y luego quemó muchas de las que guardaba en sus archivos, y hubo además incendios fortuitos en archivos ajenos, y aun así muchas cartas de Chandler perduraron y son publicadas de vez en cuando en diversas recopilaciones (para ésta, la editorial española ha rectificado el título de un famoso ensayo de Chandler: El simple arte de matar). Despedido del negocio petrolífero en los años treinta, escritor entonces de cuentos policiacos para revistas baratas, fue con Dashiell Hammett el gran maestro del crimen imaginario a la americana, y Hammett es el único autor por el que Chandler muestra una admiración sin fisuras notables.
EL SIMPLE ARTE DE ESCRIBIR. CARTAS Y ENSAYOS ESCOGIDOS
Raymond Chandler
Edición de Tom Hiney
y Frank MacShine
Traducción de César Aira
Emecé. Barcelona, 2004
326 páginas. 19,50 euros
El escritor de estas cartas parece un hombre con humor y carácter, bueno. En 1940 le confesaba a su editora haber tenido mala suerte, mala salud y mala disposición durante mucho tiempo, a pesar de ser "uno de los hombres más atractivos de mi generación". Duro fabulador de asesinatos, se ve a sí mismo tímido, sensible, corrosivo, sentimental y contrario al sentimentalismo. "A mis mejores amigos nunca los he visto: conocerme en persona es la muerte de la ilusión", avisó. Bajo la maldición de una mente analítica y realista, se dividía entre Inglaterra y Estados Unidos (nacido en Chicago, hijo de madre angloirlandesa y padre americano, protestantes los dos), entre la honradez y la corrupción necesaria para vivir, entre la literatura seria y la subliteratura policiaca, distinción, a su juicio, estrictamente sin fundamento.
Inglaterra significaba una educación en latín y griego y buenos modos (la urbanidad permitiría soltar barbaridades sin recibir un puñetazo), aunque Chandler consideraba el buen inglés un idioma de clase, petrificado, horrible. Prefería el angloamericano, colapso de la gramática e inclinación lamentable a la ingenuidad amanerada, pero, en su mejor estado coloquial, fresco y lapidario como una sentencia latina o griega. En cuanto a la falsa dicotomía, que le irritaba profundamente, entre literatura seria y novela criminal, Chandler juzgaba el arte, en general, una cuestión de talento y agallas: una cosa puede suplir a la otra, pero se produce el desastre si las dos escasean.
Hollywood le dio a Chandler trabajo de guionista y una vivienda aceptable, pero Chandler descubrió un día que los gestos y trajes de los productores cinematográficos se parecían mucho a los de los mejores gánsteres. "En estos tiempos no hay forma de ser rico sin algo de corrupción", dijo. Su detective privado, Philip Marlowe, se contenta con su magra paga, hombre excepcionalmente honorable, es decir, inmaduro e inadaptado. Ser pobre es un fracaso moral, dictaminó Chandler, que consideraba imposible convivir con la corrupción sin ser un poco corrupto. Aborrecía a los abogados y los médicos, a la Iglesia católica, especialmente a la irlandesa, al comunismo y a los perseguidores de comunistas en los Estados Unidos de 1940 y 1950. En la cobardía de los estudios durante la caza de izquierdistas detectó un síntoma del estado estético del cine de Hollywood, aunque el cine fuera el único arte enteramente nuevo creado en muchos siglos.
Entendía que un escritor tiene que ser valiente. Escribir exigiría un impulso especial que Chandler -soldado valeroso en la guerra de 1914- echaba de menos en la época de las últimas cartas, cuando bebía ginebra y se inyectaba él mismo vitaminas para acabar la séptima novela de Marlowe y soportar la agonía y muerte de Cissy, su mujer, que le llevaba 20 años al escritor sesentón. Además de iniciativa e independencia, una buena novela exige, según Chandler, habilidad, percepción, ingenio y carácter para luchar por la excelencia. Es un asunto de integridad moral e intelectual, o así lo vio él para quien el estilo, lo esencial, es un efecto del sentimiento agudo e inmediato de la vida.
Tom Hiney y Frank MacShine, editores de estas Cartas, incluyen también material de juventud y un par de notas a los periódicos, en defensa de Estados Unidos y su cultura y contra la ejecución en Inglaterra de Ruth Ellis, que mató a su novio por celos, además de dos artículos, sobre la fiesta de los oscars de 1946 y sobre el bandido Lucky Luciano. La traducción de César Aira es viva, y vivida, y uno se imagina al traductor traduciendo y pensando: "Esto es exactamente lo que yo pienso".
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