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jueves, 24 de octubre de 2019

Sylvia Plath se asoma al abismo



Sylvia Plath se asoma al abismo

«Escribir es una forma de vida», anotó Plath en sus diarios, que ahora publica Alba. Además de confidencias, sueños, poemas y proyectos

Jaime Siles
2 DE ENERO DE 2017


Según Hans Rudolf Picard, el diario es un tipo de texto especial a medio camino «entre lo íntimo y lo público», que se caracteriza por la índole fragmentaria de sus observaciones y que suele hacer referencias a situaciones vitales muy concretas. Los de Sylvia Plath no transgreden estas normas, pero las amplían, al estar fechados y ajustarse a lo que Maurice Blanchot llamaba «el espejo del calendario». Y no sólo eso: dado que incluyen sueños, poemas, relatos de viajes, extractos de cartas, proyectos, etcétera, son también una «forma abierta» en el sentido que Béatrice Didier daba a estos términos. De modo que -por decirlo con palabras de Álvaro Luque- constituyen «un tipo particular de discurso» que, aunque «tiene un origen privado, se dirige paradójicamente a la misma persona que lo escribe», sin que ello impida que pueda «ser leído por un tercero». El autor de diarios es a la vez objeto y sujeto de sí mismo, y el lector se ve obligado a aceptar el papel de «voyeur».


Los de Plath han sido dispuestos en nueve secciones, que se extienden desde julio de 1950 a julio de 1962. Los editores explican muy bien la naturaleza de estos materiales, sus fechas de composición y el actual destino de los mismos. Un índice onomástico y temático facilita su comprensión tanto como el álbum fotográfico que se incluye, y el censo de personas mencionadas permite acceder a lo que, sin él, serían únicamente nombres.

«Mi tragedia»

La información que estos diarios aportan es máxima y, en algunos puntos, de primer orden. Para Plath, «nada es real sino el presente», y su deseo es «observar la propia vida con una objetiva curiosidad». Su habitación preferida es la biblioteca, y su preocupación principal, aceptarse a sí misma como mujer: «Haber nacido mujer es mi tragedia». Su reacción a ello es la literatura: convertir el dolor en belleza.
Sylvia Plath




Pronto hace suya la máxima griega según la cual «carácter es destino», algo que, en su caso, se cumple de manera fatal, porque de continuo aflora en sus palabras un contorno y un sentimiento trágicos. Desde muy pronto el suicidio es un coqueteo más que una tentación. Siente que se hunde «en el vacío como en un remolino», mientras su exceso de conciencia la fuerza a vivir al borde del abismo, buscando el sentido de su yo, que no puede separar del descubrimiento de las exigencias de la carne. Aspira a dejar algo que permita a otros sentir lo mismo que ella ha sentido.

Buñuel y Dalí

No faltan opiniones políticas como las que expresa sobre las víctimas de Nagasaki, la guerra de Corea y su propio país, que -dice- «tiene muchas cosas, pero no siempre buenas ni inocentes». Se interesa por el cine de Buñuel y Dalí, insiste en la muerte de su padre y en cómo este hecho la inclinó hacia la personalidad humanística de su madre.
Se plantea seguir una carrera académica, pues es una alumna muy brillante, y se debate entre las distintas posibilidades laborales que se le ofrecen porque no sabe cómo conjugarlas con su condición de mujer. Este -más que la escritura- es el tema recurrente en los diarios.
Para Plath, «escribir es una forma de vida», y se frustra cada vez que una revista le devuelve un original o un libro suyo no gana un premio. Pero sabe que lo que importa «es el proceso de escribir, no el resultado». Siempre es muy culta y también sincera: habla del sexo sin tapujos y levanta acta de su promiscuidad. Sabe que «el peor enemigo de la creatividad es dudar de uno mismo» y se sobrepone a cada depresión gracias a que las «palabras poseen el poder del conjuro».
Tiene el convencimiento de que en Europa encontrará a alguien a quien amar, y no se equivoca: conoce a Ted Hugues, con quien se casará. La perfeccionista que es le fuerza a intentar simultanearlo todo, y ello le impone una serie de obligaciones que acaban por ahogarla. Sus diarios dan cuenta de todo ello, pero, sobre todo, de la realidad de una mujer que quiso ser -y fue- creadora, esposa y madre. Su vida y su obra fueron un espejo de la otra, y tanto su principio como su final. Los diarios nos muestran su personalidad al desnudo, y en ellos se aprende ambas cosas: a vivir y a crear.

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